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jueves, mayo 9, 2024

La clave palestina

Opinion/IdeasLa clave palestina

La clave palestina

Por Dominique Vidal

La contradictoria política de Washington ante los ataques ordenados por el general Ariel Sharon contra objetivos palestinos -y sus intentos de desplazar a Yasser Arafat- conspira contra la precaria alianza de los regímenes árabes moderados con George Bush. Objetivamente, la ofensiva también daña los intereses a largo plazo del Estado de Israel.

“Cada cual tiene su Ben Laden, y el nuestro se llama Arafat” (1). Esta fórmula sintetiza el error político que cometió el general Ariel Sharon. A partir del 11 de septiembre el primer ministro israelí creyó que Washington saldría de garante de una ofensiva contra la Autoridad Palestina y envió su ejército a varias ciudades autónomas. Una semana después, el ministro de Defensa, Benjamín Ben Eliezer (laborista), declaraba: “El hecho es que matamos a catorce palestinos (…) sin que el mundo diga ni pío. Para Arafat es catastrófico” (2).

La euforia de los ultras no iba a durar. Lejos de alentar la aventura, Washington exigía su inmediata terminación. Presionado, el jefe de gobierno tuvo que reconocer que Arafat hacía respetar el cese de fuego proclamado el 18 de septiembre; después tuvo que retirar sus tropas de las ciudades autónomas y poner fin a los asesinatos de dirigentes palestinos; aceptar que su ministro de Relaciones Exteriores, el laborista Shimon Peres, se reuniera el 26 de septiembre con el presidente de la Autoridad Palestina y, por último, excusarse abiertamente por haber sospechado que George W. Bush quería sacrificar a Israel tal como las democracias europeas a los Sudetes en 1938.

“Sharon se volvió loco”, comentaba entonces la prensa de Tel Aviv (3). Es que el 2 de octubre el presidente Bush había dado a conocer la declaración Balfour: “La idea de un Estado palestino siempre formó parte de nuestra visión, siempre que se respete el derecho a la existencia del Estado de Israel”, declaraba (4). Según diversas fuentes (5) Bush se proponía retomar las propuestas de su predecesor a fines de 2000: retirada de Israel a las fronteras del 4 de junio de 1967, salvo el territorio necesario para reagrupar al 80% de los colonos; reconocimiento del carácter judío de Israel y del carácter árabe del Estado palestino; distribución de la soberanía en Jerusalén (6). Aún peor a ojos de los israelíes, a comienzos de octubre el secretario de Defensa, Donald H. Rumsfeld, iniciaba una gira por el mundo árabe con el objetivo de presentar ese plan, sin haberlo consultado previamente por Israel, por donde ni siquiera pasó.

Los intereses de Estados Unidos, tal como los conciben sus dirigentes, prevalecen sobre otras consideraciones: en esta oportunidad, priorizan a la coalición. “Progresar en la cuestión palestina es esencial si queremos conservar el apoyo de la población árabe en la lucha contra el terrorismo (7)”, declararía el presidente egipcio, Hosni Mubarak, a una delegación europea.

Es que la mayor parte de los regímenes musulmanes aliados de Washington están peligrosamente tironeados entre las exigencias de Estados Unidos y la opinión pública antinorteamericana. En ocasión de la Guerra del Golfo muchos países de la región participaron en la guerra de Bush padre contra Irak: diez años más tarde, ni siquiera aprobaron formalmente los bombardeos sobre Afganistán ordenados por Bush hijo. Y sin embargo las necesidades estratégicas de 1991 remitían a un corto plazo, mientras que las de 2001 se inscriben en el largo plazo. En suma, la continuación de la escalada palestino-israelí podría malograr todos los esfuerzos político-diplomáticos del Departamento de Estado, e incluso desestabilizar a los gobiernos árabes más frágiles.

La apisonadora norteamericana estaba logrando sus primeros resultados en Afganistán, el 17 de octubre pasado, cuando el ministro israelí de Turismo (miembro de la extrema derecha), cayó bajo las balas de militantes del Frente Popular de Liberación de Palestina (FPLP). El jefe de este frente en Cisjordania, sucesor del viejo George Habache, había sido asesinado a fines de agosto, lo mismo que decenas de dirigentes de la Intifada. Esta “venganza” resultaría ser un grave error político, puesto que ofreció al general Sharon el pretexto para la escalada con que soñaba: en unos días, el ejército israelí entró de nuevo en el conjunto de ciudades autónomas. Este dispositivo, el más agresivo desde la firma de los acuerdos de Oslo, parecía preparar la reconquista de Cisjordania y hasta un ataque contra la Autoridad Palestina, cuyo presidente estaba personalmente amenazado. A mediados de diciembre, se encontraba en realidad cercado. La alternativa de la desaparición física o política de Arafat no es buena a largo plazo para Israel. Shimon Peres ya había puesto en guardia anticipadamente sobre esa posibilidad: “En su lugar vamos a tener el Hamas, la Jihad islámica y el Hezbollah” (8).

Los vaivenes de Washington

¿De tal padre tal hijo? Sabemos que en 1991 Bush padre impidió a Yitzhak Shamir que respondiera a los Scuds lanzados por Bagdad antes de arrastrarlo a la conferencia de Madrid. Diez años después, Bush hijo vacila en presionar a Sharon. Hizo falta más de un mes para que el ejército israelí se retirara de las ciudades autónomas que había vuelto a ocupar, salvo de Jenin. Esta nueva aventura costó la vida a unos 90 palestinos, elevando el balance de la Intifada a alrededor de 1.000 muertos, la quinta parte de los cuales son israelíes.

La negativa del gobierno israelí a tener en cuenta los intereses de Estados Unidos se debe en parte a la ideología de Sharon, visceralmente opuesto a la creación de un Estado palestino, aun cuando terminó por pronunciar la fórmula. También pesa en él el miedo de apartarse de la extrema derecha, y más aún de dar espacio a su rival, Benjamin Netanyahu. Es preciso advertir también que el jefe del estado mayor, Shaul Mofaz, y su adjunto, Moshe Yaalon, desarrollan su propia línea, particularmente dura: el diputado laborista de izquierda Yossi Beilin denunció incluso un “virtual golpe” (9). Por último, el mantenimiento de los ministros laboristas sirve de garantía interna y externa a la política irresponsable de Sharon, excluyendo toda posibilidad de alternancia. Esto siembra la confusión en la opinión pública, que, sin embargo -según lo indican cada vez más nítidamente las encuestas-, expresa el deseo de volver a la mesa de negociaciones por sobre las pulsiones belicistas (10)…

Este bloqueo israelí es tanto más preocupante cuanto que lo que se juega en la prueba de fuerza iniciada entre Bush y Sharon supera el mero retorno a la calma: la puesta en práctica de las recomendaciones de la Comisión Mitchell debiera culminar en la reanudación de las negociaciones sobre el estatuto definitivo de los territorios ocupados en 1967, condición necesaria, pero sin duda no suficiente, para apaciguar a la opinión pública árabe-musulmana. Concluida la guerra del Golfo, la conferencia de Madrid marcó el lanzamiento de prolongadas negociaciones con vistas a un acuerdo de conjunto. La guerra de Afganistán podría dar lugar a una nueva reunión internacional para relanzar las negociaciones interrumpidas en Taba en enero de 2001, y crear las condiciones concretas para dicho acuerdo.

No hay mal que por bien no venga, dice el proverbio. Para que la tragedia del 11 de septiembre dé a luz una posibilidad de paz en Medio Oriente, el presidente Bush debiera dar cuerpo a la perspectiva que anunció el 2 de octubre. En este sentido no es alentador su encuentro con Arafat. En cuanto a Colin Powell, el 19 de noviembre desarrolló a largo plazo la visión de un “Estado palestino viable” al lado de Israel y llamó a este último a poner fin a la ocupación y a la colonización, pero sin exigir a corto plazo que Sharon deje de multiplicar los obstáculos a la reanudación de negociaciones (11).

La persistencia de un doble criterio de medida socavaría gravemente la coalición antiterrorista. Sacrificaría injustamente al pueblo palestino, principal víctima de este enfrentamiento interminable. Pero amenazaría también el futuro de Israel. De acuerdo con el demógrafo Arnon Sofer, en 2020 los palestinos van a ser mayoritarios entre el Jordán y el Mediterráneo, y representarán el 32% de la población dentro de la “línea verde” (12). Paradójicamente, la creación de un Estado palestino al lado del Estado de Israel garantiza a largo plazo el carácter judío de este último.

Notas: 1) The New York Times, Nueva York, 14-9-01. 2) AFP, París, 14-9-01. 3) Maariv, Tel Aviv, 5-10-01. 4) The New York Times, 2-10-01. 5) Como los sitios de Mideast Mirror (Londres) o del Centro Israel-Palestina para investigación e información (Tel Aviv). 6) De acuerdo con la fórmula del presidente Clinton, lo judío correspondería a Israel y lo árabe al Estado palestino, incluida la explanada de las mezquitas. El muro de los lamentos quedaría bajo la soberanía israelí. Esta fórmula ratifica la colonización israelí de Jerusalén este. 7) Le Figaro, 28-9-01. 8) Yediot Aharonot, Tel Aviv, 1-10-01. 9) Le Figaro, 16-10-01. 10) Según la encuesta Gallup publicada por el diario Maariv el 23-11-01, el 55% de los israelíes se pronunciaba a favor de la negociación de un acuerdo final, el 20% por una declaración de guerra contra la Autoridad Palestina y el 19% por el mantenimiento del statu quo actual. Además, el 64% (contra el 31%), no cree que su primer ministro logre poner fin a la violencia, tal como se comprometió… 11) AFP, 19-11-01. 12) Newsweek, Nueva York, 13-8-01.

La fuente: Le Monde Diplomatique.

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