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lunes, mayo 20, 2024

El antisemitismo, real e imaginado

Opinion/IdeasEl antisemitismo, real e imaginado

El antisemitismo, real e imaginado

Para sionistas y nazis, lo que concierne a la comunidad judía es cosa de uno para todos y todos para uno. Los intentos de separar los conceptos de sionismo y de judaísmo, o antisionismo y antisemitismo, son considerados causas perdidas o innobles por ambos grupos. Como explicó recientemente un escritor en Commentary: “Difamar a Israel es difamar a los judíos”. Pero es definitivamente necesario separar esos conceptos: demostrar que uno se puede oponer al sionismo sin tener prejuicios hacia los judíos como tales, y también para mostrar que el apoyo de uno a Israel no lo aísla necesariamente de la acusación de antisemitismo.

Por Tim Wise

Confieso que casi me dejo engañar al ver al antiguo primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, hablando ante el Congreso hace algunas semanas. No, no fue por su versión deformada de la realidad en los Territorios Ocupados, ni por sus comparaciones oportunistas y evidentemente falsas entre Yasser Arafat y Osama ben Laden.

Tampoco por su insistencia en que no existe una solución política al terrorismo, sino sólo una militar: una absurdidad evidenciada porque después de décadas de tratar de lograr la paz mediante tanques y cañones, la mayoría de los israelíes se sienten menos seguros que nunca. (También es desmentida porque semejantes acciones militares han sido ellas mismas de carácter terrorista, pero ésa es otra historia, para otra columna).

A pesar de todo, después de escuchar sólo unos pocos minutos sus argumentos -una llamada a que Estados Unidos dé luz verde a todas las matanzas que Israel considere necesarias en Cisjordania -me sentí sobrecogido por una emoción que era tan enfermiza como profundamente inquietante.

Era un sentimiento de profunda vergüenza y repugnancia, ya que ese individuo y yo compartimos una tradición de fe; un patrimonio religioso común; una especie de parentezco. Y mientras hablaba -no sólo por Israel sino, según la mayor parte de los dirigentes judíos norteamericanos, por los judíos en todas partes- sentí que las punzadas de la culpa colectiva se apoderaban de mí de una manera como nunca las había sentido anteriormente.

Y eso, desde luego, era algo trágico. ¿Quién, después de todo, era ese meshugganah [chiflado] para hablar en mi nombre? ¿Quién lo nombró, o en realidad, a cualquier dirigente israelí, como “vocero de los judíos”?

¿Quién imaginó que el sionismo es un sinónimo de judaísmo, y decidió que ser judío significa apoyar la destrucción de los derechos palestinos, la matanza de niños inocentes bajo la rúbrica de la eliminación del terrorismo, que el ejército israelí dispare contra ambulancias para asegurarse que los heridos por sus acciones mueren lentamente, en lugar de recibir el auxilio de emergencia al que tienen derecho según el derecho internacional y todas las nociones de la decencia humana más básica? ¿Quién era Netanyahu para hacerme sentir culpable por el hecho de ser judío?

La respuesta, por desgracia, a todas esas preguntas, es que una irónica combinación de odia-judíos declarados y judíos pro-israelíes son los que han inculcado a tanta gente esas creencias. Los neo-nazis, por ejemplo, insisten en que todos los judíos son sionistas y apoyan las acciones de Israel: una presunción que les permite tejer sus odiosos relatos del mal inspirado por los judíos, sin que los afecte el pensamiento crítico.

Pero, por otro lado, la desfiguración de las fronteras entre el judaísmo (una tradición religiosa y cultural que tiene cinco milenios y medio) y el sionismo (un movimiento político e ideológico que existe desde hace menos de un siglo y cuarto) también ha sido perpetrada por gran parte de la propia comunidad judía (organizada).

Es esta comunidad la que ha tratado de silenciar las críticas judías de Israel y de la empresa sionista con gritos de “antisemitismo” o “odio a sí mismo”. Fue el jefe de la Federación Judía de Nueva Orleáns quien, a principios de los años 90, sugirió que yo fuera destituido de mi puesto en la principal organización contra David Duke, por haber escrito una columna criticando a Israel por su apoyo a los gobiernos del apartheid de Sudáfrica.

Para la persona en cuestión una crítica de Israel me convertía en poco menos que el propio Duke: alguien que ha dicho que los judíos debieran “ir al basurero de la historia”, que celebraba los cumpleaños de Hitler en su casa y que calificaba el Holocausto de “estupidez”.

Para sionistas y nazis, lo que concierne a la comunidad judía es cosa de uno para todos y todos para uno. Los intentos de separar los conceptos de sionismo y de judaísmo, o antisionismo y antisemitismo, son considerados causas perdidas o innobles por ambos grupos. Como explicó recientemente un escritor en Commentary: “Difamar a Israel es difamar a los judíos”.

Pero es definitivamente necesario separar esos conceptos: demostrar que uno se puede oponer al sionismo sin tener prejuicios hacia los judíos como tales, y también para mostrar que el apoyo de uno a Israel no lo aísla necesariamente de la acusación de antisemitismo

Semejante apoyo, por cierto, va a menudo estrechamente relacionado con una profunda antipatía contra el pueblo judío. Consideremos las palabras de Billy Graham, desenmascarado en una conversación grabada con Richard Nixon, proclamando su amor por Israel, mientras al mismo tiempo despotrica contra “los medios controlados por los judíos” y sus perniciosas maquinaciones políticas entre bastidores.

Y en realidad, muchos cristianos fundamentalistas profesan su amor por Israel, mientras propagan al mismo tiempo la creencia de que los judíos están destinados a un lago de fuego a menos que acepten a Jesús como su salvador personal: en otras palabras, a menos que cesen de ser judíos.

Su sionismo es, en el mejor caso, oportunista: basado exclusivamente en la esperanza de que una vez que los judíos retornen a Israel, el Mesías venga pronto, condenando a los judíos al infierno al hacerlo. Su objetivo de conversión es en sí intrínsicamente hostil al judaísmo, independientemente de su “amor” por la Tierra Santa: después de todo, convertir a los judíos al cristianismo sería la ultimación de un acto de genocidio espiritual; la liquidación total del judaísmo.

El hecho de que toda esa buena gente vaya a plantar árboles en Israel o recen por su supervivencia, difícilmente constituye una compensación para su deseo de erradicar el judaísmo, con tanta seguridad como Hitler trató de hacerlo. Y a pesar todo, pocos en la organizada comunidad judía han condenado a Billy Graham, ni hablan mucho del antisemitismo tan grabado en el cristianismo evangélico, como ha sido mencionado anteriormente. Tal vez están demasiado ocupados tratando de recolectar la aceptación de la mayoría, o agradeciendo su apoyo para Israel, como para darse cuenta.

En la recién finalizada conferencia del Comité Norteamericano-Israelí de Asuntos Públicos (AIPAC), las mismas personas que critican el antisionismo como un equivalente del antisemitismo dieron una clamorosa ovación al parlamentario derechista, Tom Delay. ¿Y por qué?

Porque dijo que Israel tenía derecho a Cisjordania, que describió utilizando sus nombres bíblicos de Judea y Samaria. También dijo anteriormente durante el mismo mes, que el cristianismo es la “única respuesta viable, razonable, definitiva” a los principales problemas de la vida -una declaración saturada de desdén hacia los mismos judíos que tanto pretende querer ahora-. Aparentemente o por lo visto este hecho importa mucho menos que su apoyo mesiánico a “Eretz Israel”.

Desde luego, todo esto también posee una cierta lógica. Después de todo los sionistas se preocupaban en sus orígenes sólo de adquirir tierras, y no les preocupaba el antisemitismo en sí -y en el caso de Theodore Herzl y de Chaim Weizmann, en realidad afirmaron que lo comprendían y entendían. Como he señalado anteriormente, fue Herzl (el padre del sionismo) quien promulgó lo último en cuanto a odio a sí mismo, pábulo antisemita, cuando señaló que el antisemitismo era “una reacción comprensible ante los defectos judíos”.

La continua confusión de las líneas entre el sionismo y el judaísmo es, desde luego, realmente peligrosa para la comunidad judía. Mientras los sionistas insistan en la relación inherente entre los dos, sólo será más y más probable que algunos de los críticos de Israel también desdibujen las líneas, transformando una justificada condena del colonialismo, del racismo y del imperialismo, en una condena que también incluya la intolerancia antijudía.

En las últimas semanas ha habido profanaciones de sinagogas y de cementerios judíos, aparentemente realizadas en protesta contra las últimas incursiones y depredaciones israelíes, y han ocurrido en sitios tan separados como Túnez, Francia y Berkeley, California.

La propaganda antisemita, como la patraña zarista, “Los Protocolos de los Sabios de Sión” -que pretende “probar” un complot judío para la dominación mundial- está apareciendo en todo el mundo árabe, con vestigios de su veneno incluso encontrando espacio en sitios de la red, que en general son progresistas de izquierda, como Indymedia.

En la comprensible prisa por condenar las acciones israelíes, por lo menos un listserv pro-palestino operado por aparentes radicales progresistas de izquierda, ha distribuido uno de los comentarios de David Duke sobre el conflicto: una columna repleta de invectivas antijudías, que desde luego debilita la credibilidad del remitente y la rectitud de sus análisis de la lucha por Palestina.

Por cierto, los que criticamos a Israel debemos condenar sin dejar lugar a dudas todas esas acciones antijudías: no sólo porque son en sí aborrecibles, sino porque ayudan a perpetuar la mentira propagada por el gobierno de Israel y sus partidarios: que ellos son los judíos y que los judíos son ellos.

Y ésta es una idea que al mismo tiempo debilita la lucha contra la Ocupación -haciendo que todas las críticas que se le hacen sean sospechosas de ser causadas por prejuicios antijudíos- y pone en mayor peligro a la comunidad judía, ya que ellos (nosotros) son vistos cada vez más como los que ponen a Israel ante todo, en lugar de ser considerados como personas comprometidas con los principios de paz, justicia e imparcialidad: esos conceptos que me enseñaron en la escuela de hebreo eran fundamentales para mi pueblo.

Lo que es más, tolerar el antisemitismo dentro del movimiento por la justicia en Medio Oriente es especialmente arriesgado para el propio pueblo palestino que queremos defender. Mientras más retórica e imaginería antijudías animen la lucha contra la ocupación y la brutalidad israelíes, más puede Ariel Sharon transformar su maníaca ofensiva por el poder y la tierra en una lucha por la supervivencia del pueblo judío.

Y mientras más éxito tenga en presentar el debate en esos términos, más judíos israelíes y sus partidarios en los Estados Unidos apoyarán niveles de violencia cada vez más intensos, cada vez más muerte y destrucción contra las víctimas del colonialismo israelí.

Dejemos bien claro que el problema del sionismo no es que se trate de nacionalismo judío en sí, sino más bien de una forma de supremacía étnica en el pensamiento y en la acción. Y más que eso: como si fuera poco, una forma de supremacía europea.

Después de todo, hubo judíos que permanecieron continuamente dentro y alrededor de Palestina durante milenios, sin conflictos importantes con sus vecinos árabes y musulmanes. De la misma manera, numerosos judíos vivieron bajo el gobierno musulmán en el Imperio Otomano, donde recibieron una acogida generalmente calurosa -mucho mejor, por cierto, que el trato que recibieron en la Europa cristiana, que los expulsó de un sitio tras otro.

Esos judíos, a diferencia de los judíos europeos que trataron de desplazar a los árabes de sus tierras, vivieron allí pacíficamente y no tenían pomposos planes de un “Gran Israel”. Tampoco crearon el sionismo ni dirigieron la ofensiva por el desarrollo de un Estado judío. Para eso fue necesaria una comunidad judía decididamente occidental, europea y ciertamente blanca.

Los judíos más autóctonos en la tierra de Israel, o aquellos de África, o del resto de Asia Menor -es decir, aquellos que eran más directamente pueblos semíticos- nunca constituyeron el problema. Ni, por supuesto, lo fue su fe. Una mentalidad decididamente colonial, ella misma un vástago del pensamiento y la cultura europea de fines del siglo XIX en adelante, fue el combustible para el fuego sionista. El problema del sionismo es que es una forma de supremacía blanca y dominación occidental.

Y como todos los derivados de la supremacía blanca, se olvida de una de las más obvias ironías: es decir, la estrecha relación genética entre los dominantes y los dominados; la realidad de que el opresor está oprimiendo a sus parientes.

Como ha sido demostrado por recientes investigaciones, no hay una diferencia biológica importante entre los palestinos y los judíos en Medio Oriente. Todo judío con raíces semíticas es, en efecto, árabe -sea cuál fuere su trascendencia. Todo esto quiere decir que el sionismo y sus efectos, en virtud de su depauperación de los palestinos, es probablemente hoy en día la forma más profunda e institucionalizada de antisemitismo del planeta.

La fuente: Tim Wise, es un ensayista, conferenciante y activista contra el racismo. Su correo es tjwise@mindspring.com

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