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miércoles, mayo 15, 2024

Las heridas abiertas del genocidio en Ruanda

PolíticaLas heridas abiertas del genocidio en Ruanda

En 1994, los milicianos extremistas hutus y los militares mataron a entre 500.000 y un millón de tutsis y hutus moderados. El tercer genocidio del siglo XX se desarrolló bajo la pasiva mirada de la comunidad internacional. Siete años más tarde, en la tarea de la reconstrucción los sobrevivientes siguen siendo los grandes perdedores: el poder no está en sus manos, la economía del país se hunde y el Sida diezma a los más jóvenes con más saña que la guerra.

Por Emmanuel Goujon

Huérfanos de Ruanda.

KIGALI, Ruanda. “Pasé tres días en una fosa común. Los de Interahamwe me daban por muerta. Me habían pegado en la cabeza y había recibido un tiro en la pierna. Me desmayé, así que me tiraron con los demás. Los muertos se amontonaban encima mío. El olor era tremendo, pero tenía tanto miedo que no me podía mover. Ni siquiera sentía el dolor de mis heridas, escuchaba a los matones que hablaban arriba. El peso encima mío iba creciendo y creciendo. No había aire, no había luz. Tenía mucha sed, por eso, a pesar del miedo, me arrastré para salir. Era de noche, hacía fresco, fui reptando hasta los matorrales y logré escapar”.

Ahora Perpetue tiene 21 años. Se salvó de manera milagrosa del genocidio. Todavía se resiste a hablar de la experiencia que la despierta con pesadillas por la noche. Perdió a toda su familia, sólo le queda un tío. Perpetue, quien dejó la escuela, quiere casarse y tener hijos, “para conjurar el destino que quiso que muriera toda mi familia”.

Hay varios centenares de miles de ruandeses que, como Perpetue, viven sin comprender qué les sucedió y con el dolor de haber visto a sus familias aniquiladas. Sobrevivientes del genocidio, muchos lo perdieron todo en 1994, incluso las ganas de vivir. Los más débiles pusieron fin a sus vidas, otros enloquecieron. Los más fuertes, conscientes de su papel de sobrevivientes, quieren reconstruir su país y, con todo su esfuerzo, trabajan para que tales masacres nunca se repitan.

Los sobrevivientes, sin embargo, parecerían ser los grandes perdedores de la historia. El poder no está en sus manos, a veces incluso los hostiga. La economía del país se hunde. El Sida diezma a los más jóvenes con más saña que la guerra.

“¿Cómo podrá alguien explicarse el genocidio si hasta nosotros, que lo vivimos, seguimos sin saber qué pasó? Por supuesto, se puede decir que los belgas, durante la colonia, impusieron una estructura social muy jerarquizada; se puede invocar la voluntad de un poder ciego y autoritario dispuesto a echar mano de todos los medios para conservar sus privilegios y prebendas; se puede acusar a la comunidad internacional, a la ONU, por haberse quedado mirando mientras la gente se mataba y por abandonarnos a las masacres. Pero eso no explica nada, son sólo hechos que no permiten penetrar al fondo de la historia, entender qué fue lo que llevó a seres humanos a matar a sus vecinos, a sus parientes, hasta a sus hijos”, dice Jean-Claude, ex seminarista que escapó del genocidio. Para él, y muchos más, el genocidio y los meses de matanza de 1994 seguirán siendo un misterio. Claro que siempre había habido masacres, cuyo blanco solían ser los tutsis, símbolo de la antigua monarquía, del poder concentrado en manos de una minoría de pudientes.

Aprender a vivir juntos

El odio elevado a política de Estado, una población analfabeta en su gran mayoría y embrutecida con alcohol de plátano, que vivía en la miseria, sobre parcelas cada vez más reducidas, la amenaza de guerra y de la restauración tutsi desde el vecino Uganda son otras de las tantas razones que contribuyeron a la masacre de abril de 1994.

Una población entera participó en la matanza, alentada por sus cuadros, sus intelectuales, sus sacerdotes. Hoy, 125 mil personas se pudren hacinadas en las cárceles de Ruanda, acusadas de participar en el genocidio, mientras medio centenar de “peces gordos” (los ex dirigentes extremistas hutus que lograron huir al extranjero pero fueron alcanzados por la justicia internacional) comparecen a cuentagotas frente al Tribunal Penal Internacional para Ruanda (TPIR), instalado en Tanzania.

“La venganza no sirve. Lo que tenemos que hacer es aprender a vivir juntos otra vez. Mirar al otro no como a un asesino sino como a alguien igualmente víctima de la pobreza, de la miseria que es el origen de todo”, considera Jean-Claude.

Estados Unidos: no intervención

La vida vuelve a fluir en Ruanda. Otra vez hay negocios y bodas entre hutus y tutsis. Pero las líneas de ruptura se multiplicaron. Con el final de la guerra y la pacificación del país, muchos tutsis que desde la independencia, en 1959, habían optado por el exilio, regresaron a Ruanda… pero con mentalidades distintas y con prejuicios.

Todos los que regresaron son tutsis, con excepción de los hutus que entre julio y agosto de 1994 huyeron al vecino Zaire.

En la primera fila de los tutsis “que regresaron” está el poder del Frente Patriótico Ruandés (FPR), que encabezó la antigua rebelión mayoritariamente tutsi dirigida con mano de hierro por el general mayor Paul Kagamé, ahora presidente de la República. Llegados de Uganda, los partidarios del FPR lograron atraer la alianza de algunos hutus moderados, sobrevivientes del genocidio, además de conseguir el apoyo diplomático y económico de Estados Unidos y Gran Bretaña. Asombrosa vuelta de la historia, en el preciso momento en que se descubre que Estados Unidos dejó que se perpetrara el genocidio. Primera potencia mundial y miembro del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, Estados Unidos tiene una política deliberada de no intervención en Ruanda.

Los documentos secretos

Hace poco se descubrió en documentos secretos desclasificados que en 1994, tres semanas después de iniciado el genocidio en Ruanda, la entonces subsecretaria de Estado adjunta para Asuntos Africanos, Prudence Bushnell, le dijo al coronel Theoneste Bagosora, del ejército ruandés, el 28 de abril, que Estados Unidos sabía que los militares ruandeses participaban en las masacres. “Dijo que, a los ojos del mundo, los militares ruandeses cometían actos criminales, al ayudar y alentar las masacres de civiles”, reveló la prensa norteamericana, citando uno de los documentos. El coronel Bagosora afirmó que las masacres de tutsis perpetradas entonces eran obra del populacho, y no recibían apoyo del régimen extremista hutu entonces en el poder.

Este documento y otros 15 que se refieren a las acciones de Estados Unidos durante el genocidio ruandés fueron publicados hace poco por el Archivo de Seguridad Nacional, un grupo privado que reúne documentos diplomáticos y militares norteamericanos desclasificados.

Las masacres se perpetraban mientras Estados Unidos presionaba a favor de retirar las pocas fuerzas de la ONU presentes en el país. Se detuvieron en julio, cuando los rebeldes tutsis se apoderaron de la capital, Kigali. Para entonces, entre 500.000 y un millón de ruandeses habían muerto.

El coronel Bagosora espera ser juzgado por el TPIR y tendrá que enfrentar acusaciones que lo señalan como uno de los cerebros del genocidio. Bushnell es ahora embajadora de Estados Unidos en Guatemala.

***

Los sobrevivientes del genocidio exigen justicia. El reconocimiento de sus errores por parte de la comunidad internacional es un magro consuelo. Cuando el presidente Bill Clinton, en marzo de 1998, pasó unas horas en Kigali, ofreció sus disculpas al pueblo ruandés, y lo mismo hizo, en abril de 1999, el ministro belga de Relaciones Exteriores, Louis Michel. La ONU reaccionó a la publicación de los documentos y recordó que el entonces secretario general de la ONU, Boutros Boutros Ghali, siempre dijo que la incapacidad de la comunidad internacional para intervenir en Ruanda no provenía de una falta de información “sino de la falta de voluntad”.

La asociación de sobrevivientes del genocidio Ibuka (“recuerda”, en kinyaruanda, el idioma nacional) saludó la publicación de documentos desclasificados. “Es un gran paso hacia el descubrimiento de lo que ocurrió”, declaró el presidente de Ibuka, Antoine Mugesera, y expresó la esperanza de que “con el tiempo, la verdad sobre el papel de la comunidad internacional en el genocidio de 1994 saldrá a la luz”.

Para los ruandeses, la verdad y la justicia deben ir antes que la reconciliación, pero el pequeño país de Africa central tiene recursos judiciales limitados y les tomaría más de 100 años a los tribunales del país juzgar a las 125.000 personas encarceladas. De modo que el gobierno echó mano de un sistema de justicia tradicional, la gasasa, que servía para arreglar los pequeños conflictos entre familias.

Dos pesos, dos medidas, consideran muchos sobrevivientes del genocidio, al comentar la reunión de la ONU sobre racismo en Durban, Sudáfrica. Para los sobrevivientes, “todo el debate lo ocupó el problema palestino. Y a nosotros, ¿qué nos queda? Ruanda, sin embargo, plantea el meollo del problema del racismo”.

El negro futuro

“Lo que importa ahora no es sólo haber sobrevivido, sino seguir viviendo: Ruanda es pobre y está siempre en guerra (con la República Democrática del Congo), ¿qué podemos esperar del futuro? No hay trabajo, la economía sigue en manos de unos pocos, la vida política se reduce cada vez más, muchos de los que retornaron retomaron la ruta del exilio y ahí está siempre la amenaza de nuevas masacres, ¿cómo puede construirse algo?”, pregunta Jean-Claude.

A pesar de sus cientos de miles de muertos, Ruanda tiene más población ahora que antes del genocidio. El problema de la tierra está candente mientras el éxodo rural inunda las ciudades y las filas de los desempleados. Kigali pasó de 150.000 habitantes en 1995 a unos 500.000 ahora.

Ruanda es uno de los países más afectados por la pandemia del Sida en el continente africano. Oficialmente, la tasa de seropositivos es del 11%, pero entre la población de 18 a 35 años esta proporción rebasa el 20%.

El país está bajo la presión de los rebeldes ruandeses de Interahamwe que tratan de infiltrarse otra vez desde el vecino Congo. El Programa Alimentario Mundial de las Naciones Unidas (PAM) señaló en un informe reciente que “la permanente inseguridad limita los movimientos y afecta las operaciones de control previstas por la agencia para los proyectos que apoya en las dos provincias de Gisenyi y Ruhengeri”.

En Ruanda, el poder se concentra en manos de una minoría tutsi, lo cual no sólo frustra a los sobrevivientes de su victoria sobre los extremistas, sino que además se desentiende de la mayoría de los que, desde que regresaron al país, desde los campamentos de Uganda, habían apoyado la rebelión y que siguen viviendo en la pobreza.

La tensión crece en Kigali, y en primer lugar cerca de los círculos de poder. Desde el 17 de agosto, el ex presidente de la República, el hutu Pasteur Bizimungu, está bajo detención domiciliaria, así como Charles Ntakiruntika, vicepresidente de un nuevo partido que Bizimungu trató de formar en mayo pasado.

La guerra en el Congo, que empezó en agosto de 1998, provoca malestar en el ejército ruandés. Muchos en Kigali hablan de tensiones entre el presidente Kagamé y el jefe de Estado mayor, el general Kayumba Nyamwansa, a quien mandaron hace poco “a estudiar a Gran Bretaña”, aunque sin quitarle su cargo (sus funciones las ejerce de hecho su segundo, el general James Kabarebe).

En estas condiciones, ¿qué futuro hay para los sobrevivientes del genocidio? Muchos, sobre todo los jóvenes, optan por el exilio, atraídos por el espejismo de Occidente. Casi siempre terminan en la cárcel o deportados. Algunos, sin embargo, tratan de reconstruir su vida lejos de Ruanda. “Siempre temo que vuelvan los tiempos malos. Temo por mi familia y sé que no sobreviviría a nuevas masacres -dice Abdurahmane, de 30 años-. Quisiera estudiar, siento que no tuve juventud. Después de la muerte de mis padres, después del genocidio, me hice cargo de mis hermanas más chicas. Ahora están casadas, tienen hijos; yo también acabo de tener un hijo y no quiero que todos estos niños vivan lo que yo viví. Pero sé que en cualquier momento puede volver a empezar, así que de veras creo que hay que irse”.

***

Los ruandeses siguen viviendo, como por inercia. Los cambios a la cabeza del Estado los tienen sin cuidado. Cada día trae su carga de problemas: encontrar qué comer, con qué curarse, cómo mandar a los niños a la escuela. Hace poco, el gobierno anunció que se instauraría una nueva bandera nacional y un nuevo himno para sustituir a los actuales, que están “demasiado asociados al antiguo régimen genocida”. La propuesta de bandera tiene tres colores: amarillo, verde y azul, señaló el asesor presidencial Joseph Nsengimana, y explicó que el amarillo simboliza el trabajo, fuente de crecimiento económico, el verde la prosperidad y el azul la felicidad y el optimismo. “Una bandera nueva, un himno nuevo, ¿por qué no?, hay que darle vuelta a la hoja”, declara Abdurahmane, pero concluye: “Lo malo es que muchos ruandeses que sobrevivimos tantas pruebas vemos el futuro aún más negro que el pasado. Si es que se puede…”

La fuente: Masiosare, revista de política y análisis del diario mexicano Jornada (www.jornada.unam.mx). La traducción pertenece a Tessa Brisac.

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