La intervención internacional puede salvar de la lapidación a Safiya Huseini
Por Ricardo López Dusil
La vida de Safiya Husseini Tudu, una humilde nigeriana de 35 años, pende de un hilo. Un tribunal islámico de Nigeria la condenó a muerte por lapidación por haber tenido un hijo sin estar casada con el padre. La sentencia ha quedado en suspenso hasta que dentro de dos meses la trate un tribunal de apelación.
Safiya, divorciada y madre de cinco niños, fue hallada culpable de mantener relaciones adúlteras con un hombre casado, pese a que denunció que el presunto amante, un primo suyo de 60 años, en realidad la había violado. El hombre confesó su delito a tres policías, cuyos testimonios no fueron aceptados por el tribunal islámico que juzgó a la mujer porque en estos casos la “sharia” (ley islámica) exige cuatro testigos para que la demanda tenga lugar. La víctima terminó siendo la acusada después de que, bajo presión de sus familiares, solicitó a la corte que obligara a su atacante, que la había violado tres veces, a pagar los gastos de manutención de la niña nacida de esas relaciones forzadas.
El tribunal que condenó a muerte a la mujer por adulterio no enjuició, sin embargo, por el mismo delito al hombre participante en esas supuestas relaciones ilícitas, que además está casado. Funcionarios judiciales señalaron que la acusada recibió la sentencia de muerte porque es divorciada, ya que si hubiera sido soltera el tribunal la habría condenado a recibir cien latigazos.
La muerte que le espera a la mujer, si la intervención internacional no logra detener la sentencia es particularmente cruel: será enterrada reo hasta las axilas, para que no pueda moverse. Luego le colocarán una capucha y, finalmente, decenas de personas le lanzarán piedras a la cabeza hasta que muera. El procedimiento puede llegar a durar varias horas.
La última esperanza de Safiya es la presión internacional. Su historia ha sido publicada a lo largo y ancho del mundo y diversas ONG dedicadas a la defensa de los derechos humanos han levantado su voz.
El gobierno de Nigeria ha dado señales de estar sintiendo la presión. El ministro de Justicia, Bola Ige (cristiano) ha dicho que no permitirá que se lleve a cabo una lapidación en Nigeria en pleno siglo XXI.
Pero para desgracia de Safiya, su caso se enmarca en un conflicto de mayores proporciones: la creciente tensión entre la mayoría musulmana (50 por ciento de la población) y los diversos grupos cristianos de este país de 126 millones de habitantes.
La llegada al poder del presidente Olusegun Obasanjo en 1999 marcó el comienzo de una era democrática en un país acostumbrado a resolver sus problemas políticos por la vía del golpe de Estado y abrió la esperanza de un futuro mejor para un pueblo que carga con la pésima reputación de ser el segundo más corrupto del mundo, según el informe 2001 de Transparencia Internacional.
Pero Obasanjo, un hombre que años atrás fue postulado para el cargo de secretario general de la ONU, es católico, y eso ha disparado las tensiones religiosas con la clase dirigente de la mayoría musulmana.
Para reforzar su poder, este último sector está aplicando la Sharia de forma cada vez más rigurosa en varios Estados del norte de esta república federal, donde son mayoría. La tensión es cada vez más grande y unas 4000 personas han perdido la vida por enfrentamientos entre las dos comunidades en los últimos dos años.
Safiya Huseini -que ruega a Alá por su vida- es sólo una víctima más de este enfrentamiento político-religioso.
La fuente: el autor es el director periodístico de El Corresponsal (www.elcorresponsal.com).