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lunes, mayo 20, 2024

El difícil camino hacia la paz en la República Democrática del Congo

Opinion/IdeasEl difícil camino hacia la paz en la República Democrática del Congo

El difícil camino hacia la paz en la República Democrática del Congo

Por Sergio Galiana

Después de más de un año de la muerte del presidente congoleño de facto Laurent Kabila, la guerra civil, iniciada en la República Democrática del Congo (RDC) en 1997 y que provocó la caída del dictador Mobutu Sese Seko, no parece encontrar aún una salida a través de la negociación política.

Las nuevas autoridades instaladas en Kinshasa, encabezadas por el hijo del presidente asesinado, Joseph Kabila, imprimieron un cambio en la política oficial aunque aún es imposible aventurar cómo y cuándo finalizará este conflicto que ya lleva casi cinco años y más de 2.000.000 de desplazados en la RDC.

Los antecedentes de esta guerra -denominada por la ex secretaria de Estado norteamericana Madelaine Albright como la “primera guerra mundial africana”- pueden encontrarse en una edición anterior de El Corresponsal, aunque brevemente se puede decir que en la RDC se enfrentan dos sectores. Uno, liderado por el presidente Joseph Kabila, es el gobierno reconocido por la comunidad internacional, controla dos terceras partes del territorio, incluyendo a la capital, el litoral marítimo y las zonas central y sudoriental del país, y cuenta con el apoyo decisivo de las fuerzas armadas de Zimbabwe y Angola. Además, recibe el apoyo indirecto de fuerzas congoleñas irregulares que combaten en las zonas fuera de su control, como los Mayi-Mayi en el este del país y de las guerrillas opositoras a los gobiernos de Uganda, Rwanda y Burundi que realizan incursiones desde el territorio congoleño.

A estas fuerzas se le oponen tres grupos armados: estos son el Movimiento para la Liberación del Congo (MLC) de Jean-Pierre Bemba, la Unión Congoleña para la Democracia – Movimiento de Liberación (RCD-ML), liderada por Mbusa Nyamwisi, y la Unión Congoleña para la Democracia – Goma, liderada por Adolphe Onusumba. Los dos primeros cuentan con el apoyo militar de Uganda, mientras que el tercero mantiene estrechas relaciones con el régimen que se estableció en Kigali luego del genocidio de 1994, al punto de que es virtualmente inexistente la frontera entre la zona controlada por el RCD-Goma y Rwanda.

El origen del conflicto entre estos grupos se remonta a agosto de 1998, cuando el RCD (creado en esos días con el respaldo de Rwanda, Uganda y Burundi) desató una ofensiva contra Laurent Kabila luego de que éste tomara posiciones cada vez más autónomas, desplazando a sus antiguos aliados de los puestos de poder. La respuesta a esta iniciativa fue la intervención militar directa de Zimbabwe, Angola y Namibia, delineando los bloques que se enfrentan en la actualidad.

En julio de 1999, luego de un año de enfrentamientos armados, se firmaron los Acuerdos de Lusaka entre los gobiernos de la RDC, Angola, Namibia, Rwanda, Uganda, Zimbabwe y los movimientos congoleños rebeldes. Con este compromiso se buscaba formalizar un cese de fuego, el retiro de las tropas extranjeras, la normalización de las fronteras, el desarme de las milicias y grupos armados, todo esto supervisado por una fuerza internacional bajo la égida de las Naciones Unidas, al tiempo que se convocaba a un diálogo intercongoleño para sentar las beses de un nuevo ordenamiento institucional del país que permita alcanzar una paz duradera.

Este acuerdo no tuvo una implementación práctica durante el gobierno de Laurent Kabila, pese a que se produjo un precario cumplimiento del cese de fuego. Éste institucionalizó una suerte de reparto del territorio congoleño, que fue aprovechado por los distintos gobiernos que intervienen en el conflicto para obtener beneficios particulares. El establecimiento de un gobierno aliado en Kinshasa le permitió al de Luanda eliminar los “santuarios” del grupo rebelde UNITA en la frontera, grupo que recibió apoyo congoleño desde 1975 y sobre cuyas operaciones pesa una condena de las Naciones Unidas.

En Zimbabwe, el gobierno de Robert Mugabe obtuvo importantes concesiones mineras en la región de Katanga y la participación en la guerra le permitió a un estrecho grupo amasar grandes fortunas como proveedoras del ejército nacional, aunque en el plano interno el régimen se ve cada vez más cuestionado a causa de una profunda crisis económica, agravada por los conflictos con la oposición y los granjeros blancos.

En el caso de los principales sostenes externos de las fuerzas rebeldes, la intervención de Rwanda, Uganda y Burundi se puede explicar en gran medida a partir de la explotación de los recursos naturales del Congo, lo que denunciado por las naciones Unidas en abril y noviembre de 2001, aunque esos gobiernos afirman que su presencia en la RDC sólo se debe a la necesidad de garantizar fronteras seguras y de impedir el accionar de grupos rebeldes armados.

De todas maneras la situación se volvió más frágil luego de la ruptura entre Kampala y Kigali en 1999, que responde a diversas causas -entre ellas la disputa sobre la hegemonía política en la región de los Grandes Lagos- y cuya expresión más violenta fueron las tres batallas entre fuerzas regulares de ambos países en la ciudad congoleña de Kisangani, la segunda ciudad del país, que dejó un saldo de cientos de muertos y heridos entre los meses de agosto de 1999 y mayo de 2000.

Si bien es importante la participación de los ejércitos extranjeros en el desarrollo de los acontecimientos en la RDC, no hay que desestimar la participación de la sociedad civil, la iglesia y los partidos políticos, considerados en su conjunto como la “oposición desarmada” al régimen de Mobutu y que reclamaba una apertura política real a las autoridades de Kinshasa constituidas desde el comienzo de establecimiento de Laurent Kabila.

En este sentido, los avances más significativos se produjeron a partir de febrero de 2001, cuando Joseph Kabila tomó la iniciativa a poco de asumir y destrabó los obstáculos para la reunión del diálogo intercongoleño al reconocer como mediador al ex presidente de Botswana Ketumile Masire, resistido por su antecesor, y negoció con el resto de los signatarios del Acuerdo el despliegue de la fuerza de interposición de las Naciones Unidas, llevado a cabo en marzo.

En el plano interno, el gobierno liberalizó -tímidamente- la vida política, lo que le permitió al histórico líder antimobutista Etienne Tshisekedi regresar a Kinshasa en abril y a numerosas organizaciones de derechos humanos salir de la clandestinidad.

Podemos comprender estos actos de Joseph Kabila como un intento por parte del joven presidente de legitimar su autoridad tanto ante la sociedad congoleña como ante la comunidad internacional, ya que su ascenso a la presidencia de la RDC sólo se justificó en su momento por ser el hijo de quien había derrocado a Mobutu Sese Seko.

Con el objetivo de sentar las bases para el diálogo intercongoleño, a lo largo de 2001 se realizaron varios encuentros entre representantes gubernamentales, de los grupos rebeldes armados, de la oposición no armada y de la sociedad civil.

Estas negociaciones presentaron una limitación fundamental para llegar a un acuerdo concluyente: allí se encontraban cuatro actores con virtual poder de veto -el gobierno, el MLC, el RCD-ML y el RCD-Goma- lo que derivó en la formación de una “mesa chica” compuesta por estos actores, lo que desvirtuó la esencia del diálogo. De todas maneras, las posiciones de estos cuatro participantes se volvieron cada vez más intransigentes a medida que no se alcanzaban los acuerdos y recrudecían los enfrentamientos armados en el este del país, en la región de Kivu, donde se originó esta guerra en 1996.

Éstos tienen hoy una magnitud que pueden explicarse a partir de los distintos objetivos que persiguen sus protagonistas: hay enfrentamientos a nivel local por el control de los recursos, en particular el acceso a la tierra, entre diferentes comunidades congoleñas, como los maji-maji y banyamulenges (congoleños de origen ruandés). Por otra parte, hay combates entre grupos armados que aspiran a tomar el poder en sus países y los ejércitos de sus respectivos gobiernos en la República Democrática del Congo, pero también en Rwanda, Uganda, Burundi y Angola.

A nivel regional, numerosos gobiernos quieren establecerse como hegemónicos a través de la vía militar, en gran parte como una forma de resolver graves conflictos internos, como los de Rwanda, Uganda y Zimbabwe.

Finalmente, potencias extra africanas también están inmersas en este conflicto buscando extender sus áreas de influencia, como el apoyo velado que los gobiernos de Francia y Bélgica brindan a Kabila y el que EE.UU. otorga a los regímenes de Kampala y Kigali.

La imposibilidad demostrada a través del desarrollo histórico de resolver estos conflictos por carriles separados sugiere que la solución del conflicto en el Congo sólo es posible en el marco más amplio de un proceso regional de paz que abarque a la región de los Grandes Lagos en su conjunto y que contemple a la sociedad en su conjunto y no sólo a quienes optaron por la vía armada como medio para acceder al poder.

La fuente: el autor es docente de la cátedra de Historia de la Colonización y Descolonización (Universidad Nacional de Buenos Aires – UBA)..

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