Irán y Hamas son los dos “males” que Israel quiere “extirpar” de Oriente Medio. El Gobierno de Tel Aviv quiere aprovechar los últimos años de mandato de Bush para solucionar los problemas que plantea el auge islamista, que se ha ido apoderando de la región.
Por Adrián Mac Liman
En Medio Oriente hay dos males que conviene “extirpar”, según la cúpula militar israelí: la República Islámica de Irán, el país que planta cara tanto a los Estados Unidos como a la ONU, y el Movimiento de Resistencia Islámica de Palestina (Hamas), que se ha convertido en un peligro inmediato para el Estado judío. En ambos casos, el general en la reserva Giora Eiland, jefe del Consejo de Seguridad Nacional de Israel, recomienda una solución poco ortodoxa: la eutanasia. No se trata de dejar que el paciente sucumba de muerte natural, sino de “echarle una mano” para que rinda su alma en el lugar y el momento que el estamento castrense hebreo considere oportuno.
Los analistas políticos estiman que se pretende así ocultar los verdaderos designios del establishment político de Tel Aviv, empeñado en aprovechar los últimos años del mandato de George W. Bush para solucionar los problemas que plantea el auge islamista que se ha ido apoderando de la región. Un fenómeno que está estrechamente vinculado a la crisis generada por el apoyo incondicional del actual inquilino de la Casa Blanca a la política israelí y a la incapacidad de Washington de abandonar su política de doble rasero, que avala sin reservas la actuación de la derecha sionista, haciendo suya la ambigua terminología “pacifista” de quienes pretenden imponer soluciones “unilaterales” al conflicto israelo-palestino. Olvidan los consejeros de la Casa Blanca que la paz no se impone por decreto. El unilateralismo de los padres fundadores del Estado de Israel tuvo como consecuencia el desencadenamiento de la primera guerra árabe-israelí y la inmensa mayoría de los conflictos registrados en la zona durante las últimas cinco décadas se debe a la actuación unilateral de las autoridades de Tel Aviv.
Los políticos hebreos tienen razón al afirmar que, desde su punto de vista, un Irán potencia nuclear constituye un peligro para la seguridad de Israel. Sin embargo, los politólogos jerosolimitanos saben que la jerga empleada por el presidente Ahmadinejad no difiere del discurso primitivo del ayatollah Khomeini. Con la única diferencia de que el viejo líder religioso optó por suspender el faraónico programa nuclear iniciado por el Sha Reza Pahlevi, mientras que el actual jefe de Estado persa apuesta por la modernidad. Lo que pretenden ocultar o minimizar los analistas hebreos es la existencia de un nutrido arsenal nuclear israelí. Este secreto a voces se ha convertido en una realidad molesta e inconfesable para la clase política de Israel.
El hecho de que Teherán mantenga contactos oficiales u oficiosos con los movimientos radicales de la zona, como Hezbollah o la Jihad Islámica, no constituye algo novedoso. Hace más de veinte años los servicios de inteligencia israelíes conocían los pormenores de las relaciones establecidas por la revolución khomeinista con las agrupaciones de corte islámico. Más aún, cuando el espionaje militar hebreo detectó los primeros síntomas de un posible acercamiento de Hamas a la orbita iraní, hizo todo lo que estaba en su poder para modificar el rumbo de los radicales palestinos, encauzándolos hacia las arcas de la monarquía saudita. En aquellos tiempos, los estrategas occidentales consideraban que el movimiento islámico palestino era un mero títere controlado por Israel. Otra equivocación que se suma a los errores de cálculo cometidos por el Estado judío.
Aprovechando el impacto del 11-S en la opinión pública estadounidense, el establishment hebreo optó por radicalizar su lenguaje. En Washington, el enemigo tenía nombre: el Islam. Ese mismo Islam se convirtió en la pesadilla de la sociedad israelí. ¿El mismo Islam? La resistencia islámica palestina procuró por todos los medios disociarse de las acciones violentas llevadas a cabo por la llamada “internacional terrorista” árabe, dejando constancia de que su combate se limitaba a la liberación de su tierra.
Hamas dejó de ser un mero títere al enfrentarse, desde el otoño de 1994, con la plana mayor de la OLP, con la dirección de la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Sus principales bazas fueron la honradez y la eficacia. De ahí su éxito político; de ahí el miedo de los políticos israelíes. De ahí, quizás, el deseo del jefe del Consejo de Seguridad Nacional de Israel de contemplar la eutanasia como solución de los problemas estratégicos que afronta Tel Aviv. Pero qué duda cabe que los males encarnados por el binomio Teherán–Hamas no pueden desaparecer mediante la simple eutanasia. Subsiste, pues el interrogante: ¿Cuál es la otra solución ideada por Israel?
La fuente: el autor es escritor y periodista, miembro del Grupo de Estudios Mediterráneos de la Universidad de La Sorbona (París). Su artículo se publica por gentileza del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) – ccs@solidarios.org.es.