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jueves, mayo 9, 2024

Irán detrás de la máscara

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Irán detrás de la máscara

Entre el refinamiento extremo y los arcaísmos, la Persia milenaria levanta por fin el velo que oculta sus tesoros. Y profesa ya un culto al turismo. Si el visitante sabe mirar a través de los resquicios de una cultura tan sutil como los nudos de una alfombra persa, encontra que Irán no es un país de vitrinas, sino de misterios, que cultiva el arte del ocultamiento. Como si el velo no fuera sólo la pantalla de las mujeres, sino el componente inherente a toda una civilización.

Por Patricia Brambilla

Mercado de Yazd.

Al llegar a Teherán, no hay que fiarse de las apariencias. Porque esta capital en construcción bajo un cielo casi continuamente gris no es más que una falsa vitrina de Irán. Aquí, las veredas están cortadas por los djub, canales abiertos que arrastran aguas turbias, y los edificios grises construidos de prisa no son más que los estigmas de una ciudad que apenas puede contener a sus doce millones de habitantes y su flota patológica de autos. Sólo los afortunados perciben, en el norte, la cadena nevada de Alborz.

Pero, así es. Es necesario aprender a desbaratar las máscaras. Sobre todo en Irán. Porque la naturaleza misma de este país, verdadero mosaico de culturas, ofrece una realidad compartimentada: todo tiene aquí una doble faz, un entrecruzamiento paradójico entre lo que se ve y lo que es. Así, al código estereotipado de la calle, reglamentado por el régimen islámico, responde al de la vida privada, en plena mutación.

Entonces sí, en el exterior, las mujeres llevan obligatoriamente el chador, o al menos el hedjab (pañuelo). Sí, ellas suben exclusivamente por atrás en el bus, ocultas a la mirada de los hombres instalados adelante. Sí, tienen prohibido cantar o bailar, todas las discotecas fueron cerradas por el ayatollah Khomeini en el momento de la revolución (1979). He aquí la cara visible de las cosas.

La vida está en otra parte

Pero hay que buscar la otra cara de la moneda, mirar a través de los resquicios de una cultura tan sutil como los nudos de una alfombra persa. Pues la vida sucede en otro lado, en la intimidad. Es entre amigos que se baila, se bebe alcohol y las mujeres visten minifalda. Es al abrigo del follaje de Daraké, un barrio al norte de Teherán, que los enamorados se pasean de la mano. Y que las chicas más osadas se quitan, a pesar de la prohibición, los velos.

“Algunos jóvenes están completamente inclinados hacia Occidente y los Estados Unidos. Escuchan rap, conocen de memoria a Michael Jackson y miran películas norteamericanas en video”, cuenta Alí, un joven estudiante de Teherán. El deseo de cambio es palpable sobre la alta meseta persa, como lo confirman las últimas elecciones favorables por el 70% a la política de apertura del presidente Khatamí: “Es necesario encontrar un camino propio para Irán. Tener más libertades, sí, pero ¿hasta dónde?”, se pregunta Alí.

Una prueba de respetabilidad

Pues toda la ambigüedad está aquí: hay que avanzar, pero no brutalmente, no totalmente. Imposible romper con todas las ataduras de una religión omnipresente, o no deseada, sobre todo cuando las mentalidades están impregnadas de costumbres seculares.

Si bien cada vez más mujeres se sientan en el Majles, el Parlamento, y ocupan puestos de responsabilidad, la mayoría continúa vistiendo ropas oscuras aunque no estén obligadas. “Nos sentimos más seguras para salir a la calle, para no ser importunadas. El negro es una prueba de respetabilidad”, explica Shirin, estudiante en Shiraz, en el sur del país. Para Sahar, de 33 años, la cuestión está en otra parte: “Lo importante es que la situación económica mejore. En cuanto a la mujer, yo quiero más que nada seguir ejerciendo mi profesión. La vestimenta es secundaria, es una cuestión de hábito”.

La mentalidad persa es compleja, parecida a una obra de marquetería, donde se alternan arcaísmos oscuros y tentaciones de modernidad. Una vez más, Irán no es un país de vitrinas, sino de misterios, que cultiva el arte del ocultamiento. Como si el velo no fuera sólo la pantalla de las mujeres, sino el componente inherente a toda una civilización. Es así: los descendientes de la gran dinastía aqueménida (VI siglo antes de Cristo) se transformaron en maestros del reflejo y los efectos de espejo. Ellos labraron una cultura de refinamiento, del arabesco y la complicación ornamental tanto como la del espíritu. Una cultura de lo esquivo que implica necesariamente un régimen de lo prohibido.

Es por eso que hay que atravesar la puerta de las falsas apariencias. Es detrás de los muros que están los jardines. Literalmente y de forma figurada. Y allí, no un patio interior que sea sólo un fuego de artificio vegetal, sino verdaderos macizos de rosas y remolinos de flores, como en el parque de Bâgh-e Eram o en el de Hâfez à Shiraz.

Hay un arte de vivir, una suavidad hasta en la manera de tomar el té: se descalzan y se sientan sobre alfombras, a la sombra de los naranjos. O, mejor, en pequeñas logias suspendidas a los lados de los puentes, como hay en Ispahan, la “Florencia de Oriente”, al sur de Teherán. Y es el momento de saborear las horas azucaradas, al gusto del narguile, mientras corre suavemente, allí debajo, el fértil río Zâyandeh-rud.

Jardines de generosidad

Mezquita de Imam.

Cima del refinamiento estético son las mezquitas, por supuesto, con sus planos de agua inmóvil, sus sublimes cúpulas turquesas y sus muros tapizados de caligrafía y de loza florida. Para no olvidar, la mezquita del Viernes, en Ispahan, verdadero libro de historia que porta en sus ladrillos crudos todas las edades de la arquitectura persa. Qué se le puede desear al viajero, más que encontrarse en la mezquita de Imam, sobre la plaza real de Ispahan, y ser atrapado por el silencio. Un silencio azul, intenso, separado del tiempo, donde sólo el vuelo de algunos pichones toma una dimensión casi mística.

Asimismo, se encuentran, detrás de los rostros velados, jardines de generosidad; bajo la austeridad del negro, tesoros desconocidos para la humanidad: un pueblo que conserva el sentido de hospitalidad, una curiosidad sana por el otro. Usted es el extranjero y usted será el fotografiado a hurtadillas por un grupo de escolares sedientos de exotismo. Usted es el extranjero y será el huésped, invitado de a beber el té y compartir un kebab en un picnic improvisado al borde de la ruta. El régimen represivo no ha puesto fin a este intenso deseo de vivir, de disfrutar, que invade todas las miradas.

Sobre el puente de los Treinta y Tres Arcos, Si-o-Seh pol, en Ispahan, un hombre hace danzar dos cotorras amarillas. Por mil riales, el pájaro saca al azar un pequeño papel de colores, donde se encuentra una máxima que acompañará al viajero. Probé suerte. Estaba escrito: “No hay que fiarse de las apariencias”. Esto no es inventado.

Los “zurkhâneh”: músculos y oración

Para los profanos, todo en Irán parece insólito. Desde el fárrago aromático de los bazares a los llantos demostrativos de los fervientes en el mausoleo de Shâh Cherâgh en Shiraz. Pero hay un espectáculo que sería una pena perderse: es el que se desarrolla en los “zurkhâneh” o casas de la fuerza. Se trata de una sala de musculación, con una fosa octogonal, donde se reúnen exclusivamente los hombres (las mujeres turistas sí pueden asistir). En el programa, algunos ejercicios de marcación de músculos y de resistencia, como levantamiento de pesas y movimientos con el “mille”, un grueso bastón de madera, pero no solamente eso.

Porque aquí, el músculo está ligado a la oración. Los atletas obedecen entonces a un ritual muy preciso, donde se mezclan danza y trance. Todo se desarrolla al son de un tambor tocado por el “morshed”, el guía, que conduce la ceremonia, canta y recita capítulos del Corán. Una verdadera celebración que hace del deporte una prueba de fuerza, pero también de humildad y de devoción al Profeta.

¡Cuidado con los errores! Largas siluetas negras refinadas, las mujeres iraníes tienen la belleza de una letra de caligrafía persa. Inútil rivalizar: la occidental se contentará con arreglarse de manera reglamentaria sin pretender elegancia… Es obligatorio cubrirse la cabeza con un pañuelo (evitar los colores chillones), vestir mangas largas y pantalones (o pollera larga que cubra los tobillos). Como las temperaturas llegan fácilmente hasta los 37 grados en verano, la ropa amplia tiene la doble ventaja de ser agradable y ocultar el cuerpo. ¿Hay que ponerse el pañuelo cuando se mira por la ventana del hotel? No. Pero sí cuando se responde a la puerta. Desde que se sale de la habitación, se entra en un espacio público. Y, entonces, se deben cumplir las reglas de la vestimenta.

Las relaciones entre hombres y mujeres están muy codificadas. En público, hay que evitar tocar la mano o abrazar a una persona del sexo opuesto -a menos que pertenezca a la familia-. Para saludar, una simple inclinación de cabeza es suficiente.

Evite el gesto del pulgar levantado, que entre nosotros significa que todo esta en orden. Allá, es equivalente a nuestro mayor extendido… En caso de error, repárelo diciendo “bebakhshid”.

Sería una pena dejar Irán sin haber probado el “fesenjun” (pollo con salsa de granada y nueces), arroz con arándanos y helado de agua de rosa. Datos para el viajero

DATOS DEL PAIS

Superficie: 1.648.000 de kilómetros cuadrados. Población: más de 67 millones de habitantes (censo de 1998). Composición étnica: descendientes de los arios (kurdos, mazandaraníes, gilaníes, beluchíes, luristanos y bajtiaríes), minorías no arias (azerbaiyanos, jamse, qashaqis y turcomanos) y pequeños grupos de árabes, armenios, asirios y judíos. Idioma: la lengua oficial es el farsí (persa). Los diferentes grupos étnicos habla sus propios idiomas (turco, kurdo, árabe, azarí). El inglés se habla en los hoteles internacionales, los restaurantes y en muchas tiendas.

Ubicación geográfica: en Asia Occidental, limita al oeste con Irak, al noroeste con Turquía, al norte con Armenia, Azerbaiján y Turkmenistán y el mar Caspio, al este con Afganistán, al sudeste con Pakistán y al sur con el Golfo Pérsico y el mar de Omán. El territorio está formado por un conjunto de elevadas mesetas, con importantes cadenas montañosas como los montes Zagros al oeste y el Elburz al norte. La aridez de las mesetas limita las posibilidades agrícolas y por ello la población conserva tradiciones de carácter nómade. La mayor parte de la población vive en la estrecha franja de tierra fértil comprendida entre el mar Caspio y las laderas de los montes Elburz. Al sur de esta zona se encuentra la capital, Teherán.

Historia: las informaciones históricas más antiguas hacen referencia al 3000 a. C., con el reino de Elam, establecido en los montes Zagros. En el siglo VIII a. C., las invasiones asirias debilitaron el poder de los medos y los persas, pero finalmente, los medos consiguieron rechazar a los asirios y se hicieron con el control de Irán fundando el primer imperio iraní.

Hacia el 550 a. C. los persas, comandados por Ciro II, se levantaron y sometieron a los medos. La dinastía aqueménida, fundada por Ciro el Grande, inició así su período de poder, y se extendió desde el Mediterráneo hasta el río Indo, en el sur de Asia, y desde el mar Caspio hasta el Océano Indico. Su hijo Cambises añadió Egipto a los territorios conquistados y Darío I, que ascendió al trono el año 532 a. C., inició una época de prosperidad y poder que sólo se vio perturbada por sucesivas guerras sostenidas con los griegos durante el siglo V a. de C. Finalmente, Alejandro Magno destruyó el gran imperio creado por Ciro.

Tras la muerte de Alejandro, uno de sus generales, Seleuco, fundó una nueva dinastía: los seleúcidas, que controlaron Irán hasta el 250 a. C., fecha en que los partos, tribu escita, derrocaron a los gobernantes griegos creando un Estado que enlazaba con la tradición del imperio persa. El dominio parto duró hasta el 224 a. C. En esta fecha la dinastía sasánida resucitó el poderío persa, iniciando un período de más de 400 años de dominio imperial en constante lucha con los romanos. La debilidad interna del imperio hizo posible que Irán cayese en poder de los árabes en el 634, quienes llegaron a dominar el país durante más de 200 años.

Pero a partir del siglo IX el imperio musulmán empezó a decaer dividiéndose en numerosos reinos pequeños. En 1220 los mongoles mandados por Gengis Khan invadieron Irán y se quedaron en el poder hasta el siglo XVI. En 1722 se produjo una invasión afgana, expulsada posteriormente por Nadir Sha, que inició una nueva era de conquistas ocupando Afganistán y llegando hasta Delhi, en la India. Durante el siglo XIX, el país estuvo bajo la influencia económica inglesa.

En 1921, un oficial del ejército, Reza Khan, tomó el poder, se autoproclamó sha e inauguró la dinastía Pahlevi. El nuevo sha, en contra de los poderosos líderes shiítas, abolió antiguas tradiciones en un intento de modernizar el país. En 1979 el sha fue obligado a abandonar el país, y el ayatollah Khomeini, jefe espiritual de los shiítas, regresó del exilio, tomó el poder y proclamó la República Islámica. Desde 1980 hasta 1988 Irán mantuvo una cruenta guerra con Irak por un litigio territorial sobre el estrecho de Chatt el-Arab. En la actualidad, el fundamentalismo revolucionario se ha moderado y el país se ha vuelto más permeable al exterior.

Documentación: se necesita pasaporte en vigor y visa, que no es fácil de conseguir. La tramitación se simplifica si se viaja a través de una agencia de turismo. Clima: el verano es caluroso y seco y el invierno frío y seco. En general, predomina el clima subtropical estepario a excepción de las zonas montañosas donde abundan las lluvias. La mejor época para visitar Irán es de mitad de abril a comienzos de junio y de fin de septiembre a comienzos de noviembre. Hay que tener en cuenta que muchos servicios, entre ellos los restaurantes, se suspenden durante el mes del Ramadán.

Transporte: por las importantes distancias entre los puntos de interés, el avión es el medio de transporte más recomendado. Las líneas aéreas Irán Air e Irán Asseman tienen vuelos diarios entre Teherán y las ciudades más importantes. Para los que prefieren el tren, las principales líneas van de Teherán a Gorgan, Yolfa, Razi, Mashhad, Kerman, Bandar-e Imam Jomeini y Jorramshahr. Si se dispone de tiempo, es recomendable el trayecto entre Teherán y Mashhad, que atraviesa variados paisajes. En cuanto al autobús, hay varias compañías que unen las principales ciudades. Las unidades son nuevas y confortables y con aire acondicionado. Hay que tener en cuenta que algunas ciudades cuentan con más de una estación de autobuses.

Irán cuenta con las mejores carreteras de Medio Oriente y en las principales ciudades hay oficinas de alquiler de vehículos. La velocidad máxima es de 110 km/h en autopistas, 80 km en las carreteras durante el día y 70 km durante la noche. En las zonas urbanas es de 50 km/h. Si piensa realizar alguna travesía por el desierto es conveniente informarse sobre las estaciones de servicio que hay en el camino. En las principales ciudades hay autobuses públicos y el taxi es muy económico.

Dinero: la unidad monetaria es el rial iraní. Todavía se utiliza el toman, que equivale a 10 riales. Se puede cambiar moneda a la tasa oficial en bancos, en locales en la calle (legales y más ventajosos) y en el mercado negro. La divisa más aceptada es el dólar norteamericano, pero no admiten billetes anteriores a 1990. Visa es la tarjera más aceptada. La propina no es una costumbre y los precios, a menudo, se negocian.

Salud: las condiciones sanitarias son buenas en la capital y en las principales ciudades del país. No existen vacunas obligatorias.

Seguridad: es bastante seguro, pero de igual manera se recomienda a los viajeros que se desplacen a las regiones de Kurdistán, Sistán y Baluchistán que vayan en grupo y acompañados de un guía o intérprete local. También es preferible evitar todas las zonas fronterizas, en especial las que lindan con Afganistán y Pakistán. Es importante observar las normas sociales impuestas por el código islámico vigente en el país: hay que evitar el contacto entre hombres y mujeres en público; las mujeres deben vestir chador y los hombres, pantalones largos; se aceptan todos los colores excepto el rojo; las bebidas alcohólicas están prohibidas, así como también la música y el material documental o escrito que no respete dichas normas.

Compras: los productos más interesantes son las especias, las miniaturas, las alfombras, el caviar, las telas estampadas, el cobre repujado, las vajillas de latón esmaltado y las cerámicas. La artesanía es, en general, de gran calidad. Los mejores sitios para comprar son los zocos y en especial los de Shirar e Isphahán. Es un hábito regatear los precios.

Gastronomía: los platos persas se basan en verduras, legumbres, carne y arroz. El plato nacional es el “chelo kabab”, con arroz fino y largo con azafrán y carne magra cortada en tiras y cocinada al carbón. Otros platos característicos son: “ghorme sabzi”, con carne, verduras, judías y especias; “gheime”, con carne de cordero, lentejas en puré, papas, tomate y especias; “joresht lubia”, con carne, judías verdes, verduras, tomate y especias, y “joresht fesenyon”, con ternera, cordero o pollo, nueces picadas, jarabe de granadas y especias. También hay una gran variedad de postres. La bebida más típica es el té, que nunca se mezcla con leche y que se sirve como un gesto de hospitalidad.

La fuente: Construire, semanario suizo que tira 390.000 ejemplares,pertenece al grupo Migros y está dirigido, sobre todo, a un público familiar(www.construire.ch)

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