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sábado, mayo 18, 2024

Mas’ha, una grieta de paz en el muro de la violencia

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Mas’ha, una grieta de paz en el muro de la violencia

Cada día, nuevas alambradas de púas, fosos y muros de hormigón se levantan para aislar la aldea de Mas’ha, en Cisjordania, donde el gobierno israelí pretende confiscar el 95 por ciento de las tierras productivas, alegando razones de seguridad. Pero la resistencia pacífica de su gente, con el apoyo de grupos internacionalistas, muchos de ellos judíos, están dificultando los planes. La humillación ha llegado al punto de que las obras son ejecutadas por obreros palestinos desocupados, a quienes se les ha confiado que construyan su propia prisión.

Por Avi Zer-Aviv

Por generaciones, los habitantes de la aldea de Mas’ha, en Cisjordania, han vivido en la tierra en que nacieron. Los olivares han sido su fuente de sustento y orgullo, y el principal producto agrícola. A través de la turbulenta historia política de la región, los campesinos han continuado su legado de plantar y recoger.

Todo esto cambió este año, cuando el gobierno israelí presentó a los habitantes documentos demandando la confiscación de cerca del 95% de sus tierras productivas. Esto dejó a los aldeanos en estado de schock, entre ellos Na’azi Shelabi, padre de siete hijos que depende de su plantación para su sustento.

Cuando el schock se transformó en desesperación, Na’azi salió para su tierra, para contemplarla en solitario con su dolor.

Tales historias son hoy lugar común en Palestina e Israel, en la medida que el renovado conflicto ha erosionado el tejido de humanidad que hace de esta región un lugar especial.

Con la máquina de muerte escalando por los dos lados, Israel decidió erigir un muro de separación de gran escala, proyectado para evitar la entrada de palestinos en territorio israelí.

Pero, el muro se transformó en una forma de prisión para millones de palestinos, creando enclaves semejantes a los bantustanes sudafricanos, seccionando ciudades, aldeas y calles, para proteger asentamientos construidos en territorios palestinos desde 1967.

Mas’ha se sitúa a pocos kilómetros al este de la Línea Verde (frontera entre Israel y Jordania antes de la Guerra de 1967). El muro de separación no está siguiendo la Línea Verde y corta profundamente el territorio palestino. La aldea de Mas’ha está siendo físicamente seccionada como consecuencia del muro, al igual que otras numerosas aldeas de la vecindad.

Con tal destrucción a la puerta de su casa, Na’azi decidió resistir y actuar. Reunió a otros vecinos y organizó una pequeña demostración con el apoyo de una organización pacifista femenina. Poco después, una amplia red de grupos pacifistas palestinos, israelíes y extranjeros se involucró en una segunda protesta mayor, en marzo último, que instaló un campamento de paz (peace camp) bien cerca de la senda del muro en Mas’ha.

Cuando llegamos allí al inicio de este mes, los aldeanos nos recibieron con afecto y me llevaron al local del campamento. En ese momento, el campamento llevaba dos meses de existencia, habitado día y noche por una mezcla de palestinos, israelíes y extranjeros.

Los soldados israelíes también habían efectuado visitas, pero no con el mismo espíritu de solidaridad. Declararon el campamento como “zona militar” y exigieron que todos los palestinos saliesen inmediatamente. Cuando sus exigencias fueron rechazadas, acordaron que el campamento fuese habitado durante el día pero no por la noche. Cuando sus órdenes no fueron atendidas, el ejército continuó sus visitas, fotografiando a los participantes y cuestionando a los organizadores.

Allí estábamos, venidos por caminos distintos, reunidos bajo la sombra de un olivar, para conocernos y ejercitar una practica de paz que deseábamos.

Mi vida se tranformó en el curso de dichos días que pasé en Mas’ha. La coexistencia no era apenas un ideal nebuloso sino una fuerte rutina diaria al mantener el campamento limpio, preparando las comidas, contando historias y charlas y planeando acciones contra la ocupación y el Muro.

Conocí algunas personas increíbles, plenas de optimismo, con renovación y dedicación a la paz y a la conciliación que alimentó mi vida en los últimos años.

Zeiad, un habitante de Mas’ha, cuya familia habita desde hace nuchas generaciones, admite nunca haber tenido, antes del campamento, conocimiento de israelíes seriamente comprometidos en favor de la paz. Su principal contacto con israelíes fue siempre con colonos de los asentamientos cercanos a la aldea, que acompañaron la confiscación del bosque de olivares de su padre. Ahora, participa diariamente en el campamento y sueña con el día en que él y su gente puedan vivir en un país libre y soberano, desafectado de asentamientos.

Observar la construcción del muro es la parte más dura de mi experiencia.

Cada día, nuevas camadas de alambradas de púas, fosos y hormigón se yerguen, y la aldea se muestra un poco más aislada. El gobierno israelí también contrató palestinos locales para las obras. Ver árabes construyendo su prisión no sólo me ocasionó lágrimas, sino que me recuerda la profunda humillación que es la ocupación.

En mi último día en Mas’ha, sus habitantes me invitaron a una excursión por territorio palestino y me llevaron a otras aldeas y ciudades afectadas por el muro, recorriendo caminos precarios para evitar los puestos de control militar.

Volví con una renovada sensación de vibración y coraje, sabiendo que todo comienza desde abajo y si podemos hacerlo en Mas’ha , lo podemos hacer en cualquier lugar.

Hoy hablé con Na’azi por teléfono. Ahora llegar al campamento es más difícil pues el muro fue cerrado en su entorno. Se decidió que el campamento sea transferido para otra parte de Mas’ha.

La resistencia pacífica ofrece algo que ni los corazones de piedra derrotarán, a pesar de toda la violencia.

La fuente: el autor es un estudiante judío canadiense, militante pacifista en Israel.

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