El adiós a Fadwa Tuqan, poeta palestinaFadwa Tuqan es la más grande poeta palestina. Nació el 1 de marzo de 1917 en Nablus, en el seno de una destacada familia de intelectuales y políticos, de origen cristiano, y murió el 12 de diciembre de 2003, a los 86 años. Su poesía aparece como espléndido desvelamiento de una sensibilidad femenina tradicional: lírica e intimista, apasionada y contenida, frágil, trasparente y dramática, pero su lírica adquirió un brusco tono nacionalista después de la guerra de 1967, que dejó a Nablus bajo la administración israelí. La ocupación le proporcionó nuevos temas -la dura prueba de someterse a controles en los pasos de frontera, la indignidad de las demoliciones de viviendas y el fervor de la sublevación de los niños-.
Ha publicado varios libros de poemas: Sola con los días (1952), La encontré (1957), Danos amor (1960); Ante la puerta cerrada (1967), El comando y la tierra (1968), La noche y los jinetes (1969), Sola en la cumbre de este mundo (1974) y una apasionada biografía de su hermano, Mi hermano Ibrahim (1946), que murió en 1941 y cuyos poemas se habían convertido en estandarte de los palestinos durante la rebelión contra la ocupación británica en 1933-37.
Mi ciudad está triste
El día en que conocimos la muerte y traición, se hizo atrás la marea, las ventanas del cielo se cerraron, y la ciudad contuvo sus alientos. El día del repliegue de las olas; el día en que la pasión abominable se destapara el rostro, se redujo a cenizas la esperanza, y mi triste ciudad se asfixió al tragarse la pena.
Sin ecos y sin rastros, los niños, las canciones, se perdieron. Desnuda, con los pies ensangrentados, la tristeza se arrastra en mi ciudad, un silencio plantado como monte, oscuro como noche; un terrible silencio que transporta el peso de la muerte y la derrota. ¡Ay, mi triste ciudad enmudecida!
¿Pueden así quemarse los frutos y las mieses, en tiempo de cosecha? ¡Doloroso final del recorrido!
Parto
El viento arrastra el polen, y nuestra tierra se sacude de noche en los temblores del parto.
Y el verdugo se engaña a sí mismo, contándose la historia de la incapacidad, la historia de la ruina y los escombros.
¡Joven mañana nuestra!… Cuéntale tú al verdugo cómo son los temblores del parto; cuéntale cómo nacen las margaritas del dolor de la tierra, y cómo se levanta la mañana del clavel de la sangre en las heridas.
Me basta con seguir en tu regazo
Me basta con morir encima de ella, con enterrarme en ella. Bajo su tierra fértil disolverme, acabar, y brotar hecha hierba de su suelo. Hecha flor, con la que acaso juegue la mano de algún niño crecido en mi país. Me basta con seguir en el regazo de mi tierra: Polvo, azahar y hierba.
No lloraré
A las puertas de Yafa Amigos míos, y entre el caos de escombros de las casas, entre la desnutrición y las espinas, dije a los ojos, quieta: deteneos… Lloremos sobre las ruinas de quienes se han marchado abandonándolas.
La casa está llamando a quien la edificó La casa está dando el pésame por él.
Y el corazón, deshecho, gime y dice: ¿Qué te han hecho los días? ¿Dónde están los que antes te habitaban? ¿Has sabido de ellos? ¿Has sabido tras su partida?
Aquí soñaron, aquí estuvieron y trazaron los planes del mañana. Más, ¿dónde están los sueños y el mañana? Y, ¿dónde, dónde ellos?
¿Cómo van a aplastarme las heridas? ¿Cómo podrá aplastarme la desesperación? ¿Cómo voy a llorar ante vosotros?…
Polvo
El final de mi largo camino hasta donde yo llegue, de cualquier destino, es el premio de los años no el de llegar.
¿Por qué me apresuro? ¿Qué quiero en mi viaje por esos desiertos como una sombra fugitiva?
Mis pies consumidos por las rocas las olas del viento que siguen dando vueltas y vueltas conmigo mientras yo sigo a través de este vacío de esta soledad. Polvo, polvo delante y detrás de mí; a mi alrededor, polvo. Corro y corro; y en mis manos sólo la ilusión, nada.
Cansada, cansada. El final de mi largo camino, de cualquier destino, es el premio de los años, y aunque mi camino se alargue, no es el de llegar.
(Traducción de Manuel Jiménez Lucena)