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domingo, mayo 19, 2024

Los camellos dan vida a un pueblo en medio del desierto egipcio

SociedadLos camellos dan vida a un pueblo en medio del desierto egipcio

Los camellos dan vida a un pueblo en medio del desierto egipcio

Con el tiempo, la ciudad nubia de Daraw, en Egipto, se convirtió en uno de los lugares de paso más importantes de las caravanas de camellos procedentes de Sudán. Del comercio de este animal, símbolo de riqueza y prestigio social, dependen cerca de 100.000 habitantes, que ahora ven peligrar su medio de subsistencia por un proyecto para mudar el mercado a Abú Simbel, a setenta kilómetros hacia el sur del país.

Por Dina Darwich

Mercado de camellos de Nubia.

Después de un viaje de alrededor de 40 días, las caravanas de camellos que vienen de Sudán llegan finalmente a Daraw. Situado a 30 kilómetros al sur de Asuán, el pueblo es un lugar importante de venta de camellos. De allí, una vez adquiridos, volverán a salir hacia las otras provincias. Es sábado y la manada que llegó el miércoles acaba de superar una cuarentena de dos días. El tiempo necesario para que el veterinario se asegure de su buena salud. Una vez recibida la autorización, podrán ser puestos en venta.

A pesar de un calor que supera los 45 grados, el pueblo bulle de gente. Los comerciantes están ocupados en atar una de las patas de los camellos a una cuerda fijada en el suelo. Los potenciales clientes admiran la estatura y el porte de los animales, dos criterios esenciales para un camello de buena raza. El vendedor Hagg Harem Mahzouz golpea con una vara a cada una de sus 300 cabezas. La agitación levanta una pesada nube de polvo. “Pretendo llamar la atención de los compradores sobre la robustez de mi manada”, explica. Los minoristas egipcios, por su parte, examinan las dos jorobas de los camélidos. Si están bien formadas, entonces el animal está sano. A pesar de su instrucción limitada, parecen tener un amplio conocimiento de los camellos, puesto que de un simple vistazo son capaces de determinar la edad y la región de origen del animal. “Los dientes del camello determinan su edad. A un camello de cinco o seis años, a menudo, le faltan los incisivos. Mientras que los que tienen entre 10 y 12 años ya tienen sus caninos. Pero el buen camello es el que no ha superado los cuatro, es decir, el que tiene aún sus dientes de leche”, dice doctoralmente Nafie Hamed, vendedor de camellos desde hace más de 20 años.

“Estos animales, en realidad, se clasifican en cinco categorías según su edad: howar significa que es un bebé de una semana, mientras que el hachi tiene un año y el qauoud, tres. En cuanto al de 4 años, el más apreciado, es llamado gamal (camello) mientras que el viejo camello es el que superó esta edad”, explica Moustapha Mahmoud, de 25 años y en el oficio desde hace 10, mientras recorre el mercado en busca de una buena manada. “La calidad del animal depende no sólo de la región de donde procede (donkolawai, una especie de Donkola; zobaydi, de la región de Zobayda) sino también de la reputación de la tribu sudanesa que lo crió. Algunas tribus, como Al-Rozayat, Al-Aydiya, Al-Zaghawa y Al-Akira están muy bien consideradas en lo que se refiere a la cría de camellos -afirma Mahmoud-. En cuanto a los precios, dependen de la oferta y la demanda. Son muy variables. El invierno es la temporada ideal para este comercio. La temperatura moderada favorece la llegada de un gran número de camellos. La cantidad es más reducida durante el verano. Los negociantes sudaneses dudan en recorrer el camino sobre una arena hirviente”, explica Hagg Hassan Ammar, uno de los grandes comerciantes de Daraw. Una aventura en el desierto Las caravanas procedentes de distintas regiones de Sudán se reúnen cerca de la frontera egipcia para después seguir hacia Abú Simbel, y luego a Daraw. Y para los caravaneros, el desierto no tiene secretos, sobre todo en lo que se refiere a los puntos en los que hay agua y pastos. “Debido a los conflictos entre tribus en Darfour, la carretera es muy peligrosa. Esta es la razón por la que decidimos eludir esta región para evitar que balas perdidas afecten la caravana”, explica Hagg Mahzouz. Las relaciones diplomáticas entre Egipto y Sudán no tienen ninguna influencia sobre la amplitud del comercio. Según Sérageddine Sadeq, responsable de la puesta en cuarentena de los camellos en Alto Egipto y en el Mar Rojo, este comercio aumentó mucho en los años noventa (alrededor de 93 mil cabezas al año), tiempo en que las relaciones entre los dos países eran tensas. En la actualidad, y aunque los vínculos mejoraron, se ponen sólo 30 mil cabezas al año en cuarentena. Una reducción que se explica por la subida del dólar, divisa a la que los sudaneses convierten las libras egipcias recibidas de sus ventas.

Según las cifras de la municipalidad, el número de habitantes de Daraw asciende a 97.000 personas. Cerca de la mitad de ellas, originarias de familias de la península arábiga, como los Gaafras, los Charifs, los Ababdas y los Anassaris, trabajan en el comercio de camellos. En cuanto a las familias de origen nubio (Kenouz y Vadiq), la mayoría de sus integrantes son funcionarios.

En este pueblo, el comercio de los camellos es el pilar de la economía. El animal sirve, por otra parte, de moneda para las transacciones. “A veces, se paga la dote de una novia en camellos”, cuenta Montasser, de 23 años, quien se casará el próximo verano. ¡Debió ofrecer a su familia política cuatro camellos, lo que representa el equivalente a 30 mil libras egipcias!

El mercado de los camellos, repartido entre grandes comerciantes con un capital de 300 cabezas y varios pequeños, cuyas manadas no sobrepasan las 11, es también el entorno en el que prosperan varios pequeños grupos de oficios. A algunos pasos del lugar en el que están los camellos en cuarentena, el café de la esquina bulle de gente. Es mediodía, la hora de la pausa. A la mesa se sientan hombres vestidos con chilabas. La manera en la que se ponen los turbantes en la cabeza depende de su edad y su tribu. La mayoría de ellos venden cuerdas, indispensables para controlar el movimiento de los camellos. Otra categoría de trabajadores, la de los portadores y transportistas, se apresura a hacer subir los animales a los camiones. Incluso algunos agricultores se desplazan hasta el mercado para vender alfalfa y maíz. “Nuestro único sustento son los camellos”, dice Ismaïl, un vendedor de cuerdas. “Los propietarios de los hoteles que acogen a los sudaneses, los cafés, los corredores, todos hacen dinero durante octubre y noviembre, los meses de la cosecha del maíz y la alfalfa”, confía Hassan Ammar, intermediario entre vendedores sudaneses y compradores egipcios.

En Daraw, que significa la casa del sheikh (“dar”, casa, y aw, sheikh, en nubio), hábitos ancestrales regulan las relaciones comerciales. Mohamad, minorista egipcio, y Eiwada, comerciante sudanés, están a un paso de celebrar un acuerdo. Las negociaciones van por buen camino sobre el precio de venta de diez camellos. “Te los dejo a 70.000 libras, son camellos de muy buena raza. Es mi última palabra “, lanza Hagg Eiwaida. “¡Demasiado caro! Baja un poco tu precio. No sé si voy a poder venderlos rápidamente y voy a tener que alimentarlos”, contesta Mahmoud. Después de algunas palabras más, se cierra el negocio, sin ningún papel firmado que lo garantice. Pero Hagg Ammar explica que la tradición del mercado exige el respeto de los derechos de otros. Nadie puede poner en duda la venta, una vez que se llegó a un principio de acuerdo. “Una venta es como una novia, se reserva a una sola persona. Si otro se atreve a pedir su mano, es mal visto y muy criticado por su gente. Además, en caso de incumplimiento, la tradición marca que el maglis orfi se reúna. Es un consejo formado por ancianos que media en los desacuerdo según hábitos ancestrales inspirados por la tradición y la ética de esta sociedad tribal, muy diferentes de las leyes aplicadas en Egipto”, explica a Hagg Ammar. Comercio en peligro

Pero la fuente de ingresos que constituye este comercio corre el riesgo de desaparecer por un decreto que estipula que el edificio donde se pone en cuarentena a los camellos, que está en los alrededores del mercado, sea transferido a Abú Simbel, situada a aproximadamente 70 kilómetros al sur de Daraw. Según Sérageddine Sadeq, cuando el edificio se construyó, en 1948, el pueblo estaba todavía alejado. En la actualidad, no es así, y eso constituye un peligro sanitario. “¿Cómo un camello puede recorrer 500 kilómetros dentro del territorio egipcio sin que esté vacunado contra las enfermedades contagiosas? Es un riesgo para el ganado. Por otra parte, el derecho internacional sobre este tema exige que la puesta en cuarentena se haga fuera de las regiones de fuerte densidad poblacional”, explica. Una opinión que no parece ser compartida por Ahmad Latif, responsable de la puesta en cuarentena en Daraw, que considera que si los camellos recorrieron tan largo trayecto, es que gozan de buena salud, pues, de lo contrario, se habrían muerto en el camino. “Es lo que se llama selección natural”, asegura, antes de afirmar que desde hace 20 años nunca recibió un animal enfermo, ya que los comerciantes sudaneses evitan el riesgo de perder un camello en el camino.

Ansiosos, los vecinos ignoran qué les reservará el futuro si el mercado se transfiere a Abú Simbel. Hay rumores de que un importante hombre de negocios buscaría atraer mano de obra para uno de sus proyectos. Pero sin los camellos, la cuarentena y el mercado, Daraw perdería su espíritu.

La fuente: Al Ahram Hebdo, semanario egipcio. Es una publicación del grupo Al Ahram destinada a los francófonos. La traducción del francés pertenece a María Masquelet para elcorresponsal.com

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