“Yo maté a treinta niños”
“Entre el 29 de septiembre y el 15 de octubre, quince días en total, yo maté a treinta niños en Gaza. Dos por día. Dos niños muertos por día equivalen más o menos a cuatro padres desconsolados por día. ¿Por qué más o menos? Porque algunos de ellos eran hermanos. Pero todas esas muertes han sido por error”por B. Michael Entre el 29 de septiembre y el 15 de octubre, quince días en total, yo maté a treinta niños. Dos por día. Dos niños muertos por día equivalen más o menos a cuatro padres desconsolados por día. ¿Por qué más o menos? Porque algunos de ellos eran hermanos. Es decir, dos niños muertos para un par de padres desconsolados. Quizás eso sea mejor, porque tal vez resulte menos grave un par de padres doblemente sin consuelo que dos pares de padres destruidos. O tal vez sea peor, porque estar desconsolado es peor que estar muerto, y estar doblemente desconsolado es dos veces peor que estar muerto. Realmente, no sé qué elegir. Todos estos niños que yo maté en la Franja de Gaza los maté por error. Es decir, yo sabía que había niños allí, y sabía que podía matar a algunos de ellos, pero desde que yo supe que sólo sería por equivocación sentí menos presión. Porque todos cometemos errores. Sólo el que no hace nada no los comete. Los errores pasan, nosotros somos seres humanos. Eso es lo que resulta bueno de mis errores, que me hacen tan humano y falible. Los 30 niños que yo maté fueron por toda clase de errores. Cada niño tuvo su error especial. Había uno del que pensé, por equivocación, que no era un niño. Y hubo otro al que le disparé porque él decidió permanecer de pie exactamente en el punto al que decidí disparar. Y hubo uno que tiró piedras y parecía seis años más grande. Y hubo otro que se parecía a un terrorista. O a un cohete Qassam. O a un terrorista que portaba un cohete Qassam. Y hubo algunos otros niños que por error recibieron en sus cabezas alguna esquirla de granada que yo disparé a sus casas. Y hubo otro que por equivocación se escondió exactamente bajo su cama cuando yo hice estallar la cama para abatir al grupo terrorista que se estaba escondiendo allí. Pero esto no cuenta: fue su error y no el mío. Recuerdo que fue mucho más duro con mi primer error. Yo disparé, disparé y disparé y después me dijeron que había matado a un niño. Me puse pálido, mi boca estaba seca y mis rodillas temblaban. No pude dormir muy bien esa noche. Pero con el paso del tiempo, y de los errores, se volvió mucho más fácil. Ahora yo cometo errores con pocos efectos. Ni mis amigos, ni mi gente, nadie, se preocupa demasiado por las pequeñeces de errores pequeños. En la última semana, cuando yo maté a una muchacha por equivocación, le disparé dos veces más en la cabeza, sólo para asegurarme de que estaba cometiendo bien el error. La verdad es que algunas personas me dicen que estoy cometiendo un error confesando esto. Ellos dicen que yo no he estado en Gaza y que no disparé ninguna bala, ni bombardeé, ni tiré. Eso es verdad. Yo no lo hice. ¿Pero quién pagó por las balas? Yo. ¿Y quién compró las armas? ¿Y quién financió los tanques? ¿Y los proyectiles? Yo. Yo. Yo. También yo. Y además, ¿quién no se ha enfermado con cada nuevo error? ¿De quién es la boca que no se pone seca cuando otro niño es matado? ¿De quién son las rodillas que no tiemblan cuando otro anónimo bebé muere en su cuna ensangrentada? ¿Quién sigue durmiendo cuando el número de errores alcanza a treinta en dos semanas? Yo. También yo. No me digan que no maté. La fuente: Yediot Aharonot. Este artículo fue traducido al inglés por The Other Israel y al español por Sam More para elcorresponsal.com.