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lunes, mayo 20, 2024

Pronto añorarán a Arafat

Opinion/IdeasPronto añorarán a Arafat

Pronto añorarán a Arafat Israel y Estados Unidos esperan un sucesor acomodaticio del líder palestino. Será una espera en vano.

Por Enrique Vázquez

Mal que pese a la tenaz propaganda israelí que le presenta desde hace cuatro años largos como un maximalista intratable, un sospechoso de terrorismo y un tipo indeseable, toda la práctica política del líder palestino, Yasir Arafat, sugiere que él, perspicazmente, se dedicó toda su vida a lo que el gran Paul Kennedy llamó vieja tarea de relacionar los medios nacionales con los objetivos nacionales.

La iconografía preferida del rais, y él lo fomentó hábilmente, fue la del revolucionario exiliado y combatiente, revólver al cinto y tocado de su inseparable kefia, el pañuelo blanquinegro que cubría su cabeza -monda y lironda, por cierto- y que la juventud alternativa y/o de izquierda del mundo ha terminado por llamar, sencillamente, el palestino. Así fue durante unos 30 años, pero dejó el revólver en casa para hablar en las Naciones Unidas, cuando la Organización de Liberación de Palestina (OLP) obtuvo el estatus de observador con derecho a voz y lo sustituyó por un ramo de olivo. Y desde entonces supo acomodar muy bien sus posibilidades a sus fines.

Arafat está ya en la historia árabe porque, contra todos los pronósticos y en el cuadro geopolítico de los años 50 en Oriente Próximo (consolidación militar de Israel, ocupación por Jordania de la orilla occidental del Jordán, dispersión del pueblo palestino tras la limpieza étnica a cargo de Israel en la guerra de 1948, debilidad de lo que la retórica vacía llamaba “la causa árabe”, auge de los Estados-cliente, probritánicos primero, pronorteamericanos después) hizo el milagro de invertir la corriente principal de la historia y evitar, sencillamente, la extinción de la causa nacional palestina.

No sólo impidió su extinción, sino que la llevó a donde está hoy, maltratada y en dificultades, pero viva y lista para seguir, como prueban algunos hechos. Uno, la trágica estadística de la muerte: Israel ha matado a unos 3.700 palestinos durante los cuatro años de segunda intifada, pero también ha perdido a 1.000 de los suyos y, visiblemente, no ha podido romper irreversiblemente la capacidad militar y/o terrorista de la resistencia. Dos, la perdurabilidad física y generacional del movimiento: los jóvenes milicianos de hoy son los bisnietos de quienes protagonizaron el gran alzamiento y huelga general doble (contra el mandato británico y la colonización sionista rampante) en 1936. Y tres, para redondear, el eco fantástico de su acción en la opinión internacional: la causa palestina está en las primeras páginas desde hace un montón de años, no se acaba, es una alfaguara inextinguible. Todo esto sobrevivirá a Yasir Arafat, aunque su destreza táctica, su capacidad de trabajo y su olfato político sean insustituibles y, contra lo que pueda creerse, fueran un tesoro para Israel que la ceguera sionista, con bastantes e ilustres excepciones, todo hay que decirlo, nunca supo administrar.

Arafat ¿un ideólogo intransigente cuando hizo el prodigio de enmendar la Carta Nacional Palestina para hacer tragar a su base la existencia de Israel y, por tanto, la aceptación de facto de la partición de Palestina de 1947? Arafat ¿un socio del islamo-terrorismo cuando todo el mundo sabe que fueron los servicios israelís los que financiaron y promovieron el islamismo político para hacerle sombra y debilitarle, a él, laico estricto y jefe del colectivo árabo-musulmán menos integrista del planeta, el pueblo palestino? Arafat ¿rehén de un programa máximo cuando aceptó un Estado palestino en las fronteras de 1967, lo que incluye aceptar los sucesivos robos de suelo palestino de los gobiernos israelís hasta dejar el potencial Estado en un 22% de la Palestina histórica cuando la partición le atribuyó el 43% del territorio, además de hacer de Jerusalén un corpus separatum con un estatuto internacional?

Frente a este itinerario observamos la conducta del general Ariel Sharon y el nacionalismo sionista, ahora -y siempre, en realidad- en el Gobierno. El primer ministro israelí no ha sentido ninguna estima por este ejercicio de renuncias que han hecho los palestinos y propone, a su vez, un mini-Estado troceado y bajo tutela que podría establecerse sobre alrededor de un 40% de Cisjordania más la banda de Gaza. La Hoja de ruta no le perturba porque no prefigura límite alguno y deja el estatuto final, y es lógico, a la negociación de las partes, de modo que con mostrarse favorable a la existencia de un Estado palestino, sin más, se cumple.

Sharon sí que tiene un programa máximo: contra la Andorra fragmentada, aunque soberana, él retiene el valle del Jordán y, desde luego, lo que se llama bloque central de colonias, habitadas por unos 250.000 colonos y, por supuesto, Jerusalén Este. Y una guinda: los palestinos deberían dar por caduco su derecho al retorno, reconocido por las Naciones Unidas. He aquí el programa de los moderados frente al doctrinarismo arcaico de Arafat.

Arafat dijo no a la oferta de Bill Clinton y Ehud Barak el memorable día de Santiago apóstol del 2000, en la célebre encerrona de Camp David 2, y su razonable negativa ha hecho las delicias de la propaganda israelí, que ha optado, en cambio, por el silencio completo frente a la llamada Iniciativa de Ginebra, el más detallado, equitativo y realista plan de arreglo ideado por un equipo conjunto israelo-palestino. Tiene el respaldo de, tal vez, el 20% de la sociedad israelí, que, no hay que hacerse ilusiones, ha constituido un fuerte consenso nacional en torno, sobre todo, a Jerusalén.

El terrorista que condena el terrorismo y el maximalista que ha renunciado al objetivo histórico de la resistencia fue a París a morirse dejando tras él una obra inmensa: la que sólo está al alcance de algunos hombres que, puestos ante la adversidad de la historia, rehúsan capitular.

Su evaporación política alimenta de nuevo las esperanzas de encontrar lo que el tenaz cliché llama en Israel y en Washington un liderazgo moderado; es decir, acomodaticio y capitulacionista. Es esperar en vano y alguna vez, más pronto que tarde, alguien se acordará en Israel del maximalista Yasir Arafat, algo prematuramente declarado irrelevante por el gran dúo Ariel Sharon-George Bush, tal vez asombrados por la conmoción internacional suscitada por sus últimas horas.

La fuente: El Periódico (Cataluña, España).

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