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lunes, mayo 20, 2024

Museveni, Yoweri

BiografíasMuseveni, Yoweri

Nacido en un entorno de ganaderos nómadas del sudoeste de la tribu ankole (algunas fuentes citan que sus padres eran refugiados de origen rwandés y que al menos su madre era tutsi), se educó en colegios atendidos por misioneros antes de pasar por la escuela Ntare de Mbabare y, desde 1967, el Universitary College de Dar es Salam, Tanzania. Éste era uno de los centros difusores de las ideas anticoloniales y panafricanas en el continente y allí estudió Museveni Ciencias Políticas y Economía mientras se adoctrinaba en el socialismo Ujamaa del presidente tanzano Julius Nyerere.

Un veterano de la rebelión armada

El mismo año del ingreso fue elegido primer presidente del Frente Revolucionario de Estudiantes Universitarios Africanos (USARF), una organización animada por jóvenes provenientes de toda el África Oriental y que se identificó con los movimientos de liberación regionales, en especial el FRELIMO mozambiqueño, en lucha contra Portugal. Museveni colaboró en la difusión de la propaganda del USARF en Uganda.

En 1970, obtenida la graduación con el título de Bachelor in Arts, entró en el entorno del presidente Milton Obote como auxiliar en los servicios de investigación del gabinete, hasta su derrocamiento en el golpe de Estado de enero de 1971 por el general Idi Amin Dada. El nuevo régimen dictatorial de Amin empujó a Museveni al exilio tanzano en 1972. Mientras se ganaba el sustento como profesor en la escuela de la cooperativa agrícola de Moshi planeaba acciones de insurgencia para derribar a Amin.

Durante una temporada se fogueó en las tácticas de lucha guerrillera en las filas del FRELIMO antes de tomar parte en una tentativa de invasión de Uganda orquestada por Obote, en septiembre de 1972. Mal equipados y poco numerosos, los atacantes fueron diezmados por las tropas de Amin, pero Museveni consiguió volver indemne a Tanzania. Esta desastrosa aventura supuso la ruptura entre Museveni y su antiguo superior.

En enero de 1973 estuvo entre los organizadores del Frente Nacional de Salud (FRONASA). En 1975 la guerrilla de Museveni encontró en el Mozambique independiente una excelente base de entrenamiento y reactivó la lucha armada. En noviembre de 1978 el FRONASA se alió a otros grupos de exiliados en un Frente de Liberación Nacional (NLF) para, con el Ejército tanzano como punta de lanza, invadir Uganda y derrocar a Amin. La campaña alcanzó su objetivo en abril de 1979 y Museveni entró como ministro de Defensa en el Gobierno del NLF presidido por Yusufu Lule y desde junio de 1979 por Godfrey Binaisa. Con Binaisa Museveni desempeñó la cartera de Cooperación Regional y en mayo de 1980 tomó parte en el golpe de partidarios de Obote que prepararon el terreno para el retorno de éste al poder en Kampala.

Tras servir como vicepresidente de la Comisión Militar del NLF presidida por Paulo Muwanga, Museveni saltó a la política con la intención de presentarse a las elecciones generales convocadas para finales de año, que debían inaugurar el nuevo período democrático, y para ello fundó el partido Movimiento Patriótico Ugandés (UPM). Pero los comicios del 10 de diciembre de 1980 fueron amañados sin ningún disimulo por los obotistas, que coparon el Parlamento y llevaron a su jefe a la Presidencia.

Museveni, que no consiguió el escaño de diputado (el UPM sólo obtuvo un acta) en su circunscripción, no en beneficio del Congreso del Pueblo Ugandés (UPC) de Obote, sino del antiobotista Partido Democrático (DP) de Paul Kawanga Ssemogerere, unió su voz al coro de opositores que clamaron fraude. Pero mientras que Ssemogerere optó por plantear la batalla contra Obote desde el Parlamento, Museveni se decantó por la guerra civil.

El 6 de febrero de 1981 el antiguo obotista y un puñado de partidarios se lanzaron a la insurgencia bajo la sigla del Ejército de Resistencia Nacional (NRA). Para dar cobertura política a su lucha, Museveni constituyó también un Movimiento de Resistencia Nacional (NRM), el cual no tardó en recibir el parabién de Tanzania y en aunar importantes apoyos internos al dejar Obote patente que no estaba interesado en construir una democracia representativa y en renunciar a las prácticas tribalistas (dando prelación a su etnia, los langi), generando otra ola de inestabilidad y de violaciones de Derechos Humanos a gran escala.

Los creciente excesos del régimen de Obote provocaron lo mismo que en 1979 contra Amin: una coordinación de fuerzas opositoras con el único propósito de expulsar al déspota de turno. Para 1985 el NRA de Museveni, sin asistencia visible del extranjero, era una guerrilla muy poderosa, integrada por combatientes motivados y disciplinados, que estaba poniendo a Obote contra las cuerdas. Pero el 27 de julio de ese año la situación tomó un inesperado vericueto cuando en Kampala militares de etnia acholi dieron un golpe de Estado y se hicieron con el poder.

Museveni, sin cesar en su ofensiva guerrillera, se mostró dispuesto a reconocer al Consejo Militar presidido por el general de brigada Basilio Olara Okello y de paso integrarse en él, pero a su pronta sustitución (el 29 de julio) por otra junta presidida por el teniente general Tito Okello, decidió proseguir las hostilidades contra el Ejército gubernamental. La toma por el NRA de la estratégica ciudad de Masaka indujo al poder de Kampala a negociar y, después de un complicado tira y afloja, el 17 de diciembre Museveni y Okello firmaron un acuerdo de paz en Nairobi. El documento preveía un Ejército nacional unificado con representación equitativa de todas las facciones étnico-militares y que Museveni fuera vicepresidente del Consejo Militar hasta la celebración de elecciones libres.

Los compromisos nunca se aplicaron por la mutua desconfianza de los signatarios y la guerra civil prosiguió. Como colofón a un avance fulminante, el 26 de enero de 1986 el NRA entró sin violencias en Kampala, formó un Consejo Nacional de Resistencia (NRC) de 98 miembros y tres días después Museveni se autoproclamó presidente de la República y ministro de Defensa -redondeando su control sobre la milicia, ya que ya era comandante en jefe del NRA con el rango de teniente general- en el nuevo Gobierno presidido por Samson Kisekka.

Este ejecutivo, cívico-militar, estaba integrado fundamentalmente por personas del NRA y el NRM, pero también por representantes de varios partidos políticos (incluidos el DP y el UPC) e incluso del régimen de Okello, para dar una imagen de unidad nacional.

Arranque como estadista

El nuevo hombre fuerte de Uganda declaró que sus objetivos eran disciplinar a las Fuerzas Armadas, restaurar el orden en todo el territorio y quebrar las divisiones territoriales, muy ligadas los predominios étnico-tribales. En el mes de marzo el Gobierno prohibió toda actividad de los partidos políticos y activó un Plan de Diez Puntos a cuatro años vista que debía sentar las bases de un nuevo orden político, superador de las divisiones y luchas fratricidas que habían desangrado el país desde la independencia.

Con el apoyo general de una población ansiosa de estabilidad y moderación tras dos décadas de estragos y sangrientas dictaduras (con un balance de cientos de miles de muertos), el régimen de Museveni desarrolló un sistema de comités de resistencia a los niveles local y de distrito que, con reminiscencias de los comités populares de la Cuba castrista, tenía como misión ayudar en el mantenimiento del orden y denunciar actividades corruptas. El NRC funcionó de hecho como un órgano legislativo provisional hasta la celebración de elecciones.

Aunque su asiento en el poder no corría riesgos y muchas regiones empezaron a gozar de paz, el presidente ugandés no pudo acabar del todo con el endemismo de las guerrillas y bandas armadas de toda índole, no siempre animadas por exiliados políticos deseosos de revancha, que perpetuaban la inseguridad en varios distritos. A finales de 1986 la misteriosa secta mesiánica del Espíritu Santo, dirigida por una profetisa llamada Alice Lakwenya, protagonizó perturbaciones en el norte y el este, obligando al NRA a combatirla. Caótica y pésimamente armada, esta rebelión fue casi aniquilada por las tropas de Museveni y en diciembre de 1987 los supervivientes hubieron de refugiarse en Kenya.

Una amenaza sensiblemente mayor suponían las partidas armadas de las facciones políticas de Amin, Obote y Basilio Okello, activas casi desde el primer momento de la toma de Kampala por el NRA (los okellistas plantearon una resistencia considerable hasta marzo), a lo que se sumaba la hostilidad del pueblo baganda, tribu bantú mayoritaria sobre el conjunto del país, aunque agrupando sólo al 17% de la población, dado el rico mosaico étnico de Uganda.

Conspicuos representantes del sur próspero y conservador, los influyentes baganda reclamaban la restauración de la histórica monarquía de Buganda, cuyo último kabaka (rey) había sido derrocado por Obote en 1966 como clave para la instauración del presidencialismo autoritario. Sin tomar decisiones de calado aún, Museveni se reafirmó en su propósito de romper la bipolaridad étnica, lingüística y económica entre el norte indigente y el sur próspero.

Desde mediados de 1987 Museveni ofreció gestos de apaciguamiento, en especial una amnistía de duración indefinida a todo rebelde no acusado de asesinato o violación. A las medidas de gracia se acogieron exiliados políticos y miles de alzados en armas, pero las insurgencias, nuevas o reorganizadas, prosiguieron. En 1988 empezaron a operar el Ejército Democrático del Pueblo Ugandés (UPDA) y el Ejército Popular Unido (UPA).

Combatidos implacablemente por el NRA en sucesivas ofensivas, a comienzos de los años noventa estos grupos concedieron el protagonismo insurgente al nuevo Ejército de Resistencia del Señor (LRA), un reagrupamiento de adeptos acholi de la secta del Espíritu Santo, bajo el liderazgo de Joseph Kony. Esta guerrilla especialmente fanática y responsable de atrocidades contra la población civil arrastró al NRA a unas campañas militares que no buscaban sino su exterminio, dejando un reguero de matanzas por ambas partes en el torturado noroeste del país. Amnistía Internacional denunció que durante sus operaciones de contrainsurgencia el NRA practicó torturas y la ejecución sumaria de prisioneros.

Estas convulsiones, por lo general circunscritas a los territorios afectados, tuvieron un impacto limitado sobre el conjunto del país. Museveni, presentado en su momento como un intelectual simpatizante de Fidel Castro, había coqueteado con el socialismo avanzado durante años, pero ahora descartó cualquier modelo de economía planificada y se afanó en restablecer las relaciones con Occidente -destrozadas durante los convulsos años de Amin y Obote-, primero con el Reino Unido, la antigua metrópoli colonial, y luego con Estados Unidos.

Su disposición al liberalismo económico le granjeó las simpatías de los países occidentales, que, bien a través de ayudas gubernamentales al desarrollo, bien a través de los créditos del FMI y el Banco Mundial, asistieron a Uganda con generosidad, sin condicionamientos de política interna, a pesar de la ausencia de democracia, las violaciones de los Derechos Humanos o la guerra sucia contra las guerrillas.

Economía de mercado y modelo político original

La ayuda exterior fue determinante para las altas tasas de crecimiento económico desde comienzos de los noventa y una reserva de seguridad para un país cuyas cuatro quintas partes de los ingresos de exportación procedían del café, producto que desde 1989 experimentó un desplome de los precios; esto es, Museveni apostó por un desarrollo basado en el endeudamiento.

A pesar de que la corrupción era galopante y de que los gastos militares absorbían una parte de difícil cuantificación pero sin duda abrumadora de los presupuestos (hasta comienzos de los noventa el NRA encuadraba a más de 70.000 hombres, lo que hacía del Ejército ugandés el más voluminoso del África Subsahariana después del etíope), Museveni fue otro de los “buenos alumnos” del FMI en el continente por priorizar el control de la inflación y la reducción del sector público mediante privatizaciones y despidos draconianos.

Una de sus decisiones más celebradas fue la restitución parcial a sus propietarios asiáticos de los negocios y propiedades confiscados por Amin en 1972. A pesar de las altas tasas de crecimiento económico, los indicadores sociales descendieron sensiblemente a lo largo de la presidencia de Museveni, agudizando la condición de país de desarrollo bajo. Pero como sucedió siempre, la exuberancia natural de Uganda, con su riqueza frutícola, impidió que se desarrollaran hambrunas o crisis de subsistencias graves.

Mientras el NRA mantenía a raya a los movimientos subversivos y la macroeconomía funcionaba, Museveni avanzó hacia la institucionalización de su régimen más allá de su consolidación fáctica. En febrero de 1989 se celebraron las primeras elecciones legislativas desde 1980, para cubrir 210 de los 278 miembros del nuevo NRC ampliado a la sociedad civil. Los restantes miembros se eligieron indirectamente o fueron reservados a ministros del Gobierno. Fue el arranque de un sistema de representación sin partidos políticos (que seguían proscritos) con el que Museveni pretendía abrir cauces de participación social y de paso legitimarse ante sus interlocutores internacionales.

En octubre del mismo año, con la protesta del DP, el NRC aprobó una legislación que prolongaba el mandato del poder ejecutivo en otros cinco años a partir de enero de 1991, que es cuando expiraba la “moratoria en la actividad política” decretada en 1986. En marzo de 1990 la prohibición sobre los partidos políticos fue a su vez ampliada hasta 1995. Estas medidas antidemocráticas concitaron un amplio desencanto dentro y fuera del país, pero Museveni dejó claro que los aires pluripartidistas que barrían el continente no tenían que ver con Uganda y se reafirmó en el modelo político autóctono. La coronación, con todo boato, del kabaka Mutebi II en julio de 1993 aseguró la fidelidad al poder de Kampala de los notables tribales de Buganda.

El 28 de marzo de 1994 se eligieron por sufragio universal 214 de los 288 miembros de una Asamblea Constituyente de 288 miembros. Como en las legislativas de 1989, la ausencia de listas partidistas no fue óbice para que miembros del NRM obtuvieran amplias victorias en el centro, oeste y sudoeste del país, mientras que los candidatos electos vinculados al UPC y el DP dominaron el norte y partes del este, precisamente los escenarios de la actividad guerrillera y de las mayores reivindicaciones del parlamentarismo pluripartidista.

La nueva Carta Magna promulgada el 8 de octubre de 1995 reemplazó a la primera que había tenido el país, la de 1967, pero a pesar de la descentralización administrativa introducida, el federalismo, reivindicación fundamental de las monarquías tradicionales del sur (en el territorio de una de ellas, Ankole, había nacido Museveni) no fue restablecido. Tampoco el pluripartidismo recibió la luz verde, por mucho que en la práctica diversos partidos funcionaban en un régimen de libertad vigilada por el régimen; podían desarrollar actividades, pero no hacer proselitismo, divulgar programas, exhibir emblemas y, lo que era determinante, presentar candidatos propios a elecciones.

Con su traje institucional hecho a la medida, el 9 de mayo de 1996 Museveni concurrió a las primeras elecciones presidenciales en 16 años y fue reelegido para un período quinquenal, inaugurado el 12 de mayo, con el 74,2% de los votos, seguido por Ssemogerere con el 23,7%. Aunque Ssemogerere, candidato unitario del DP y el UPC (si bien fue obligado a concurrir como independiente) denunció la comisión de fraude, los observadores internacionales sólo constataron defectos técnicos y certificaron la consulta como limpia y libre. Los analistas apuntaron que el presidente gozaba de un apoyo incontestable entre la población, sobre todo del centro y el sur, agradecida por dos lustros de, si no una prosperidad material tangible, sí al menos una cierta estabilidad.

El mismo análisis suscitaron las elecciones legislativas del 27 de junio de 1996 para cubrir 214 de los 276 escaños del nuevo Parlamento Nacional, sustituto del NRC. Sólo candidatos independientes estuvieron autorizados a concurrir, aunque no escapó que los partidarios del NRM se hicieron con una confortable mayoría, y el mismo movimiento informó haber colocado 156 diputados. Los 80 escaños restantes fueron designados o elegidos corporativamente para dar representación a colectivos concretos: mujeres, sindicatos, Ejército, disminuidos físicos y organizaciones juveniles.

Catalizador de alteraciones geopolíticas

Estadista un tanto enigmático, de estilo sobrio y con un marcado concepto estratégico del poder, Museveni ha contado siempre con admiradores y defensores en el Occidente anglosajón, donde ha hecho fortuna el calificativo de Bismarck del África Central. En el mundo francófono las opiniones han sido mucho menos condescendientes y han menudeado las imputaciones de dictador, de centurión de un Nuevo Orden auspiciado por Estados Unidos y el Reino Unido en la tan volátil como apetecible, por sus inmensas riqueza minerales, región de los Grandes Lagos, y hasta de cerebro de un plan de dominación por la etnia tutsi de los países de la zona, incluso desde antes de hacerse con el poder en 1986.

Aunque él siempre ha evitado pronunciarse sobre su origen tribal para desterrar los clichés que tanto peso, con funestas consecuencias, han tenido en la Uganda poscolonial, es indudable que no se ubica en el gran grupo bantú, al que (esto expuesto con reservas, por tratarse más una cuestión de estratificación social que una verdadera división étnico-lingüística) pertenecen por ejemplo los hutus, tradicionalmente sometidos a los tutsis, por su parte durante siglos titulares del poder socioeconómico al sur y al oeste del lago Victoria.

Y es un hecho que en sus orígenes el NRA se nutrió de muchos refugiados tutsis hijos de los miles de huidos de la sangrienta revolución hutu de Rwanda en 1959, cuando la entonces casta sometida a la minoritaria aristocracia tutsi tomó el poder con el beneplácito del colonialismo belga. Esta élite de combatientes tutsis, muchas veces instruidos en universidades norteamericanas o británicas y ávidos de revancha tras décadas en el exilio, vino a formar el pilar del poderoso Ejército ugandés y también se integró en las estructuras del poder político.

La opinión compartida por el general de autores es que Museveni nunca ha vacilado en interferir en los conflictos ajenos si entiende que con ello salvaguarda o acrecienta la seguridad de su país, y que no caben dudas de sus múltiples injerencias para propiciar regímenes prougandeses en los países vecinos. Las discrepancias se refieren al alcance de esas intromisiones. En primer lugar, dirigidos por oficiales del NRA y equipados por la inteligencia ugandesa, el 1 de octubre de 1990 exiliados tutsis encuadrados como Frente Patriótico Rwandés (FPR) cruzaron la frontera dispuestos a arrebatar el poder en Kigali al régimen prohutu del presidente Juvénal Habyarimana.

El hecho, apenas encubierto, suscitó amplia desaprobación en el continente, máxime cuando Museveni era presidente de turno de la Organización para la Unidad Africana (OUA). Antes y después de esa fecha, que principió la guerra civil en Rwanda, la inteligencia ugandesa parece que no fue ajena a las perturbaciones provocadas en Kenya por rebeldes armados.

Y no son pocos los observadores que ven la mano del presidente ugandés tras el golpe de Estado de militares tutsis en Burundi el 21 de octubre de 1993, que costó la vida al recién elegido presidente democrático, Melchior Ndadaye, el primer hutu aupado al poder en la historia del país, y que dio lugar a una matanza masiva de miembros de esta comunidad absolutamente mayoritaria, hasta que la situación se recondujo a un acuerdo interpartidista sumamente precario. Según estos autores, Museveni reprochó duramente al presidente militar desde 1987, Pierre Buyoya, un tutsi, haber autorizado el pluripartidismo y las elecciones libres en 1993, las cuales, ineluctablemente dada la hegemonía demográfica, iban a llevar a la Presidencia a un hutu.

En Rwanda, el FPR, apresurado por el histórico genocidio de tutsis y hutus moderados perpetrado por los extremistas tutsis, conquistó Kigali en julio de 1994 y estableció un régimen cuyo hombre fuerte (hasta marzo de 2000 no asumió formalmente la Presidencia de la República) era Paul Kagame, un exiliado de las matanzas de tutsis de 1959 que había estado con Museveni desde el inicio de su empresa guerrillera en 1981.

En Burundi, tras fracasar la coalición de hutus y tutsis moderados, Buyoya retornó al poder a través de un golpe militar en julio de 1996. Museveni, por tanto, ganó dos valiosos aliados en el complejo rompecabezas regional, aunque al segundo hubo de presentar el rostro censor para no desmarcarse de la condena de todos los países de África Oriental a la quiebra constitucional en Burundi y del régimen de sanciones aplicado.

Pero mientras los movimientos de Museveni producían sus efectos en el exterior, dentro de Uganda la situación de inseguridad persistía. En 1994 se intensificaron los combates en el norte entre el LRA y las Fuerzas de Defensa Populares de Uganda (UPDF, nuevo nombre del NRA) después de naufragar unas negociaciones de paz, pero como contrapartida depusieron las armas las guerrillas Alianza Nacional Democrática Ugandesa (UNDA) y Ejército Federal Ugandés (UFA).

Desde 1996 el peso del hostigamiento al Gobierno lo llevaron nuevas guerrillas focalizadas en el extremo noroeste, la Alianza de Fuerzas Democrática (ADF) y el Frente de la Franja Occidental del Nilo (WBNF), apoyadas, como el LRA, por el régimen islámico-militar de Sudán. En abril de 1995 Kampala rompió las relaciones diplomáticas con Jartum alegando su apoyo, en forma de santuarios dentro de su territorio y asistencia militar, a los rebeldes ugandeses.

El Gobierno sudanés replicó con exactamente la misma acusación, ahora en beneficio del Ejército Popular de Liberación de Sudán (SPLA), cuyo líder, John Garang, es un viejo conocido de Museveni desde que coincidieron en la Universidad de Dar es Salam en los sesenta. El enfrentamiento se agravó en los meses siguientes y el 29 de octubre Jartum denunció una intervención directa de tropas ugandesas para asistir al SPLA.

La injerencia en el Congo

Aunque los verdaderos retos para la seguridad nacional ugandesa provenían del norte, de la frontera con Sudán, en 1996 Museveni y Kagame pusieron sus ojos sobre el Zaire del dictador Mobutu Sese Seko, veterano guardián de los intereses de Francia en África central y artífice de una política considerada hostil a los tutsis.

En octubre de 1996 estalló una rebelión de tutsis banyamulenges en la región zaireña de Kivu Sur liderada por un veterano combatiente antimobutista, Laurent Kabila, que con rapidez sorprendente se lanzó a la conquista de las principales ciudades del vasto país con la capital, Kinshasa, como meta. Museveni conocía a Kabila desde antes de 1986 y los observadores no tuvieron duda, más que nada porque tropas ugandesas y rwandesas estaban participando en los combates con más o menos discreción, que Kabila representaba a los intereses del tándem Museveni-Kagame.

La vanguardia de la Alianza de Fuerzas Democráticas para la Liberación del Congo-Zaire (AFDL), cómodamente unida a sus bases de retaguardia por la logística ugando-rwandesa, tomó Kinshasa el 17 de mayo de 1997 y Kabila se proclamó presidente de la República Democrática del Congo, el antiguo nombre recuperado para el país.

Muchos analistas apuntaron que el trío Museveni-Kagame-Kabila era el ariete de la nueva presencia estadounidense en una región que tradicionalmente había sido coto de Francia, y describieron coincidencias en el estilo de gobernar -austero y resuelto, con típica rigidez castrense- y en su supuesto difícil sometimiento por las potencias extranjeras, a diferencia de la venalidad de los antiguos déspotas profranceses. Como dato, el 24 de marzo de 1998 el presidente estadounidense Bill Clinton paró en Kampala en el curso de su gira africana.

Sin embargo, un año después del cambio de guardia en Kinshasa el panorama congoleño tomó un inesperado vericueto. En los primeros meses de 1998 se hizo notar la frustración de Uganda y Rwanda, que, creyendo asegurada la liquidación de las bases de las guerrillas hutus en el Congo, asistían ahora al discurso nacionalista y a los devaneos emancipadores de su protegido de Kinshasa.

A finales de julio, una cascada de destituciones de mandos militares de origen tutsi y la orden de evacuación de las tropas extranjeras indicaron que Kabila, o bien se disponía a la ruptura total con sus patrocinadores, o bien se había anticipado a un complot inminente. Lo cierto es que el 3 de agosto de 1998, simultáneamente a una asonada de militares tutsis en Kinshasa, soldados ugandeses y rwandeses cruzaron la frontera y, usando como avanzadilla a milicianos banyamulenges, tomaron las ciudades de Goma y Bukavu.

Museveni implicó a las UPDF de una manera menos disimulada que en 1996 contra Mobutu, pero en esta ocasión no habría paseo militar para la nueva Alianza de fuerzas rebeldes, pues las Fuerzas Armadas Congoleñas (FAC) a las órdenes de Kabila fueron reforzadas con fuertes contingentes de Angola, Zimbabwe y Namibia, que acudieron en auxilio de su aliado en el seno de la Comunidad de Desarrollo del África Meridional (SADC).

Los comentaristas hostiles al poder ugandés señalaron que Museveni, vista la imposibilidad de obtener beneficios a través de la tutela exterior, se había decantado por la intervención directa en el Congo al objeto expoliar sin más pudor sus inmensos recursos naturales, sirviéndose de colaboradores locales para establecer un hinterland prougandés y atendiendo los intereses de compañías mineras anglosajonas.

La generalización de los combates en el Congo como escenario de ajustes de cuentas internos de otros países tuvo su efecto sobre Uganda, que se encontró con que las muy debilitadas guerrillas norteñas se movían libremente por el país de Kabila en apariencia reclutadas por las FAC. El contingente expedicionario de las UPDF (comandado por un hermano de Museveni, el general Salim Saleh) sostuvo encuentros con algunos cientos de efectivos del LRA, el ADF y el WBNF simultáneamente a los combates con los regulares congoleños, pero en octubre de 1998 la situación se complicó cuando tropas sudanesas penetraron a su vez en el país para ayudar a Kabila y de paso sorprender al SPLA en un movimiento envolvente.

Se planteó así una miniescalada militar entre Uganda y Sudán en el Alto Congo usando a las oposiciones del contrario como escudo. Jartum reiteró las acusaciones de violaciones fronterizas en su estado de Ecuatoria Oriental y Kampala denunció a su vez que aviación sudanesa bombardeaba su territorio desde aeródromos congoleños.

La aventura congoleña perjudicó seriamente la imagen internacional de Museveni y además reveló sus riesgos, ya que al ampliar el campo de operaciones contra las guerrillas domésticas Uganda estimulaba la coordinación de las mismas con las oposiciones armadas hutus de Rwanda y Burundi en contra de sus intereses. Todavía peor, estalló un conflicto con Rwanda por el control de determinadas áreas estratégicas, económicas y militares, en el Congo.

La Alianza rebelde tuvo desde el principio un parasol político denominado Reagrupamiento Congoleño por la Democracia (RCD), pero a lo largo de 1999 se dividió en dos facciones: la prougandesa, encabezada por Ernest Wamba dia Wamba y con sede en Kisangani (ciudad populosa, capital de la provincia Oriental, en el Alto Congo) y la prorwandesa, dirigida por Émile Ilunga y con base en Goma. A la escisión no tardaron en seguir enfrentamientos por el control de la estratégica Kisangani, que arrastraron a los respectivos valedores.

Las apetencias pesaron más que largos años de alianza y en agosto de 1999, y de nuevo en mayo de 2000, tropas ugandesas y rwandesas se enfrentaron con virulencia por el control de una ciudad clave para la distribución de las riquezas naturales de todo el norte y este del país. Los encuentros urgentes entre Museveni y Kagame detuvieron las luchas y dieron lugar a un precario reparto de las zonas de influencia militar y de rapiña económica.

Desde mediados de 1999 Museveni, consciente de la sangría que este frente exterior suponía al erario público, pareció alentar una solución negociada a la intrincada guerra del Congo. En esa línea, el 10 de julio estampó su firma en Lusaka, en una de las muchas cumbres presidenciales de paz celebradas desde el comienzo de la crisis, a un documento que establecía un alto el fuego, la retirada de las tropas extranjeras y la creación de una fuerza de interposición de la ONU. Luego, el 8 de diciembre, suscribió en Nairobi un acuerdo con el presidente sudanés Umar al-Hasan al-Bashir para el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre los dos países. La misma Kampala fue escenario el 8 de abril de 2000 de otra cita multilateral sobre la crisis congoleña.

Si las facciones del RCD, presionadas por sus padrinos, se avinieron a los acuerdos de Lusaka, no así Kabila, que exigió siempre la previa retirada de los “invasores” ugandeses y rwandeses. Museveni, que no perdonaba la ingratitud de Kabila y su nuevo discurso nacionalista y crítico con Occidente, culpó al presidente congoleño de todos los males de la región, desde el rebrote de las matanzas étnicas de tutsis en Kivu hasta las incursiones de las milicias hutus, y justificó la injerencia militar de su país por razones de “seguridad”.

A fin de reforzar su posición diplomática, en enero de 2001 Museveni logró la aglutinación en un Frente de Liberación del Congo (FLC) de las tres guerrillas sobre las que tenía ascendiente: el RCD-Kisangani, el Movimiento de Liberación del Congo (MLC, últimamente la rebelión más poderosa y coherente, dominante en el Alto Zaire y Ecuador) y el grupúsculo RCD-Nacionales.

El asesinato de Kabila la víspera de aquella fusión, el 16 de enero de 2001, en un confuso complot (la teoría de una conspiración ugando-rwandesa, vigorosamente desmentida por Museveni, fue una de las hipótesis insinuadas con dudosa consistencia), no alteró de entrada el estado de cosas congoleño, pero el nuevo presidente, Joseph Kabila, hijo del finado, mostró un talante más conciliador que resultó decisivo para la vivificación en febrero de los acuerdos de Lusaka de 1999.

Así, el 4 de julio de 2001 Museveni sostuvo un encuentro bilateral con Kabila en Dar es Salam que revistió la virtud de acelerar la retirada del UPDA y la interposición de efectivos de la ONU a lo largo de las líneas del frente. Al cabo de esta cumbre Museveni declaró estar “cansado” de la guerra y listo para sacar todos sus soldados del Congo.

Descarte de la democracia pluripartidista

Cumpliendo la previsión constitucional de 1995, el 29 de junio de 2000 se sometió a referéndum la posibilidad de implantar el sistema pluripartidista. A pesar del boicot del DP y otras fuerzas políticas, la fórmula de “democracia sin partidos” defendida por Museveni en la campaña fue respaldada por el 80% de los votantes (el 50% del censo), con lo que Uganda iba a continuar indefinidamente en un sistema de Gobierno insólito en el continente.

Ahora bien, que los partidos estuvieran oficialmente fuera del poder no impedía al multiforme NRM (llamado ahora simplemente “el Movimiento”, en cuya presidencia Museveni fue confirmado en una conferencia nacional celebrada en julio de 1998) ejercer en la práctica como un partido del Estado. El sistema, por lo demás, ponía todo el poder en las manos de su creador.

Museveni considera que los ugandeses no están preparados para la democracia pluralista a la occidental y siempre ha aducido el peligro de fomentar el sectarismo y el tribalismo como excusa para no implantarla. Los medios oficiales gustan de describir el Movimiento como un sistema de “pluralismo en unidad” o “pluralismo sin faccionalismo”.

Paradójicamente, ha permitido una atmósfera informativa e intelectual moderadamente liberal, que permite opiniones críticas siempre y cuando no se lleven a la práctica en forma de activismo político. Así, Uganda es pionera en la introducción de nuevas tecnologías en los medios escritos y posee algunas de las cabeceras más vigorosas del África Subsahariana.

En las elecciones presidenciales del 12 de marzo de 2001 Museveni ganó la reelección con el 69,3% de los sufragios frente al 27,8% sacado por su contrincante más votado, Kizza Besigye, ex coronel del NRM que durante la guerra de guerrillas le asistió como médico personal, y que luego ostentó altas responsabilidades en el Gobierno. En la campaña Besigye acusó a su antiguo camarada de complacerse en el autoritarismo, de tolerar la corrupción y de desangrar los recursos nacionales en la aventura del Congo, enganchándose en un cruce de invectivas con Museveni que por parte del presidente incluyó la “revelación” de que era un enfermo de SIDA (la pandemia ha tenido en Uganda uno de los desarrollos más mortíferos del mundo).

Las consiguientes denuncias de mascarada electoral fueron parcialmente rebatidas por los monitores internacionales, que estimaron en hasta en un 15% el voto fraudulento, y ratificaron que los comicios se habían desarrollado en un clima de intimidación. Museveni, ufano, declaró que sus votos eran “como el lago Victoria, que nunca se seca”, y describió su victoria como una aclamación por 15 años de gobierno pacífico.

El 12 de mayo tomó posesión de su mandato adicional hasta 2006, que según lo estipulado por la Constitución debía ser el último, en una ceremonia a la que asistieron, entre otros presidentes africanos, el líder libio Muammar al-Khadafy y el propio Bashir, presente a instancias del segundo dentro de sus esfuerzos para conseguir un tratado de paz definitivo entre Uganda y Sudán.

Además de la OUA en el período 1990-1991, el presidente ugandés ha sido presidente de turno del Mercado Común del África Austral y Oriental (COMESA, que hasta 1994 se llamó Área de Comercio Preferencial) en 1987-1988 y 1992-1993. Su empaque intelectual se apoya en una serie de libros entre los que se cita Sowing the Mustard See (1997), calificado de best seller por las fuentes oficiales.

En 2009 gana nuevamente las elecciones con mayoría absoluta para el período 2010-2016, que fueron objetadas por la opinión pública internacional y candidatos opositores. Museveni decide realizar elecciones presidenciales nuevamente en febrero de 2011 y sale airoso.

Museveni ha entrado a participar en la guerra civil de la República Democrática del Congo, en donde se han visto involucrados, además de Uganda, Tanzania, Ruanda y Burundi.

En 2009 fuentes noticiosas reportaron una investigación desarrollada por Jeff Sharlet sobre conexiones entre Museveni y la organización fundamentalista cristiana norteaméricana The Fellowship (conocida como “The Family”). Sharlet indicó que Douglas Coe, líder de la organización “The Fellowship”, consideraba a Museveni como un hombre clave para la organización en Africa.

Uganda ha realizado varios intentos legislativos para castigar la homosexualidad con pena de muerte. En 2009 y 2011, líderes de Canadá, el Reino Unido, los Estados Unidos y Francia han expresado su preocupación sobre los derechos humanos. El periódico británico The Guardian reportó que el presidente demostró su apoyo al esfuerzo legislativo, entre otras cosas, diciendo: “Homosexuales europeos están reclutando en Africa”, y diciendo que las relaciones gay estaban en contra de la volundad de Dios.

Fuentes: Fundación Cidob (http://www.cidob.org/) y fuentes propias.

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Sternhell, Zeev

Historiador y pacifista israelí

Arafat, Suha

Esposa de Yasser Arafat

Amit, Meir

Director del Mossad (1963 - 1968)

Obama Nfubea, Ricardo Mangue

Primer ministro guineoecuatorial (2006 - )

Mernissi, Fátima

Escritora y feminista marroquí

Mwanawasa, Levy

Presidente de Zambia (2002 - 2008)