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domingo, mayo 19, 2024

Benín, entre el pop y el vudú

SociedadBenín, entre el pop y el vudú

Benín, entre el pop y el vudú

En Benín, el periodista sudafricano John Matshikiza descubrió la riquza de una cultura africana a menudo denigrada. Resultado de un sorprendente sincretismo, ella testimonia la vitalidad del Africa negra. El contraste entre Cotonou, la capital económica de Benín, y los misterios que rodean la vida de Ouidah, uno de los centros de la religión vudú, reflejan las dos facetas del Africa de hoy. La diva africana Angelique Kidjo, la estrella beninesa más conocida en la escena internacional, se hizo construir una residencia de colores brillantes en el borde de la ruta principal que une Cotonou y Ouidah, en el oeste del país. Por John Matshikiza

DATOS DEL PAIS

La mayor parte del tiempo la cantante pop Angélique Kidjo vive en París, donde se gana la vida muy bien como artista, en el escenario o en el estudio de grabación. Pero africana como es, a pesar de vivir en la diáspora, sueña con poder volver a casa, al menos cada tanto. Y el éxito no sólo le permite a Kidjo visitar ocasionalmente el hogar familiar, sino también construir su propio hogar, una casa que no pasa inadvertida para el común de la gente. “Me fui, pero regresé, y regresé con éxito”, parece decir la deslumbrante villa con azulejos negros y blancos a los autos que pasan, aunque la señora de la casa está fuera casi todo el tiempo. El espacio físico y psicológico que se construye para uno mismo es de gran importancia en este siglo XXI africano. Uno se podría preguntar por qué Kidjo no se construyó una casa retirada y oculta en una plantación en lo profundo del bosque exhuberante, donde pudiera descansar de la mirada pública implacable a la que está expuesta como estrella del pop. Una respuesta podría ser que la mirada pública se vuelve un fin en sí mismo después de un tiempo, como una droga sin la que ya no se puede vivir. Otra, quizás más convincente, es la necesidad de definir quién es uno y dónde está parado en el espacio competitivo que es esta Africa postraumática. La villa de Kidjo está a medio camino de dos versiones contrastantes del perfil africano moderno. Africa, tierra de consumidores Cotonou, la capital de Benín, es un caos. Es una ciudad llana, con una hilera interminable de pequeñas casas a lo largo de la costa arenosa y hacia el interior, donde día y noche se siente el ruido ensordecedor del tránsito, especialmente de los ciclomotores, principal medio de transporte para la mayoría de la población. Africa está en el movimiento. Hay negocios para hacer, cualquier tipo de negocios. El dinero falta. Los ciclomotores son una manera relativamente barata de trasladarse en estas circunstancias, aunque “barato” siempre es relativo. Estos se importan de Japón, y usan combustible barato que no ha sido refinado en Benin, sino que también es importado. Los ciclomotores y su combustible barato siembran el aire de una niebla azul de polución, otro costo importante de la necesidad de buscar una manera económica de vivir. El rompecabezas africano está expuesto. Todo lo que tiene algún valor se importa, y a un precio definido en algún lugar lejano del exterior que no comprende las circunstancias particulares de Africa. Ni siquiera las bicicletas se fabrican aquí, bicicletas que son el único recurso para los más pobres de la comunidad, aquéllos que no pueden permitirse el lujo de moverse a tirones subidos a una moto, y que sirven de taxis para la mayoría de las personas ni siquiera. Africa, el continente más pobre del planeta, es una tierra de consumidores, no de productores. ¿Cómo podría ser de otra manera, si consideramos su historia? El camino a Ouidah En el otro extremo de la carretera que pasa al lado de la nueva casa de Angelique Kidjo, está el pueblo de Ouidah. Es un lugar al que uno podría retirarse para vivir una vida tranquila, reflexiva. No pasa mucho allí. La ciudad es la cuna de una larga historia y de distintas formas de espiritualidad que requerirían años de exploración e investigación. Ouidah es uno de los centros de la religión vudú. Pero ¿qué es el vudú? (De regreso a Sudáfrica, un colega blanco movió su cabeza en señal de desaprobación, cuando yo hablé de la experiencia movilizadora de visitar un lugar santo del vudú: “¿No están en el canibalismo y en toda esa clase de cosas?”, preguntó.). El vudú es simplemente una de las muchas religiones indígenas que los misioneros europeos encontraron cuando llegaron a Africa. Como todas las religiones, tiene sus misterios, que sólo pueden ser interpretados por sus sacerdotes más experimentados. Y como otras religiones, tiene millones de seguidores en el mundo. En el sagrado bosque del vudú Entré en el bosque sagrado del vudú en las afueras de Ouidah sin saber qué me iba a encontrar. ¿Quién dijo que los africanos no tienen ningún sentido de preservación ecológica? Entrar en ese espacio de varias hectáreas cuidadosamente amurallado, es como entrar en el jardín del Edén -un espacio verde todavía más intenso que el bosque tropical dentro del que está enclavado-. Después del ruido de la carretera, uno se siente rodeado por el silencio de una catedral del vudú cuyo techo está compuesto por las ramas entrecruzadas de árboles altísimos y de la que el suelo exhuberantemente verde se cubre de frutas que se cayeron de los árboles. Cada tantos metros surge una imponente estatua, cada una de las cuales representa a una deidad cuyo papel es explicado por un iniciado. Estas esculturas son exponentes maravillosos del arte primitivo moderno, algunas en madera, otras hechas de restos de metal soldados con tanta habilidad que forman obras vanguardistas. La mayoría está pintada con colores brillantes. Representan la fertilidad, la guerra, la estabilidad, la riqueza, la enfermedad, todo lo que preocupa en la vida moderna. Un hombre bajo, rapado, descalzo, y vestido con un pantalón negro y un impermeable de mujer herméticamente abrochado y varios talles más chico que el suyo surge silenciosamente de algún lado. Hay una breve negociación sobre cuánto dinero es necesario para que nos facilite una visita guiada al lugar y para que explique algunos de sus misterios -no distinto de la necesaria contribución en Notre Dame, de París, o en la Sagrada Familia, de Barcelona, por ejemplo-. Este hombre es el guardián del bosque del vudú. Después de explicar los puntos principales de interés en el bosque, nos lleva a lo que podría ser considerado el “altar”. Este es el árbol más alto del bosque, un iroko antiguo, cubierto por una corteza blanca que se alza entre el follaje y casi se pierde de vista. Es el espíritu de Behanzin, un rey del siglo XIX que se convirtió en un árbol en el lugar para no ser capturado y asesinado o desterrado por los portugueses que estaban usurpando implacablemente su territorio con su propia versión de la religión y con intenciones comerciales que terminarían en la exportación de millones de esclavos africanos de la región y la total dominación del continente africano. Si sus intenciones son sinceras, usted puede tocar el iroko y hablar con Behanzin. Y si él simpatiza con usted y sus pedidos, sus oraciones serán escuchadas. Todo lo que quiere Behanzin a cambio, si accede a sus pedidos, es que usted vuelva a hacer un sacrificio al pie del árbol. Si no, su ira será insaciable. Yo acepto el pacto y dejo el bosque del vudú. Lo que pedí es un secreto que sólo él y yo compartimos. Los niños Da Silva Las calles de Ouidah casi gritan la historia de la esclavitud. El comerciante de esclavos más famoso en el área era un brasileño llamado Da Silva. Su casa, una villa de dos pisos en el centro del pueblo, todavía está en pie, y la circundan calles con el nombre de sus sucesores. Los descendientes que viven aún en Ouidah fueron inmortalizados en la novela de Bruce Chatwin, El virrey de Ouidah. El historia de Da Silva es increíble. ¿Cómo podemos seguir considerando el comercio de esclavos como un asunto puramente racial y racista, si algunos de sus más importantes perpetradores no tuvieron ningún problema en casarse con la raza que estaban esclavizando, y tener una numerosa descendencia que se mezclaría con la población nativa en dos o tres generaciones, africanos de la clase alta que nunca concebirían volver a Brasil o Portugal? Y Da Silva no fue el único. No lejos de la casa de Da Silva, está el templo de las Serpientes, otro espacio sagrado de la religión vudú. Se mantiene intacto, con un cerco a cielo abierto donde se encuentran dos o tres chozas de paja. Una de ellas es para las consultas privadas con un importante sacerdote. La choza más alejada, en la parte de atrás del cerco, tiene una entrada en arco, sin puerta. Está llena de centenares de pitones -no de las más grandes, pero pitones no obstante-. Son completamente dóciles. O al menos eso aseguró el guía, que me instó a que me pusiera un par de ellas alrededor del cuello, a lo que yo me negué. No obstante, estaba en la choza rodeado por centenares de serpientes -una pesadilla que uno espera no tener nunca-, y finalmente pude salir, sano y salvo. El guardián del bosque del vudú me aseguró que ésta es una religión tolerante. Llegó a confiarme que iba cada tanto a misas católicas, para demostrarme que no había ningún tipo de animadversión y que todos teníamos derecho a rendir culto de la manera que mejor nos pareciera. Cuando salí del templo de las Serpientes, me di cuenta de qué estaba hablando. Del otro lado de la calle se levanta, sólida e impasible, una catedral católica en ladrillo rojo -los más importantes centros de las dos religiones se miran cortésmente, cara a cara-. Es fácil formular hipótesis sobre las aparentes contradicciones del Africa moderna. En la vida diaria, estas contradicciones no se ven. Simplemente, la vida transcurre.

La fuente: Open Democracy (Reino Unido), sostenido por la fundación Ford, este periódico on line pretende ser “un espacio de conocimiento, de intercambio y de comprensión, independiente de todo grupo mediático y de cualquier interés particular y de cualquier ideología”. La traducción del inglés pertenece a María Masquelet para elcorresponsal.com.

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