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martes, mayo 7, 2024

Algunas notas sobre el vino en el Corán, el Talmud y la Biblia

CulturaAlgunas notas sobre el vino en el Corán, el Talmud y la Biblia

Algunas notas sobre el vino en el Corán, el Talmud y la Biblia

Dicen que Noé fue el primer viñatero; de él en adelante el vino, adorado o rechazado, ha estado presente en todas las culturas. El autor indaga en este artículo en las referencias que pueden encontrarse sobre el vino en los libros sagrados de las tres grandes religiones.

Por Víctor Ego Ducrot

Comenta Lucrecio que Ceres había dado a los hombres los cereales y Baco el vino, “dos regalos sin los cuales bien podríamos vivir, como pasan muchas naciones que aún hoy no los poseen”. Nada más aproximado a esta afirmación del epicúreo y ateo romano que la que nos trae un pasaje del libro sagrado de los árabes: “Te preguntarán por el vino y el maisar. Di que en ambos hay mal grande y algún provecho para los hombres, y su mal de ambos es más grande que su provecho”. (El maisar era un juego de fortuna, consistente en sacar flechas de una bolsa al azar; la apuesta era un camello joven, al que el ganador sacrificaba, para repartir su carne entre los pobres). El Corán reitera sus advertencias: “En verdad, el vino y el maisar, y los anazab y las flechas son abominación de los hechos de Schaitán (Satán); evitadlos, pues, que acaso, vosotros seréis felices… En verdad, quiere el Schaitán introducir entre vosotros la enemistad y la cólera en el vino, y apartaros del recuerdo de Alá y de la oración; pero vosotros absteneos y obedeced a Alá, y obedeced al Profeta, y estad sobre aviso…” (Asura). En la Historia de la Santa Simpatía (Las Mil y Una Noches, noche 280), a la pregunta del sabio acerca del vino, la ilustrada joven contesta: “¿Cómo puedes interrogarme acerca del vino cuando el libro es tan explícito sobre este particular? No obstante sus numerosas virtudes, está prohibido porque turba la razón y enardece los humores. El vino y el juego de azar son dos cosas que debe evitar el creyente, bajo pena de las mayores calamidades”. Con todo, el profeta Mohammed (Mahoma) reservaba a sus elegidos el tasnim, la fuente del vino paradisíaco, el río de vino de Alchenna (Paraíso), donde los bienaventurados podrán comer, beber y rodearse de huríes. El vino, prohibido en la tierra, es otorgado con generosidad en el cielo. “Ríos de vino, una delicia para los bebedores…y rondará sobre ellos una copa de plata y vasos como botellas. Botellas de plata; las medirán exactamente, con medida. Y les darán a beber una copa, cuya mezcla será de jengibre…” (Asura). La gran obra literaria Las Mil y Una Noches evidencia el generoso uso y abuso que los devotos de Alá hacían del vino antes, durante y después de las no menos generosas comidas. Los poemas báquicos de origen árabe demuestran que el amor al vino no era menos que la pasión por las armas y por las mujeres. Aunque varias veces se habla del vino fuerte, en el ámbito árabe era preferido el vino mezclado con agua. En Las Mil y Una Noches se habla reiteradamente del vino clarificado, es decir aguado. Una cuarteta de Kaab ibn Zuhair dice así: “Cuando se sonreía, demostraba / unos dientes espléndidos, al modo / de un vaso de cristal, en donde el vino / con agua dulcemente es templado”. Por una “mual-laka” (poesías colgadas en los muros frontales de La Caaba, en La Meca) escrita por Imrulkais ibn Huchr, nos enteramos que la carne de camella joven era alimento de los árabes del desierto, los beduinos. La joroba, aromatizada con vino, era un manjar muy apreciado, que se cocía con frutas y nueces perfumadas. *** La sobriedad con respecto al alcohol no es ningún mérito para el Talmud, que reconoce que “no hay alegría sin vino” y que incluso llega a comparar la propia Torah con el mismo vino, puesto que si el vino se sazona conservándose, las palabras de la Torah se prueban madurándose en el hombre y alegrándole el corazón. Numerosos pasajes de los libros rabínicos ensalzan el noble jugo de la uva, e inclusive examinan determinadas implicancias teológicas cuando aluden a los bebedores y a los abstemios. No debe creerse, con todo, que el Talmud se aparta, por ejemplo, de varias recomendaciones explícitas consignadas en muchos pasajes bíblicos, sobre la conveniencia de evitar el licor y, sobre todo, sus efectos sobre la conducta. También, como en las Escrituras, exalta las bondades del vino, pero advierte acerca de los resultados del mucho beber. “Cuando entra el vino, el buen sentido se va; cuando entra el vino, los secretos se escapan”. Este efecto universal del alcohol sobre la locuacidad del hombre tiene, para la gematría hebrea, otra curiosa relación. Como se sabe, la gematría o ciencia hermetista del valor numérico de las palabras, otorga a la voz hebrea yayin (vino) el número 70, que es, precisamente, el mismo número que se destina para la voz sod, que significa secreto. El comer y el beber producen en el individuo el equilibrio ideal, como se expresa en este aforismo talmúdico: “Antes de que un hombre haya comido y bebido, él tiene dos corazones; pero luego no tiene más que uno”. Los comentarios rabínicos no se refieren sólo a las consecuencias morales de los excesos báquicos, sino que abundan en apreciaciones sobre sus efectos sobre el cuerpo del individuo. Un rabino, Abba Saúl, decía que, cuando se ocupaba de amortajar a los muertos, observaba sus huesos, y advertía que los huesos del que había bebido licores fuertes tenían el aspecto de estar quemados. Si había cometido excesos en el beber, sus huesos no contenían médula; pero si había bebido con moderación, estaban llenos de esa sustancia vital. Los textos rabínicos que contienen prescripciones curativas son numerosos, porque la medicación talmúdica es del todo empírica, y participa generalmente de lo que se denomina magia homeopática. Para prevenir los efectos de la borrachera, la Michna aconsejaba: “Tomad aceite y sal y frotaos con ellos la palma de las manos y la planta de los pies, exclamando: así como es claro este aceite, que sea igual el vino…” es decir, que no le perturbe el espíritu. Una creencia popular judía nos dice que cinco actos nos hacen recordar las cosas aprendidas: el pan tostado o cocido sobre el carbón; los huevos pasados por agua sin sal; el uso constante del aceite de oliva como bebida, el beber vino perfumado y el beber el agua sobrante donde se ha amasado el pan. *** Diez palabras hebreas y dos griegas, por lo menos, representan al vino en los textos bíblicos. En Nehemías 5:18 se traduce por vino la voz yayin, equivalente al oinos griego. Yayin denomina al vino en general, a toda clase de vino de escasa graduación alcohólica. El vino nuevo mencionado por Isaías (62:8,9) Joel (1:10) y Miqueas (6:15) se dice, en hebreo, tirsoh. Tenía poderes embriagantes y consistía en una especie de “miel de uvas”. Se supone que se elaboraba con uvas frescas, secas o prensadas. La miel de vino se fabricaba haciendo hervir el mosto hasta reducirlo a su cuarta parte. Esta bebida era denominada, en hebreo, debhash (miel). El Deuteronomio nos hace conocer algunas curiosas disposiciones respecto del vino: después de cuatro años de trabajo, cuando el agricultor estaba a punto de recoger los primeros racimos de su viñedo, se lo eximía de prestar servicios en la guerra. Otra ley protegía el crecimiento de las plantas durante tres años. Al tercero, el año del diezmo, el propietario debía entregar sus frutos al levita, al inmigrante, al huérfano y a la viuda, “para que coman en tus ciudades y se sacien”. La embriaguez se ve constantemente repudiada en las Escrituras, pero no la alegría producida por el vino. Cronológicamente, el primer ebrio de la Biblia fue Noé, de quien la tradición judía dice que fue el primer viñatero. Como sabemos, Noé no es sino la versión hebrea de otros héroes diluviales, como Xixutros de Caldea, Hasisadra de Sumeria, Utnapistim de Babilonia o Decaulión de Grecia. Pero en los relatos mesopotámicos o griegos no se mencionan a esos personajes como viñateros. “Noé, labrador, comenzó a plantar viña, y, bebiendo vino, se embriagó y quedóse desnudo en medio de su tienda”. Fuerte debió de haber sido la embriaguez del patriarca para despojarse de su última prenda, y en esas condiciones fue visto por su hijo mayor, Cam, y Noé, al saberlo, maldijo a su descendiente Canaán, por haber visto la desnudez paterna. El vino de Noé se sacó de las viñas de Armenia, que miles de años después proporcionaban a los babilonios el mejor licor que estos consumían. nos de la poesía israelí, así como de la creación artística en hebreo en todas sus formas”. La fuente: el autor es un periodista y escritor argentino, al que podría definirse como sólido intelectual, viajero consuetudinario y sibarita empedernido. Durante más de dos décadas se desempeñó como corresponsal de distintos medios internacionales en las más diversas regiones del mundo. Es autor de los libros “Los sabores de la patria” (Norma Grupo Editorial, Buenos Aires, 1998); “El color del dinero”( 1999), una profunda investigación sobre el lavado de dinero en el mundo, y “Los sabores de la historia”, un breviario de historia universal narrada desde la evolución de los hábitos del comer que próximamente lanzará en Buenos Aires la editorial Norma.

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