La ocupación es la culpable del odio y del conflicto permanentes
Evidentemente entre israelíes y palestinos existe ahora una enorme carga de odio mutuo. Una carga de odio construida durante mucho tiempo, a pesar de los años del proceso de paz, que ha fracasado en su objetivo de crear un clima de confianza recíproca. Para el autor, la restitución de los territorios árabes ocupados por Israel no garantiza que el odio desaparezca, pero no hacerlo sólo logrará aumentar las discrepancias.
Por Adam Keller
El linchamiento en Ramallah, cometido por una muchedumbre de palestinos contra israelíes, ha costado dos vidas. Ha sido claramente un linchamiento. Cualquiera que viva en el sur de los Estados Unidos lo habría reconocido como tal.
El “pogrom” en Nazareth, cometido por una muchedumbre de israelíes contra los árabes, ha costado dos vidas. Fue claramente una persecución. Cualquiera que hubiera vivido en la Rusia zarista, lo podría reconocer como tal.
Evidentemente entre israelíes y palestinos existe ahora una enorme carga de odio y de ganas de golpear al otro. Una carga de odio construida durante mucho tiempo, a pesar de los años de un proceso de paz oficial, que claramente ha fracasado en su objetivo de crear un clima de confianza recíproca. Odio que estalla ahora y que este proceso alimenta.
Hasta aquí las similitudes y las simetrías. Hasta aquí y no más allá. Porque Israel y los palestinos son dos entidades abiertamente desiguales. Hay un débil y uno enormemente fuerte, un opresor y un oprimido. Hay un país en posesión del ejercito más fuerte de Medio Oriente, con tanques, helicópteros de combate y un completo arsenal de armas nucleares, y un pueblo cuyo armamento hasta ahora han sido las piedras y que ahora han conseguido algunas armas ligeras.
Hay un país que ha sido soberano durante 52 años, un país rico que forma parte del Occidente industrializado y un pueblo del Tercer Mundo, que ha sido echado de su tierra y ha sido oprimido, al cual en el curso de 52 años se le han dado esperanzas, luego no cumplidas, y que lucha con increíble obstinación e inimaginables sacrificios por el derecho a ser libre y vivir al menos en una parte de la que fue su tierra original.
Hay una ocupación, una horrible ocupación viva y coleando siete años después de aquel histórico apretón de manos en el jardín de la Casa Blanca, que en teoría habría tenido que dejar de existir.
Una ocupación que tiene un efecto deshumanizante y embrutecedor sobre todos a los que afecta. Una ocupación que se manifiesta en la confiscación de tierras, en la destrucción de casas, en el crecimiento de los asentamientos de los colonos, y en los humillantes registros a los puestos de control. Una ocupación que se manifiesta en estos días con los helicópteros de combate que bombardean una ciudad que no tiene forma de defenderse y en los tanques que asedian una población civil inerme.
Es la ocupación la culpable de que se alimente el odio y el conflicto. Las víctimas -los israelíes y los mucho más numerosos palestinos- son todos víctimas del la ocupación. No hay seguridad de que el odio desaparezca automáticamente al final de la ocupación, pero podemos estar seguros que su continuación sólo lo hará aumentar.
La fuente: el autor es integrante del grupo pacifista israelí Gush Shalom (Bloque de la Paz)