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lunes, mayo 6, 2024

Un pueblo sumergido para siempre en el caldo radiactivo de la Guerra del Golfo

PolíticaUn pueblo sumergido para siempre en el caldo radiactivo de la Guerra del Golfo

Un pueblo sumergido para siempre en el caldo radiactivo de la Guerra del Golfo

Las balas de uranio empobrecido fueron, durante la Guerra del Golfo, una de las herramientas predilectas de los pilotos y artilleros de tanque norteamericanos, que perforaban los blindados enemigos como si fueran de papel. “Cuando los misiles hacían impacto en sus vehículos, la gente se derretía. Tanques, artillería, todo se volvía una masa negra”, cuenta ahora una sargento retirada del ejército norteamericano. Se estima que en el campo de batalla de la guerra permanecen 320 toneladas de uranio empobrecido, que dejarán su rastro tóxico durante los próximos 4.500 millones de años, un período comparable a la edad del sistema solar. La matanza seguirá mucho después del fin de las batallas.

Por Scott Peterson

Soldados norteamericanos luego de un bombardeo sobre Irak, en 1991.

Los hombres que protegen las ruinas de la remota estación para bombeo de petróleo de Kharanj, cerca de la frontera de Irak con Arabia Saudita, no se aventuran mucho por los alrededores. Partes de esta instalación, destruida por las incursiones aéreas norteamericanas durante la Guerra del Golfo, en 1991, permanecen “calientes”, es decir, radiactivas.

Los guardias se refugian dentro de un solitario y pequeño edificio para evitar los restos contaminados por las balas norteamericanas hechas de uranio empobrecido (conocido como DU, por Depleted Uranium).

Al adentrarse en el antiguo campo de batalla, uno pasa por los ricos campos petrolíferos iraquíes de Rumeila y la zona desmilitarizada fronteriza con Kuwait, infestada de tanques y vehículos oxidados. Muchos están radiactivos.

La bala favorita de los pilotos y artilleros de tanque norteamericanos era el “taladro” de DU que perfora el blindaje, usado por primera vez en combate durante la Guerra del Golfo debido a su notable densidad, y no a su radiactividad. Las cifras del Pentágono indican que fueron disparados 860.000 proyectiles de DU por lo menos, dejando atrás un rastro de emanación tóxica radiactiva que permanecerá contaminando durante 4.500 millones de años, un período comparable a la edad de nuestro sistema solar.

Inconscientes de los riesgos potenciales, los halconeros cazan a lo largo de un camino próximo y dos hombres rastrean el terreno en busca de setas.

A pesar de haber emitido declaraciones contradictorias sobre los peligros planteados por las 320 toneladas de DU disparadas en Irak, el Pentágono vaticina que cada uno de los futuros campos de batalla estará contaminado con DU.

El DU es una forma altamente concentrada, consistente en las “sobras” remanentes del proceso de enriquecimiento que produce bombas y combustible nuclear. Cuando el DU está embalado de forma preventiva, sus riesgos sobre la salud son pequeños. Pero cuando se estrella a dos veces la velocidad del sonido contra el metal, se quema y se pulveriza, convirtiéndose en tóxico y liberando polvo radiactivo que puede remontar en la columna de calor de un tanque incandescente y viajar kilómetros flotando en el viento del desierto. Como metal pesado, el riesgo del DU a corto plazo es su toxicidad química.

Aunque el DU presenta tan sólo el 60 por ciento de la radiactividad del uranio natural, sus partículas pueden quedarse atrapadas en el cuerpo durante períodos largos, ocasionando con ello graves problemas para la salud. “Permanece activo para siempre”, dice Doug Rokke, un ex experto del Pentágono en DU. “No se va. Sólo se dispersa y flota en el viento”.

La reticencia de los militares a reconocer los peligros del DU recuerda a Rokke otra guerra, la de Vietnam: “El DU es el Agente Naranja de los años noventa”, dice.

El campo de batalla de la Guerra del Golfo estaba inmerso en un caldo radiactivo y tóxico, que incluia munición de DU, gas nervioso y otros agentes químicos, así como el humo de centenares de pozos de petróleo incendiados en Kuwait. La exposición a cualquiera de estos productos tóxicos se asocia con problemas a largo plazo.

Con uno de cada siete veteranos de la Guerra del Golfo -más de 100.000- quejándose de una pléyade de achaques llamada Síndrome de la Guerra del Golfo, alguna atención se está suscitando ahora hacia las condiciones en Irak.

Las entrevistas con veteranos de la Guerra del Golfo y médicos iraquíes dieron un número considerable de casos que evidencian que Irak experimenta un alza brusca en tipos de problemas de salud graves, tales como el cáncer, que se asocia con el DU y la exposición a productos químicos. “Esto es una tragedia que no solamente afectó a civiles y a soldados iraquíes”, dice Sami al-A’rayi, un importante funcionario iraquí. “También afectó a soldados norteamericanos y británicos”.

Irak se quejó formalmente a las Naciones Unidas del “espantoso daño” ocasionado por el DU, pero los expertos en los Estados Unidos tienen aún que encontrar una causa común, inclusive un síntoma común, del Síndrome de la Guerra del Golfo.

“El campo de batalla era dinámico y fluido, y la exposición era múltiple y variada”, dice James Tuite, un antiguo investigador del Senado norteamericano que se ha dedicado a investigar los efectos de la exposición a productos químicos en la Guerra del Golfo. “¿Qué fue lo que ocasionó el problema? ¿El DU? La respuesta es sí”, dice Tuite.

Y en Irak, tales riesgos se complican con las sanciones de las Naciones Unidas y el status de Estado paria. Los politizados esfuerzos iraquíes para ganarse la simpatía internacional, que describen el uso del DU por los aliados como una “táctica ilegítima de genocidio”, hacen difícil realizar una evaluación correcta. Los funcionarios iraquíes atribuyen con convicción la crisis sanitaria del Irak de posguerra al DU, aunque Irak no tiene laboratorios capaces de confirmar un nexo directo entre el DU y los profundos problemas de salud que se dan en el país.

Fuera de Irak, el alcance de los riesgos del DU es todavía objeto de un debate amargo, con los científicos occidentales enfrentándose sobre los riesgos planteados por esta polémica bala nuclear. Sin embargo, la mala situación sanitaria de Irak ha convencido a la Organización Mundial de la Salud (OMS) de la necesidad de conducir una encuesta detallada de dos o tres años de duración sobre el impacto del DU.

Víctimas de la desinformación

El Pentágono sostiene que no hay ningún veterano norteamericano enfermo a causa de la exposición al DU. Cualquier nexo entre la munición radiactiva, el cáncer, defectos de nacimiento y otras anomalías en Irak -dice- es “desinformación” difundida por Saddam Hussein.

Los funcionarios del Pentágono rebajan los riesgos del DU, pero los críticos contestan que la razón para ello puede tener menos que ver con la ciencia que con mantener una de las armas favoritas en el arsenal de los Estados Unidos y evitar indemnizaciones por la Guerra del Golfo. “La desinformación difundida tanto por el gobierno iraquí como por el Departamento de Defensa ha hecho que el análisis del impacto del DU sea difícil de cuantificar”, explica Dan Fahey, un antiguo oficial de marina que escribió un extenso informe sobre el DU para grupos de veteranos norteamericanos.

Con todo ello, algunos científicos están convencidos de que el DU es uno de los principales culpables. “El Síndrome de la Guerra del Golfo será achacado a una variedad de factores”, dice Michio Kaku, un profesor de Física Teórica en la Universidad Urbana de Nueva York. “Finalmente, cuando el último capítulo esté escrito, el DU tendrá una gran parte de la culpa”.

En Irak, el problema es innegable: “La gente lo llama la enfermedad extraña”, dice Thamer Hamdan, un cirujano ortopédico de Basora -formado en los Estados Unidos y Escocia- que afirma ser testigo de un “asombroso aumento” de casos de cáncer y defectos congénitos.

La clínica del doctor Thamer está repleta de pacientes de cáncer. El doctor muestra al visitante unas radiografías de casos extremos de malformaciones congénitas y tumores, comentando que “es bien conocido que un cirujano ortopédico en Inglaterra ve un solo caso de tumor de hueso cada tres años. Aquí, yo veo uno cada dos semanas”.

“No estamos viendo solamente un cambio en la incidencia, sino también en la naturaleza de estos problemas”, agrega, haciéndose eco de quejas similares realizadas por muchos médicos iraquíes. “Son de un tipo maligno que mata rápidamente y afecta a la gente a edades más tempranas. Me hace pensar que debe haber algo detrás de esto, algo que jamás hemos conocido antes”.

El DU: “como matar una mosca con un cañón”

Puede que resulte imposible señalar una sola causa de los problemas sanitarios de Irak y, aunque los científicos no se ponen de acuerdo sobre los efectos precisos del DU, hay hechos que nadie pone en duda: un científico alemán que encontró una bala usada de DU en el desierto iraquí en 1992 fue multado por un tribunal de Berlín por “liberar radiación ionizada sobre la gente” cuando llevó su hallazgo a Alemania.

El proyectil -similar a los que se ha comprobado que algunos niños iraquíes han usado como juguetes- se selló en una caja revestida de cobre y fue retirado bajo una fuerte escolta policial.

No hay nada sorprendente en tales precauciones en Occidente, donde la manipulación del material radiactivo está estrictamente controlada. El ejército norteamericano tiene 14 licencias distintas de la Comisión Reguladora Nuclear (NRC) y la marina y la fuerza aérea tienen sendas licencias NRC para Materiales Principales. Vídeos de instrucción del ejército de los Estados Unidos producidos en 1995 muestran a especialistas llevando máscaras y trajes de protección total -la misma protección usada para los ataques químicos o biológicos- cada vez que entran en contacto con vehículos contaminados con DU. Sin embargo, Bernard Rostker, el “zar” del Pentágono para el Síndrome de la Guerra del Golfo, dice que las reglas de la NRC son “exageradas”. Las zonas contaminadas por el DU en Irak son “útiles para cualquier uso agrícola, industrial o personal”, asegura.

Pero el DU se convierte en partículas microscópicas cuando se quema sobre el campo de batalla, así que los peligros del DU son dobles: en forma de aerosol es químicamente tóxico y puede dañar los riñones si se inhala o se come.

Más alarmante todavía, una porción pequeña de DU transportada por el aire es capaz de alojarse en los huesos o en los pulmones durante muchos años, y plantear por ello un riesgo constante de radiación.

El DU emite partículas tipo alfa, que son 20 veces más peligrosas que otras formas de radiación tales como las partículas beta y los rayos gama. La radiación alfa destruye células normales en el cuerpo. “Es como disparar a una mosca con un cañón”, dice uno de los expertos.

Aunque la radiación alfa no penetre la piel o la ropa, las partículas de DU pueden “ocasionar problemas en los riñones o hacer que las células de los pulmones se transformen en cancerosas”, dice Douglas Collins, un físico terapeuta y director de la sección de Seguridad de los Materiales Nucleares de la NRC en Atlanta.

¿Cuál es, entonces, la probabilidad de que el DU ocasione problemas para la salud? La respuesta depende de a quién se haga la pregunta. Los científicos atómicos calculan que cada partícula alfa puede romper centenares de miles de enlaces moleculares. No hay escasez en esta energía: cada gramo de DU produce 12.000 partículas alfa por segundo.

Un estudio de 1990 encargado por el ejército norteamericano vinculó al DU con el cáncer y encontró que “ninguna dosis es tan pequeña para que la probabilidad de efecto sea cero”. Su conclusión global fue que el riesgo era “aceptable”.

Algunos científicos evitan las declaraciones afirmativas por problemáticas. “No sabemos todo lo que nos gustaría saber”, dice Ron Kathren, profesor de Física y director de los Registros Norteamericanos de Uranio y Elementos Transuránicos en Richland, Washington.

Adjunto a la Universidad Estatal de Washington, el registro ha estudiado el uranio en muestras humanas donadas por trabajadores de la industria durante 30 años. Kathren dice que el riesgo del cáncer es comparativamente bajo. “El porqué de la alarma de la gente es que el DU es radiactivo, pero la dosis es tan pequeña que nunca se acerca al peligro químico”, añade.

Parte del problema con el DU es la percepción errónea por parte del público, dice John Russell, director asociado de los Registros: “Mencionas la palabra ‘uranio’, y la gente piensa en la bomba. Éste no es el caso aquí”.

Un principio básico es que “incluso los niveles bajos del material radiactivo pueden ocasionar un aumento en el cáncer”, dice el coronel Eric Daxon, un veterano del Pentágono experto en radiación. Las células dañadas se reparan por sí mismas, sin embargo, y “para superar estos niveles… habría que tener mucho DU interiorizado”, dice Daxon. “Una exposición a cantidades pequeñas no es igual a peligro”. La posibilidad de problemas en Irak, añade, es “excepcionalmente pequeña”.

Pero otros expertos discuten estos puntos de vista, observando que la mayoría de las exposiciones en el campo de batalla implicarían millones de partículas de DU, y enfatizan que esa regeneración de células se ve impedida por el bombardeo repetido.

“Incluso una dosis infinitamente baja de radiación alfa en el tejido es un riesgo radiactivo alto”, dice el doctor Asaf Durakovic, antiguo jefe de Medicina Nuclear en el Centro Médico de la Administración de Veteranos de Delaware, en Wilmington.

Algunos sugieren que la gravedad de los casos iraquíes que están siendo documentados ahora podría deberse al efecto “sinérgico” de varios contaminantes operando simultáneamente. Los productos químicos podrían provocar un problema de salud como el cáncer, mientras que la radiación podría acelerarlo.

Las complicaciones químicas

¿Cuál fue la extensión de la contaminación química durante la Guerra del Golfo? En 1994 el doctor Theodore Prociv, ex asistente del subsecretario de Defensa para armas químicas y biológicas, testificó que las 14.000 alarmas químicas desplegadas a lo largo del teatro de operaciones sonaron con un promedio de dos a tres veces al día durante los 42 días de la campaña aérea. Algunos veteranos testificaron que fueron objeto de ataque químico directo; otros culpan a materiales químicos iraquíes liberados por las bombas aliadas. El Pentágono dice que las unidades militares eran “propensas a falsas alarmas”.

Un avance se produjo en junio de 1996, cuando el Pentágono reconoció que “varios cientos de soldados” se expusieron al gas nervioso sarín cuando volaban depósitos de municiones iraquíes. Un año más tarde la cifra se rectificó hasta 100.000.

El Comité de Asuntos de Veteranos del Senado, no obstante, desautorizó posteriormente todos esos hallazgos, afirmando que hay “evidencia insuficiente en este momento para probar o refutar” cualquier exposición a productos químicos.

Es bien conocido que Bagdad usó armas químicas en 1988, matando a 5.000 kurdos iraquíes en el pueblo norteño de Halabja. Una reciente encuesta independiente encontró que los supervivientes de aquel ataque experimentaban altas tasas de cáncer, defectos de nacimiento y malformaciones, tal como ocurre hoy en el sur de Irak.

Problemas de salud en aumento

Jawad Al-Ali, jefe del Departamento de Oncología del Hospital Clínico Saddam, de Basora, recuerda cuando los médicos solían apiñarse alrededor de los casos de cáncer a causa de su rareza. Sin embargo, desde la Guerra ya tres de sus colegas han perdido a hijos a causa del cáncer.

Al-Ali informó que el número de casos de cáncer en sus salas se ha multiplicado, y que la mayoría de esos casos pertenecen a tipos asociados con la radiación. Los casos de leucemia, por ejemplo, se han multiplicado por 15. Un estudio reveló que la tasa total del cáncer infantil en Basora ha aumentado más del doble desde la Guerra.

Los veteranos de guerra iraquíes tienen una incidencia de cáncer mayor que los civiles en un 60 por ciento, dice el doctor Nafi Al-Ani, antiguo jefe de medicina preventiva del ejército iraquí.

Un estudio hecho por el gobierno iraquí en 1996 sobre 1.625 mujeres embarazadas muestra, según se informa, que la posibilidad de un aborto es 3,2 veces mayor si el padre luchó en la guerra.

“Aunque haya habido un aumento muy importante de casos de leucemia, es demasiado temprano todavía para establecer un nexo directo con el DU”, advierte la doctora Mona Elhassani, especialista formada en Gran Bretaña que dirige el registro de cáncer en Bagdad.

El problema se complica con la debilidad generalizada debida a la desnutrición y la mala salud. Las sanciones estrictas de la ONU han comprometido también la salud pública.

Limpieza ardua

A pesar de la discusión en proceso, la experiencia tenida con la limpieza del DU presenta perspectivas sombrías. La contaminación permanente del DU afecta a muchas comunidades donde éste se ha fabricado o usado. La larga lista de instalaciones todavía contaminadas revela mucho sobre los problemas a largo plazo con los que se enfrentan Irak y Kuwait. En los Estados Unidos, se han encontrado altos niveles de contaminación con DU en muestras de agua potable, de aire y tierra.

Adaptarse a tales riesgos es virtualmente imposible en los interminables desiertos del Golfo. Un informe del Departamento de Defensa enumera ocho técnicas de descontaminación, pero reconoce que “las separaciones logradas no fueron en ningún caso suficientes como para permitir una eliminación sin restricciones”.

Solamente un proceso de lixiviación química (que incluye tres lavados con ácido nítrico) pudo devolver una arena contaminada a niveles “más bajos que la radiación de fondo”. El costo de un proyecto semejante en el Golfo sería prohibitivo. El precio de limpiar de DU el campo de tiro de Jefferson, en Indiana, por ejemplo se estima entre cuatro y cinco millones de dólares. Y ese campo aloja la cuarta parte de los desechos radiactivos de bajo nivel disparados en la Guerra del Golfo.

Otro ejemplo es la Fábrica Nacional de Cobre cerca de Albany, Nueva York, que se cerró en 1980 por emitir menos de una libra de polvo de DU en el aire cada mes, una fracción de las 320 toneladas de DU disparadas en Irak y Kuwait.

Durante la Guerra del Golfo, tal contaminación ayudó a identificar los vehículos que habían sido alcanzados por el “fuego amigo” de las fuerzas norteamericanas. Los documentos del ejército recientemente desclasificados revelan que seis de los tanques tipo Bradley enterrados en Arabia Saudita se desecharon porque “no podrían exhibirse públicamente sin riesgo considerable”. Otros dieciséis vehículos fueron trasladados por vía marítima a una nueva instalación de descontaminación construida, con una inversión de 4 millones de dólares, en Snelling, Carolina del Sur, donde fueron frotados con ácido para quitar los rastros de DU.

A pesar de semejantes esfuerzos rigurosos, seis vehículos tratados en Snelling estaban demasiado activos todavía. Tuvieron que ser enterrados en un basurero para desechos radiactivos de bajo nivel.

“Esto no es una ficción”, dice Durakovic, el antiguo jefe de medicina nuclear de la Administración de Veteranos (VA). “Sabemos lo que el uranio hace al cuerpo, y sabemos lo que deberíamos esperar de la experiencia de la Guerra del Golfo”.

Durakovic testificó ante el Congreso en junio de 1997, declarando que la proliferación del DU -17 países por lo menos tienen en la actualidad DU en sus arsenales- significa que “los campos de batalla del futuro serán diferentes a cualquier otro en la historia. Debido a la demora de los efectos de la contaminación interna del uranio sobre la salud, el daño y la muerte permanecerán como amenazas pendientes sobre “los supervivientes” de la batalla durante las décadas venideras. El campo de batalla seguirá siendo una zona de matanza mucho tiempo después del cese de las hostilidades”.

La fuente:: artículo publicado en Middle East Report, edición 211 (http://www.merep@org). Traducción: Akram J. Thanoon.

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