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domingo, mayo 19, 2024

El banquero del terror

PolíticaEl banquero del terror

Osama ben Laden: el banquero del terror

Walter Goobar, periodista de larga trayectoria en temas internacionales, traza en un libro de reciente aparición en la Argentina (Osama bin Laden, el banquero del terror – editorial Sudamericana) un relato apasionante acerca de la vida y la obra del líder de Al Qaeda. La obra combina el rigor documental con el ritmo y el suspenso de un thriller en el que alternan señores de la guerra, petroleros argentinos, traficantes de opio y servicios de inteligencia hasta conformar ese cóctel explosivo que desembocó en el atentado del 11 de setiembre. En este artículo, escrito especialmente para El Corresponsal, Goobar expone algunas de las revelaciones e hipótesis de su obra.

Por Walter Goobar

Los mitos y las historias verdaderas sobre Osama ben Laden se arremolinan en la imaginación de millones de seres humanos como el humo que brotó de las Torres Gemelas el dia en que se desmoronaron como un castillo de naipes.

La tragedia podría haber sido mucho peor si el cuarto avión -que cayó o fue derribado- hubiera cumplido con su misión. El blanco no era el Capitolio, ni la Casa Blanca ni la residencia veraniega de Camp David, como se dijo, sino que iban a usar el Boeing 757 como un misil para destrozar la central nuclear Three Mile Island en Filadelfia. Si los suicidas hubieran alcanzado su objetivo, el desastre habría sido peor que el accidentes de Chernobyl, que costó la vida de 30.000. Ben Laden quería convertir en realidad el sueño de la “Hiroshima americana” que venía prometiendo y que hubiera dificultado -sino impedido- una respuesta militar norteamericana. Estuvo a punto de lograrlo.

Aunque venía siguiendo la pista de este oscuro personaje desde 1998, el atentado del 11 de setiembre me llevó a plantearme nuevamente la pregunta más elemental, pero a la vez la más dificil de responder: ¿Quién es Osama ben Laden?¿Qué llevó a un niño mimado de la casa real saudita, y heredero de un imperio económico y una cuantiosa fortuna, a abrazar la causa del fundamentalismo islámico y a convertirse en el peor enemigo de los Estados nidos? Que un Ben Laden combata a la monarquía saudita es como que alguien con el apellido Rockefeller, se convierta en comunista. Busqué respuestas aquí y en Paquistán, leí media docena de biografías y centenares de artículos periodísticos, entrevisté a su biógrafo y a algunos agentes de inteligencia que lo siguieron a sol y a sombra. Vía Internet viajé a Arabia Saudita, que es la sede de la empresa familiar; a Yemen, que es la cuna de los Ben Laden; a Sudán, que fue su refugio durante varios años, y a los Estados Unidos, que es su enemigo jurado. No tardé en darme cuenta de que la única manera de reconstruir la vida de Ben Laden sería en base a retazos. De pronto era una fotografía antigua, una infidencia familiar, un informe de inteligencia, lo que iba llenando los huecos. Las leyendas suplantaban los vacíos de información, pero el verdadero Osama ben Laden que comenzaba a surgir era mucho más interesante que muchas de las fantasías que lo rodean.

Me encontré con media docena de biografías que narraban con mayor o menor detalle la historia del padre de Osama, un albañil yemenita, analfabeto y tuerto que había hecho fortuna al convertirse en contratista de la casa real saudita. Pero todos los autores omitían cualquier referencia sobre la madre de Osama. El misterio en torno a esa mujer de quien no sabía nisiquiera el nombre ni la nacionalidad, me obsesionó durante varias semanas. Además, me sentía asechado por las pistas falsas: había quienes aseguraban que Osama era el único hijo de madre saudita. No era cierto. Finalmente una frase perdida en un reportaje a unas muchachas españolas que habían estudiado inglés con Osama en Oxford en 1971 me dio una pista: Osama les había confesado que su madre “no era una esposa del Corán”, sino una concubina.

Así comenzó a develarse el misterio: el padre de Osama tenía las cuatro esposas que permite el Corán, pero la cuarta la remplazaba periódicamente como quien cambia el coche. La madre de Osama era una joven siria a quien despectivamente se la llamaba “la esposa esclava”. Por eso el jeque Mohamed le hizo un único hijo, Osama, que en árabe significa “León”. ¿Fue esa madre despreciada y olvidada uno de los motivos de la guerra perpetua de Osama? Dificil saberlo, pero no caben dudas que Osama fue empujado a ser un disidente desde la cuna.

Aunque varios biógrafos la dan por muerta y explican que Osama fue criado por una de las esposas favoritas de su padre, resultó conmovedor ubicar a la frágil Hamida que hoy bordea los 60 años y disfruta el anonimato que le brinda el haberse vuelto a casar con un empresario de Jedda. Hamida vive en una mansión con vista a la autopista que une Jedda con la Meca, se muestra poco y se hace oír aún menos: hoy prefiere ser la señora de Mohamed Al-Attas que la madre del hombre mas temido y más odiado del planeta.

Develado el primer secreto, las imágenes comenzaron a surgir a borbotones: la del hijo extraviado de la versión saudita del Islam o simplemente “el hijo de la esclava”; el adolescente de pantalones Oxford o el putañero de Beirut; un musulmán piadoso o un comodín al servicio de la CIA; el banquero de Alá o un cuentapropista del terror. No fue en la casa natal donde Osama se fascinó con el Corán, las armas y la guerra. Tampoco fue en la escuela: como las mejores familias sauditas, el jeque Ben Laden -que había crecido en un ambiente integrista en Yemen- envió a sus hijos a escuelas de corte occidental.

En 1979 Osama se graduó como ingeniero civil en la universidad de Jedda. Pero en esa época tres acontecimientos sacudieron violentamente al mundo islámico y a Osama ben Laden, según su propia confesión al diario Al Quds al Arabi: en febrero los seguidores del ayatollah Khomeini consiguieron derrocar al Sha de Irán e instauraron una república islámica; en marzo, egipcios e israelíes firmaron los acuerdos de paz de Camp David, y el 27 de diciembre los soviéticos desencadenaron su ofensiva para invadir Afganistán. En Medio Oriente nada volvería a ser como antes. En la cabeza de Osama ben Laden, tampoco.

El banquero del terror tenía un solo comienzo posible: el libro comienza con el consejo de familia que se llevó a cabo en la ciudad de Cannes el primer fin de semana después de los atentados del 11 de setiembre. Allí tres hermanos de Osama se reunieron en la mansión de uno de ellos, donde habitualmente sesiona el jurado del Festival de Cine, para evaluar las posibles consecuencias que cuatro mil muertos tendrían para los cinco mil millones de dólares de su imperio financiero. Los Ben Laden practican fielmente el precepto árabe de que “el agua no borra la sangre”. Por eso, aunque su nombre sea tabú y oficialmente haya sido repudiado por su familia, mientras no se lo considere un criminal o un apóstata del Islam, Osama siempre tendrá un asiento a la mesa de la familia.

Hoy los Ben Laden están en las dos trincheras de la guerra: por una parte, construyen bases militares y embajadas, y por la otra, las vuelan por los aires. Asesoran primero a la familia real saudita y después tratan de derrocarla. Viven en palacios y se esconden en cuevas. Pese a que formalmente hermanos y primos repudiaron a Osama, algunos están en contacto con él y muchos comparten sus puntos de vista. En ese sentido, Osama no es la oveja negra de la familia ni el único miembro que tiene nexos con el terrorismo: Uno de sus hermanos estuvo implicado en un atentado en Arabia Saudita, otro ayudó a Osama a escapar del país cuando estaba detenido con arresto domiciliario, dos cuñados manejan fondos de organizaciones caritativas sospechadas de ser pantallas del terrorismo y uno de ellos está implicado en el ataque contra el destructor USS Cole, perpetrado en un puerto de Yemen en el año 2000. Existe también un nexo de la familia y la empresa con los neonazis alemanes.

De acuerdo a la ley islámica -Sharia- sería un pecado despojar a un miembro de la familia de su herencia. Es indudable que Osama es dueño de una parte de los negocios familiares, pero la incógnita que atormenta a muchos es si, a través de estos laberintos financieros, conserva intactos sus vínculos con la casa real saudita y con los hombres más poderosos de EEUU y de Europa: Bush, padre e hijo; James Baker; George Schultz; John Major, y tantos otros.

La extraordinaria ambivalencia de esta numerosa familia que, en sólo dos generaciones, amasó una de las mayores fortunas de Arabia Saudita, desnuda la superposición entre terrorismo y capitalismo internacional. En el caso de las maniobras bursátiles generadas por los atentados del 11 de septiembre, la investigación internacional está estancada: a pesar de las declaraciones de los dirigentes occidentales, todo parece indicar que se renunció a llevar a cabo las investigaciones. Aunque no se ha detectado elemento alguno que permita relacionar las sociedades controladas por el líder islámico con los delitos de aprovechamiento de informaciones privilegiadas del 11 de setiembre. Hubo otros que sí la aprovecharon, pero la privacidad de los paraísos fiscales no permitió rastrear las huellas dejadas por las transacciones y llegar hasta los criminales.

George W. Bush tiene razones de sobra para querer la cabeza de este ex aliado devenido hoy en “el terrorista más peligroso del mundo”. La trama secreta de las relaciones de Ben Laden con Washington aporta claves para entender por qué a los Estados Unidos les ocurre una vez más lo mismo que al doctor Frankenstein: se horroriza por la criatura que creó. “Ben Laden -dice la escritora hindú Arundhati Roy- no es otra cosa que el secreto familiar de América. Es un doble siniestro del presidente americano. Es el hermano gemelo salvaje de toda esa gente que pretende ser maravillosa y civilizada.”

Osama ben Laden no surgió de repente como un genio de una lámpara mágica, sino que “ha sido esculpido a partir de la costilla sacada de un mundo llevado a la ruina por la política exterior norteamericana: por sus bárbaras intervenciones militares, su política de dominio imperial, su fría indiferencia hacia las vidas que no sean norteamericanas, su apoyo a regímenes dictatoriales y despóticos, su implacable agenda económica que ha masacrado las economías de los países pobres como si fueran una nube de langostas”, señala Roy en un artículo titulado “El álgebra de la justicia infinita”.

Bush y Ben Laden no sólo se han prestado sus armas, sus bombas, su dinero, sus drogas, sino que hasta comparten la misma retórica: cada uno de ellos se ha referido al otro como la cabeza de la serpiente. Ambos invocan a Dios y emplean la desgastada y milenaria moneda del Bien y del Mal como términos de referencia recíproca. Ambos -dice Roy- “están involucrados en crímenes políticos inequívocos. Ambos están peligrosamente armados, uno con un arsenal nuclear de una obscena capacidad de destrucción y el otro con el poder incandescente y también destructivo que genera la más absoluta desesperanza. La bola de fuego y el trozo de hielo. El mazo y el hacha. Lo más importante para todos es tener muy presente que ninguno de los dos constituye una alternativa aceptable”.

Si uno mira el presente como si fuera el pasado, se convierte en un cuento. La de Ben Laden es una historia de guerreros: los nuevos lobos del poder político y económico que habitan en un mundo sin reglas de juego. Para ellos la economía contemporánea es una fe común que se resume en la frase: “In God we trust” (En Dios creemos), ese símbolo del capitalismo universal que no reconoce fronteras, razas ni religiones que es el billete de un dólar. Para defender su fe estos nuevos lobos del poder político y económico recurren a cualquier método, inclusive al terrorismo o a la guerra.

Con su vulgar mesa ovalada y sus sillones tapizados en rojo, la sala del Consejo Nacional de Seguridad de los Estados Unidos parece la oficina de reuniones de cualquier empresa multinacional. Sin embargo fue allí, entre esas paredes, donde Kennedy previó el estallido de la Tercera Guerra Mundial, durante la crisis de los misiles; donde Johnson decidió enviar medio millón de americanos a Vietnam; donde Nixon proyectó la caída de Salvador Allende y el reconocimiento de China, donde Reagan dio su aprobación a las operaciones del Irán-Contras y la entrega de misiles Stinger a Ben Laden; donde George Bush padre dio el OK para invadir Panamá y para lanzar la ofensiva contra Irak durante la Guerra del Golfo y donde Bush hijo decidió bombardear a los talibanes con quienes había estado negociando en secreto hasta pocos días antes del ataque terrorista del 11 de setiembre. Pese a las violaciones de los derechos humanos, el embriagador olor del petróleo lo había persuadido de que ellos seguían siendo los más apropiados para mantener el orden en ese país clave para los intereses estadounidenses.

En su incapacidad de imaginar a un enemigo distinto a sí mismo, no es extraño que Bush y el Pentágono hayan recurrido a guionistas de Hollywood para adivinar cuáles serían los próximos pasos de Ben Laden. Desde el punto de vista del imaginario colectivo y cultural de los estadounidenses, Ben Laden tiene mucho en común con el villano de las series de televisión: Un supermillonario cuyo objetivo es destruir el mundo civilizado, se esconde en guaridas subterráneas y maquina planes diabólicos que son ejecutados por redes misteriosas. “Archienemigo”, “genio del mal”, “cerebro criminal”: Ben Laden es el heredero legítimo de la leyenda del cómic y de la perdición de Superman, Lex Luthor. La gran diferencia es que Luthor nunca mató a nadie.

Osama nació fabulosamente rico pero eligió vivir en cuevas en el desierto. No pretende ser un intelectual, pero ha sido el autor intelectual del asesinato en masa perpetrado el 11 de setiembre. Aunque niega todo, al mismo tiempo admite todo. Lo han expulsado de su familia, de su país y de su religión y a pesar de eso se ha convertido en un símbolo para millones de personas porque su Guerra Santa canaliza el creciente sentimiento anti-norteamericano en el mundo islámico: los musulmanes moderados o liberales odian a los Estados Unidos porque apoyan a regímenes corruptos y dictaduras, mientras que los fundamentalistas islámicos o de izquierda los odian porque apoyan a Israel. A su vez, el mantenimiento de estos regímenes corruptos presupone no solamente la miseria del Tercer Mundo, sino también la creciente inseguridad. A fuerza de crear palestinos en todo el planeta se termina viviendo en la inseguridad permanente como les pasa a los israelíes.

Su rostro está en todas partes y en ninguna: Ben Laden es parte de la Arabia feudal y aristocrática. Está rodeado de árabes muy sofisticados que vienen de países ricos del Golfo y de Medio Oriente y estudiaron en Universidades de los Estados Unidos, del Reino Unido y de otros países occidentales. Conocen muy bien las dos mentalidades, la occidental y la islámica, y están trabajando para convertir a Osama en un Ramz Islami, un símbolo islámico, un héroe. Como todas las elites que aspiran transformarse en clase dominante, buscan el favor de un sector significativo de la población. Para eso el Corán no basta. Menos aún cuando se trata de la versión saudita, que es la más rígida, reduccionista y simplista. Su lectura del Corán se sitúa en el otro extremo de la interpretación universalista del mensaje del Islam.

Como la revolución islámica iraní, que nunca puso en discusión el capitalismo, Ben Laden y Al Qaeda quieren empujar a las masas para destronar las monarquías corruptas y reemplazarlas con una república teocrática. El problema es que este ejército secreto puede ejecutar operaciones espectaculares pero carece de una base social que les permita transformar el acto terrorista en la toma del poder. Para Osama el terrorismo es la continuación de la política por otros medios, los de comunicación: sólo se comunica con sus simpatizantes a través de esos medios y pretende sustituir su falta de inserción social por la emoción que suscitan las imágenes televisadas. Pero la fuerza del terrorismo, que reside en el efecto sorpresa, demuestra su debilidad cuando llega el momento de recoger los beneficios políticos con los que contaba.

Por el contrario, el ataque del 11 de setiembre le proporcionó a su enemigo George W. Bush la misión que necesitaba para cotizar la presidencia más deslucida y cuestionada de la historia. Esto demuestra que Ben Laden no es un héroe por sus ideas, sino por la ausencia de ideas de los demás. Para los norteamericanos existe hoy un temor mucho mayor que el de un final desmedidamente sangriento de la campaña bélica: que Ben Laden escape. Psicológicamente, una huída exitosa del máximo dirigente de Al Qaeda sería para ellos un verdadero mazazo: una victoria hueca.

Por otra parte, nadie está seguro de que Ben Laden vaya a elegir el martirio. Por el contrario, hay quienes dudan de que realmente esté preparado para dar ese paso porque todavía se imagina a sí mismo como el próximo Gran Califa del mundo musulmán.

A todo autor le cuesta despedirse de sus personajes, por más destestables que estos resulten. Más aún cuando en este caso en particular yo no sabía si Osama estaría vivo o muerto a la hora que estas líneas tomaran la forma de un libro. Sin embargo a lo largo del proceso de gestación fui metiéndome de tal manera en la piel de mi personaje que ni la vertiginosa derrota de los talibanes, ni los sucesivos golpes contra Al Qaeda lograron alterar demasiado el eje del relato.

Cuando Osama reunió a sus guardaespaldas de mayor confianza y a su hijo Mohamed y les hizo jurar que lo matarían si eran cercados por fuerzas de la Alianza del Norte o tropas especiales norteamericanas, me di cuenta que había llegado el momento de nuestra despedida literaria: Jamás se entregaría vivo porque ésa sería su mayor derrota, les dijo, y les anunció que en el video que había grabado estaba el nombre de su sucesor. Aunque Ben Laden no dijo quién sería su heredero, todos adivinaron que se trataba del médico egipcio Ayman Al-Zawahiri que -aunque opacado por el historial bélico de Ben Laden, sus millones y sus letales proezas- siempre tuvo un rol primordial en la estructura de Al Qaeda. El médico egipcio de modales suaves e inaudita crueldad está convencido de que la eventual desaparición física de Ben Laden no implicará el fin de la organización, repartida en medio centenar de países.

Además, el proyecto de Al Qaeda seguirá siendo atractivo para miles de jóvenes que pretenden lograr un renacimiento islámico que derribe los regímenes corruptos, se plante frente a la prepotencia occidental y logre, tras siglos de decadencia, reunificar como en tiempos de Mahoma, a todos los auténticos musulmanes del mundo.

Una voz en su interior le dijo a Osama que a partir de ese momento su destino estaba librado a la voluntad de Alá. Le pidió a su hijo Mohamed que lo dejara solo por unos minutos y volvió a formularse la misma pregunta que le había martillado la cabeza infinidad de veces durante la guerra contra los soviéticos: ¿estaba preparado para morir? Se dijo que no temía la muerte: la amaba, pero iba a llevarse a la tumba a tantos infieles como le fuera posible.

La fuente: el autor es un periodista y escritor de larga trayectoria en la Argentina. Actualmente se desempeña como redactor del semanario Veintitrés, donde cubre temas de política nacional e internacional, e integra el equipo del programa televisivo Detrás de las Noticias, que conduce Jorge Lanata. Pueden encontrarse más referencias de su obra en la sección Libros de El Corresponsal.

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