NUEVO CINE AFRICANO
Dos visiones de la realidad de Malí
El joven cine de la ex colonia francesa, que tuvo su punto de partida en producciones oficiales que reflejaban la actividad gubernamental, comienza a abrirse camino hacia un horizonte de crítica y singulares pinturas de la sociedad local.
Por Jaime Rosemberg
Una meritoria iniciativa conjunta de la Fundación Cinemateca Argentina y el Teatro San Martín permitió a los ciudadanos de Buenos Aires un saludable acercamiento a lo mejor de los nuevos realizadores cinematográficos africanos.
Durante una semana de tórrido calor en las calles de Buenos Aires, los cinéfilos pudieron disfrutar de siete producciones contemporáneas, que reflejaron a su manera la realidad de Burkina Faso, Guinea, Camerún, República Democrática del Congo, Mauritania y Malí.
Precisamente este último país se vio representado en dos obras, muy distintas en su concepción e ideología, que juntas conforman una visión joven de la ex colonia francesa, independizada de Francia en 1960.
De mi barrio, con amor
Este título, que rememora el de algún costumbrista film argentino, bien podría haber sido el alternativo de “La vida sobre la tierra” realizada en 1998 por el maliense Abderramane Sissako, autor también del guión de la película.
La trama es simple, y responde al estricto sentido editorialista de su autor. Al llegar el 2000, un director de cine maliense que vive en París (casualmente el propio Sissako), decide volver a su pueblo natal, Sokoló, para visitar a su padre, y de paso darle forma a un film de tono realista sobre la vida en la pintoresca aldea.
Los personajes de la película son, claro, los propios habitantes de Sokoló, agobiados por una vida miserable, pero que de alguna manera no pierden la esperanza. Así, el jefe de la “oficina de correos y teléfonos” del pueblo puede pasarse horas esperando que del otro lado de la línea aparezca el jefe de la tribu vecina con el que se quiere comunicar, exasperando más a algún espectador que a los habitantes del pueblo, quienes asisten a ese espectáculo con una mezcla de resignación y fina ironía.
Seis jóvenes sentados en sillas, y con una radio como toda compañía, ven pasar la vida por delante de sus narices, y sólo se levantan cuando el calor del sol se les transforma en insoportable. Mientras tanto, las noticias dan cuenta de los festejos franceses por el fin del milenio en la desafiante y orgullosa Torre Eiffel.
Por supuesto, en Sokoló no hay medios de transporte, ni calles asfaltadas, ni casas de material, teléfonos, escuelas, agua potable, televisión. Ni falta que hacen: la ignorancia de una forma de vida mejor convierte a todo lo mencionado anteriormente en elementos “mágicos”, casi pertenecientes a otro mundo.
Tanto estos personajes emblemáticos como otros que aparecen en el film (el padre de Sissako, la “chica linda” del pueblo, el fotógrafo de la plaza central, el sastre, un hermano del director que le agradece el dinero que le manda, sin el cual moriría de hambre) demuestran una casi increíble falta de enojo y rencor por la situación que atraviesan, casi como resignados a lo que les tocó en suerte. Una tranquilidad que contrasta con la historia misma de Malí, repleta de golpes militares, violencia callejera e intrigas por el poder entre uniformados y civiles.
Sissako intenta, de todos modos, traernos un mensaje ignorado por los países desarrollados, demasiado satisfechos como para atender de verdad la realidad de un continente en el cual intervinieron durante siglos.
Como escribió el diario francés Le Monde en el comentario sobre el film, “la película está construida a partir de una serie de viñetas recurrentes, que gritan que el 2000 ya es hoy, y que la voz profunda de Africa cuenta en la inmensa red planetaria”.
Retrato de un dictador
La segunda de las propuestas cinematográficas malienses es, aparentemente, más críptica, pero resulta ser un fino retrato de los desgarramientos políticos en la ex colonia francesa.
“Guimba, un tirano, una época”, retrata, con una exacta mezcla de humor y crueldad, la vida y los antojos de un típico dictador tercermundista sin límites, Congreso o Poder Judicial que lo detenga.
Dos enormes “moles” autóctonas pelean diariamente ante la mirada del soberano Guimba, que se encarga de azotar al perdedor en la contienda; el pueblo trae periódicamente ofrendas para el soberano, que se queda con gran parte de lo producido en la pobre comarca; su hijo, un defectuoso enano, comparte con su padre su gusto desenfrenado por las mujeres, en especial las de otros, que son invitadas de modo poco amable a “visitar” el palacio cuando el deseo del tirano se enciende.
Cheik Sissoko, el consagrado cineasta autor de “Guimba”, compone al personaje central extrayendo ineludibles referencias del sanguinario y muy real coronel Moussa Traoré, el que encabezando el “Comité Militar de Liberación Nacional” derrocó, en 1968, al presidente Modibo Keita, e inauguró una feroz dictadura que sólo culminó con otra revolución, veintitrés años después.
Como Traoré, “Guimba” gusta de recurrir a poderes “sobrenaturales” y espíritus cuando las cosas no iban bien. Las cosas comienzan a complicarse seriamente cuando dos mujeres, descontentas con su arbitrariedad, deciden encabezar una rebelión su contral, muy parecida a la que en abril de 1991 encabezó el coronel Touré, terminando con la desastrosa gestión de Traoré en materia económica y política.
La apuesta es exitosa, y el público puede asistir a una representación figurada de la violencia, la arbitrariedad, el abuso obsceno del poder y los intentos por construir algo mejor en que están enfrascados los malienses. Como alguna vez escribió el propio director de la película, “Estamos hoy entre dos Africas, la de los tiranos, aún viva, y la de las democracias que tienen las mayores dificultades para instalarse”.
De esa lucha, y cada una a su manera, nos hablan los dos films sobre Malí. El tierno retrato de los personajes pueblerinos y la descripción del fulgor y la caída de un tirano autóctono confluyen en la lucha de un país por superar los lastres de pobreza, marginalidad y autoritarismo que aún lo aplastan. Mucha gente, allí y en otras partes, lo está intentando, y el mundo desarrollado debiera prestarles un poco más de atención.
La fuente:: el autor es periodista y licenciado en Ciencias de la Comunicación (Universidad de Buenos Aires, UBA).