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miércoles, mayo 8, 2024

Dos visiones de la realidad de Malí

CulturaDos visiones de la realidad de Malí

NUEVO CINE AFRICANO

Dos visiones de la realidad de Malí

DATOS DEL PAIS

El joven cine de la ex colonia francesa, que tuvo su punto de partida en producciones oficiales que reflejaban la actividad gubernamental, comienza a abrirse camino hacia un horizonte de crítica y singulares pinturas de la sociedad local.

Por Jaime Rosemberg

Mujeres extrayendo agua de un aljibe.

Una meritoria iniciativa conjunta de la Fundación Cinemateca Argentina y el Teatro San Martín permitió a los ciudadanos de Buenos Aires un saludable acercamiento a lo mejor de los nuevos realizadores cinematográficos africanos.

Durante una semana de tórrido calor en las calles de Buenos Aires, los cinéfilos pudieron disfrutar de siete producciones contemporáneas, que reflejaron a su manera la realidad de Burkina Faso, Guinea, Camerún, República Democrática del Congo, Mauritania y Malí.

Precisamente este último país se vio representado en dos obras, muy distintas en su concepción e ideología, que juntas conforman una visión joven de la ex colonia francesa, independizada de Francia en 1960.

De mi barrio, con amor

Este título, que rememora el de algún costumbrista film argentino, bien podría haber sido el alternativo de “La vida sobre la tierra” realizada en 1998 por el maliense Abderramane Sissako, autor también del guión de la película.

La trama es simple, y responde al estricto sentido editorialista de su autor. Al llegar el 2000, un director de cine maliense que vive en París (casualmente el propio Sissako), decide volver a su pueblo natal, Sokoló, para visitar a su padre, y de paso darle forma a un film de tono realista sobre la vida en la pintoresca aldea.

Los personajes de la película son, claro, los propios habitantes de Sokoló, agobiados por una vida miserable, pero que de alguna manera no pierden la esperanza. Así, el jefe de la “oficina de correos y teléfonos” del pueblo puede pasarse horas esperando que del otro lado de la línea aparezca el jefe de la tribu vecina con el que se quiere comunicar, exasperando más a algún espectador que a los habitantes del pueblo, quienes asisten a ese espectáculo con una mezcla de resignación y fina ironía.

Seis jóvenes sentados en sillas, y con una radio como toda compañía, ven pasar la vida por delante de sus narices, y sólo se levantan cuando el calor del sol se les transforma en insoportable. Mientras tanto, las noticias dan cuenta de los festejos franceses por el fin del milenio en la desafiante y orgullosa Torre Eiffel.

Por supuesto, en Sokoló no hay medios de transporte, ni calles asfaltadas, ni casas de material, teléfonos, escuelas, agua potable, televisión. Ni falta que hacen: la ignorancia de una forma de vida mejor convierte a todo lo mencionado anteriormente en elementos “mágicos”, casi pertenecientes a otro mundo.

Tanto estos personajes emblemáticos como otros que aparecen en el film (el padre de Sissako, la “chica linda” del pueblo, el fotógrafo de la plaza central, el sastre, un hermano del director que le agradece el dinero que le manda, sin el cual moriría de hambre) demuestran una casi increíble falta de enojo y rencor por la situación que atraviesan, casi como resignados a lo que les tocó en suerte. Una tranquilidad que contrasta con la historia misma de Malí, repleta de golpes militares, violencia callejera e intrigas por el poder entre uniformados y civiles.

Sissako intenta, de todos modos, traernos un mensaje ignorado por los países desarrollados, demasiado satisfechos como para atender de verdad la realidad de un continente en el cual intervinieron durante siglos.

Como escribió el diario francés Le Monde en el comentario sobre el film, “la película está construida a partir de una serie de viñetas recurrentes, que gritan que el 2000 ya es hoy, y que la voz profunda de Africa cuenta en la inmensa red planetaria”.

Retrato de un dictador

La segunda de las propuestas cinematográficas malienses es, aparentemente, más críptica, pero resulta ser un fino retrato de los desgarramientos políticos en la ex colonia francesa.

“Guimba, un tirano, una época”, retrata, con una exacta mezcla de humor y crueldad, la vida y los antojos de un típico dictador tercermundista sin límites, Congreso o Poder Judicial que lo detenga.

Dos enormes “moles” autóctonas pelean diariamente ante la mirada del soberano Guimba, que se encarga de azotar al perdedor en la contienda; el pueblo trae periódicamente ofrendas para el soberano, que se queda con gran parte de lo producido en la pobre comarca; su hijo, un defectuoso enano, comparte con su padre su gusto desenfrenado por las mujeres, en especial las de otros, que son invitadas de modo poco amable a “visitar” el palacio cuando el deseo del tirano se enciende.

Cheik Sissoko, el consagrado cineasta autor de “Guimba”, compone al personaje central extrayendo ineludibles referencias del sanguinario y muy real coronel Moussa Traoré, el que encabezando el “Comité Militar de Liberación Nacional” derrocó, en 1968, al presidente Modibo Keita, e inauguró una feroz dictadura que sólo culminó con otra revolución, veintitrés años después.

Como Traoré, “Guimba” gusta de recurrir a poderes “sobrenaturales” y espíritus cuando las cosas no iban bien. Las cosas comienzan a complicarse seriamente cuando dos mujeres, descontentas con su arbitrariedad, deciden encabezar una rebelión su contral, muy parecida a la que en abril de 1991 encabezó el coronel Touré, terminando con la desastrosa gestión de Traoré en materia económica y política.

La apuesta es exitosa, y el público puede asistir a una representación figurada de la violencia, la arbitrariedad, el abuso obsceno del poder y los intentos por construir algo mejor en que están enfrascados los malienses. Como alguna vez escribió el propio director de la película, “Estamos hoy entre dos Africas, la de los tiranos, aún viva, y la de las democracias que tienen las mayores dificultades para instalarse”.

De esa lucha, y cada una a su manera, nos hablan los dos films sobre Malí. El tierno retrato de los personajes pueblerinos y la descripción del fulgor y la caída de un tirano autóctono confluyen en la lucha de un país por superar los lastres de pobreza, marginalidad y autoritarismo que aún lo aplastan. Mucha gente, allí y en otras partes, lo está intentando, y el mundo desarrollado debiera prestarles un poco más de atención.

Un cine sensible, nacional y popular

Sobre el cine de Malí puede decirse que es tan joven como el país mismo. Los primeros films son esencialmente cortometrajes “oficiales”, que muestran la llegada de alguna delegación extranjera al país, la visita de dirigentes nacionales al exterior, una ceremonia de inauguración de una usina o una escuela.

Poco a poco, los cineastas locales se animan a incursionar en el terreno de la ficción. Uno de los primeros fue “Nielé”, de Adama Drabo, que retrata la triste vida de un trabajador en Malí, desde que se levanta por la mañana hasta que se acuesta, muy tarde en la noche.

La década del setenta marca el debut del cine maliense en largometrajes: “Baara”, de 1979 y dirigida por Soylemane Cissé, explica la explotación y la injusticia de una pseudo-clase obrera mal pagada y tratada por la industria naciente. Este es el primer film local que gana el certamen del Festival Panafricano de Cine de Ouagadougou.

Otros films de ese año, como “Abana”, de Kalifa Dienta, y “An be no do”, de Falaba Traoré, abarcan la delincuencia juvenil, el problema de las niñas-madres y la responsabilidad colectiva de la sociedad, de la escuela y las autoridades políticas y militares en el drama de Malí.

En 1983, Cissé triunfa en el festival panafricano con “Finyé”, una dura apuesta por describir los conflictos generacionales y los que se producen entre los jóvenes y el poder de turno. Estos problemas serán los preferidos por la segunda generación de cineastas malienses, que se dedican a la formación de un cine con una clara predilección por lo social, la realidad política e histórica.

En 1987, Cheik Sissoko crea su largometraje “Nyamanton”, una pintura tragicómica de una sociedad donde la ilegalidad y la miseria de la mayoría conviven con la abundancia de los menos, empeñados en no ver la realidad.

La misma visión tragicómica aparece en “Guimba”, hecha por el mismo Sissoko diez años después, apuntando a los poderes tiránicos que minan e hipotecan a las sociedades africanas.

Otros éxitos malienses aparecen en los últimos años. “Faraw”, de 1997, describe la lucha de una madre por defender a sus tres pequeños hijos de la miseria y la delincuencia. Al año siguiente, Drabo crea “Tafé Fanga”, e imagina el poder en manos de mujeres, sometiendo a los sorprendidos hombres.

En 1999, el gran Sissoko intenta una película filosófico-mística llamada “La genése”, buscando las soluciones ocultas que se esconden detrás de cada cosa. Un paso más hacia adelante, en un cine que crece día a día, con nuevos realizadores y más audacia en las temáticas elegidas.

La fuente:: el autor es periodista y licenciado en Ciencias de la Comunicación (Universidad de Buenos Aires, UBA).

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