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miércoles, mayo 8, 2024

El relojero de Alejandría

CulturaEl relojero de Alejandría

El relojero de Alejandría

Fue el primero en haber expresado, en 1972, la idea de reconstruir la antigua Biblioteca de Alejandría, en cierta medida un sueño mitológico que, sin embargo, verá la luz en octubre de este año. Moustapha Al-Abbady, profesor de historia del Egipto grecorromano de la Universidad de Alejandría, es un investigador incansable que consagró cerca de sesenta años a los papiros y las piezas arqueológicas. El vasto mundo de los manuscritos antiguos parece haber seducido a este sobrio sabio alejandrino, campo que hoy, a los 78 años, sigue explorando y del cual la traducción de las ciencias egipcias en griego es la cara más creativa.

Por Hayssam Khachaba

Imagen futurista de la nueva biblioteca.

Parece salido de un cuento de Borges, cuyos personajes se lanzan a la búsqueda de un antiguo manuscrito, de un aparato para medir el tiempo, del sentido de una palabra o de una leyenda escrita en una lengua muerta. Su oficina y su casa, situadas en la misma calle que la Biblioteca de Alejandría, recuerdan también esa atmósfera borgiana. El gran balcón deja entrever un mar incandescente, inclusive si uno está sentado sobre el sofá en el centro de la habitación. Esta es tan grande que cuando el centro está bañado por la luz del día, el gran escritorio inglés y los estantes de la biblioteca permanecen sumergidos en la penumbra. Moustapha Al-Abbady acaba de volver de Bélgica, donde dio una conferencia sobre la traducción de textos de ciencia de los antiguos egipcios en lengua griega. Encontró un papiro, traducido al griego, que explica cómo un sabio egipcio, llamado Amnemphat, creó en el siglo XVI antes de Cristo un aparato para medir el tiempo durante la noche. El papiro da explicaciones muy detalladas sobre este instrumento. “Se puede ver el aparato en el primer piso del Museo Egipcio -cuenta-. Aquí se expone una copia muy modesta en la Biblioteca de Alejandría”.

Un estudio teñido de sobriedad

Con 78 años, Abbady mantiene un porte impecable y una gran agilidad en sus movimientos. Esta impresión se acentúa cuando se lo observa desplazarse en su gran departamento, donde actualmente vive solo, vestido sencillamente: una remera blanca, un pantalón de algodón azul y mocasines. Su espíritu permanece también bien despierto. Sus ojeras revelan una cierta fatiga. La del investigador incansable que consagró cerca de sesenta años a los papiros y las piezas arqueológicas. El aislamiento y la sobriedad que implica este trabajo han marcado implacablemente al personaje. No le gusta ser interrumpido y podría inclusive mostrase un poco agresivo si así fuera. Está en un universo que se parece al de un escultor.

Pero la sobriedad de su espíritu no se debe sólo a su perpetua búsqueda de precisión en el trabajo. Es inherente a su naturaleza y marca todo su ser.

A pesar de que su familia es originaria de Alejandría, Abbady nació en El Cairo, en la isla de Roda. Su padre, un personaje que parece haber jugado un papel muy importante en su formación y en sus orientaciones, había sido enviado a la capital para enseñar en la Universidad de Historia Islámica. En Roda, el joven Abbady pasó una infancia feliz y guarda, sobre todo, muchos recuerdos del Nilo. “La estación de la crecida era un acontecimiento magnífico. El agua corría por las calles y llenaba los sótanos. ¡Sacábamos las puertas de nuestras habitaciones y las usábamos como barcas!”.

Fue en esa época, cuando era muy joven, que Moustapha descubrió el mundo de Homero y de los grandes poetas griegos a través de las traducciones de Driny Khachaba y de Boutros Al-Boustani. Ese mundo inflamaba su imaginación. Su padre, un hombre de la generación de Taha Hussein que había fundado el departamento de estudios grecorromanos en El Cairo, le explicaba la importancia del pensamiento y de la lengua griega para la Historia, sobre todo en Egipto. “Ningún escrito árabe sobre la historia del primer siglo del Islam nos llegó por los escritores contemporáneos de esa época. Todas nuestras referencias provienen de los historiadores helenistas o bizantinos que escribían en la época en griego o en latín. Mi padre me incentivó también a entrar en la facultad de Historia Antigua y a especializarme en historia grecorromana”.

Luego de haber obtenido brillantemente el título, fue elegido para una beca en la Universidad de Cambridge. “Allá, descubrí la futilidad de lo que había aprendido en Egipto”. De temperamento muy mediterráneo, Abbady decidió intempestivamente empezar su carrera de nuevo. Felizmente, su profesor se lo impidió y le propuso pasar un año en Cambridge antes de hacer su doctorado y recomendarle profesores para estudiar las lenguas griega y latina. “Trabajé seis horas diarias hasta que internalicé las dos lenguas”.

La gran sala de la antigua biblioteca según datos documentales.

El tema que eligió para su doctorado satisfacía su inclinación por las realidades concretas y cubría al mismo tiempo una laguna en la historia del Islam en Egipto. Era un estudio sobre Alejandría y su influencia social y económica en Egipto desde su fundación hasta la conquista árabe. “Alejandría era el puerto más grande del mundo antiguo. Era el que controlaba el comercio desde el océano Indico hasta el Mediterráneo. Egipto era el mayor exportador de trigo y de herramientas, además de monopolizar el comercio del papel”.

Estas verdades no son descubrimientos hechos por Abbady, pero al entrar en los detalles del sistema impositivo, de irrigación y de la estructura social y política de la Alejandría grecorromana y árabe, él hizo algunos descubrimientos que enriquecieron y, en algunos casos, cambiaron los conocimientos de los especialistas, sobre todo, del período del primer siglo de la conquista árabe de Egipto, cuando la identidad del país no estaba todavía influida por los árabes. En un estudio que hizo en 1972 sobre el tributo que Egipto les pagaba a los árabes durante los primeros años de la conquista, Abbady contribuyó a poner nuevamente en el tapete la economía egipcia durante y antes de este período según un estudio comparado entre las unidades de medida romanas y las cifras citadas por historiadores árabes que parecían vagas y contradictorias. Esta confusión entre las dos identidades árabe y romana se reflejaba en las unidades de medida, en todos los niveles. Durante todo el primer siglo de la conquista árabe en Egipto, los servicios administrativos del Estado utilizaban la lengua griega, y más tarde hay papiros escritos en las dos lenguas, griego y árabe. “Entre estos últimos, uno explica el nombre de la antigua capital de los árabes en Egipto, Al-Fostat. En árabe, esto significa una carpa y la leyenda la liga a la carpa de Amr Ibn Al-Ass, el conquistador árabe. Se trata de una carta enviada al califa de Medina donde el nombre de Fostat es traducido como Fostaton, que designa en latín a un campo militar rodeado por una fosa”.

El vasto mundo de los manuscritos antiguos parece haber seducido a este sobrio sabio alejandrino y es hacia el comienzo de la década del 70 que él se orienta hacia la historia de la ciencia y la técnica, un campo que continúa explorando hoy y del cual la traducción de las ciencias egipcias en griego es la cara más creativa. Ella muestra también el impacto que ejerció el antiguo Egipto sobre la civilización griega. Es con este interés creciente por la ciencia y la técnica que Abbady comenzó a exponer su idea de reconstruir la antigua biblioteca de Alejandría y a hacer viajes para promover la idea en las grandes bibliotecas del mundo y en los institutos de investigación. “Si la opinión internacional se interesó por el proyecto de hacer revivir la biblioteca de Alejandría, es porque ella fue la primera en tener la ambición de abrirse a culturas diferentes. La biblioteca de Alejandría no fue la primera ni la más grande. Se encontraron bibliotecas en el antiguo Egipto, en Babilonia y en Fenicia, pero eran de carácter nacional. En la biblioteca de Alejandría había libros indios, persas, árabes, fenicios, griegos y latinos”.

Pero cuando Moustapha Al-Abbady llamó a la reconstrucción de la biblioteca por primera vez, en 1972, se dirigió a los responsables y a los profesores de la Universidad de Alejandría diciéndoles que era una vergüenza que la universidad no tuviera una biblioteca propia, dado ¡que era ella la heredera de la biblioteca alejandrina! No era más que el comienzo de un sueño romántico de regreso a una edad de oro, aunque Abbady parece ser la última persona en tener una idea que no esté basada en la realidad. “Ahora que se aproxima la apertura de la biblioteca, espero que ella sea un centro de investigaciones culturales y científicas que reúna los esfuerzos de los investigadores y sabios de Medio Oriente y Africa, intentando abrirse a las realizaciones de los Estados Unidos y Europa… Alejandría no es más la capital del mundo”.

A la espera, Abbady conserva el mismo ritmo de trabajo intensivo, pasa su tiempo entre la sociedad de antigüedades de Alejandría de la que es presidente y la universidad, donde supervisa masters y doctorados. Ya abuelo, a pesar de su aire serio y su discreción, conserva la vivacidad y la elegancia de un ex deportista. Es totalmente indiferente a la soledad en la que se encuentra en su gran departamento. Su hijo mayor es profesor de informática en los Estados Unidos y su hija, profesora de bioquímica en Alejandría. Abbady está totalmente absorbido por su universo, del cual él solo tiene el mapa, con sus detalles constantemente renovados.

La fuente: Semanario egipcio Al Ahram Hebdo, una publicación del grupo Al Ahram destinada a los francófonos (www.ahram.org.eg/hebdo). La traducción del francés pertenece a María Masquelet, para El Corresponsal (www.elcorresponsal.com).

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