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miércoles, mayo 15, 2024

Bush & Ben Laden Sociedad Anónima

PolíticaBush & Ben Laden Sociedad Anónima

Bush & Ben Laden Sociedad Anónima

Portada del libro.

El nuevo libro de Víctor Ego Ducrot, del que damos en estas páginas un anticipo, muestra un análisis inquietante y polémico del escenario creado a partir de los atentados del 11 de septiembre. Según su autor acaba de estallar la primera guerra global entre las corporaciones financiaras, en la que los aparentes enemigos son socios. Se trata de un tablero inestable y caracterizado por las contradicciones de un nuevo modelo mundializado de dominación. La obra de Ego Ducrot, que acaba de publicar el Grupo Editorial Norma, de Buenos Aires, es la profundización de un análisis que ya había sido publicado en El Corresponsal. Una obra destinada a echar luz entre tanta manipulación mediática.

Por Víctor Ego Ducrot

Víctor Ego Ducrot.

En realidad, la humanidad está asistiendo al comienzo de la primera guerra global entre las corporaciones financieras internacionales; y entre los que aparecen involucrados en ella figuran un ex presidente de los Estados Unidos, varios ex secretarios de Estado, prominentes miembros del establishment republicano que actualmente ejercen su influencia en el seno de la Casa Blanca, y una compleja red de intereses cercanos a los grandes bancos y a las corporaciones del capital globalizado a través de los ubicuos fondos de inversión (…).

Ahora, a fines de 2001, esas mismas empresas integran un conglomerado de intereses corporativos enfrentados, en torno a la apropiación y explotación de las principales reservas gasíferas del planeta y a la construcción del gasoducto que proveerá de energía barata a la Unión Europea. El escenario de esos intereses es nada menos que el territorio de Afganistán (…)

Arabia Saudita sigue siendo el principal aliado de los Estados Unidos en el mundo islámico. Una de las familias más ricas de ese país del Golfo participa en la propiedad accionaria de seis empresas radicadas en los Estados Unidos, que figuran en los registros de proveedores del Pentágono; una de esas empresas es Iridium, especializada en telefonía satelital; es proveedora también de la red de aeropuertos norteamericanos. Los principales accionistas de Iridium son miembros de la familia Ben Laden; su presidente es hermano del terrorista más buscado por el gobierno de los Estados Unidos, y su directorio contó con el apoyo de Washington cuando Iridium intentó ganar en Brasil una licitación para la compra de sistemas de radar y monitoreo informático del Amazonas…

A principios de la década del ’90 las autoridades financieras norteamericanas iniciaron una operación agresiva para que buena parte de los capitales de origen saudita que habían ingresado en la titularidad compartida de bancos estadounidenses tradicionales, fuesen adquiridos por accionistas norteamericanos. El traspaso de acciones se cumplió, pero en la Reserva Federal es vox populi que muchos de esos nuevos compradores no son más que simples testaferros.

Se sabe, porque los norteamericanos lo han reconocido, que la organización talibán y el propio Osama ben Laden fueron creados, entrenados e impulsados por Washington durante los últimos años de la Guerra Fría. Pero lo que no se ha difundido tanto, aunque la inteligencia francesa se encarga de expresarlo cada vez que puede -a medida que París fue perdiendo influencia en Africa- es que la mayor parte de las organizaciones armadas del fundamentalismo islámico fueron también creaciones de los Estados Unidos, con el soporte financiero de Arabia Saudita. Así sucedió en Argelia, en Sudán, en Egipto e incluso entre los palestinos, para socavar, en este último caso, el poder de representación de la OLP y de Yasser Arafat…

Los datos de la realidad indican que las aparentemente conflictivas relaciones de los Estados Unidos con el Islam corren más por los sórdidos caminos secretos de las pujas financieras y económicas internacionales, que por enfrentamientos religiosos o culturales.

Sería oportuno recordar aquí que el padre y mentor del actual presidente norteamericano y algunos de los personajes más representativos del establishment republicano, actualmente en el gobierno y en guerra con Osama ben Laden, se reunían y hacían negocios con su familia después de que fuera hombre de Washington en la guerra afgano-soviética y aun cuando ya había sido declarado enemigo número uno de los Estados Unidos. Para ese entonces, los tan siniestros talibanes también habían perdido el favor de la Casa Blanca, del Pentágono y de la CIA, tras haber sido aliados y socios de éstos y de algunas de las empresas petroleras norteamericanas más poderosas.

A esta altura de los acontecimientos, es lícito reiterar la fundada sospecha de que los atentados sobre Nueva York y Washington podrían formar parte de una guerra que parece no ser otra cosa que un enfrentamiento intercorporativo financiero y económico global (…).

¿Alguien lo sabía?

Informaciones procedentes de Nueva York dos días después de los atentados sostenían que los montos totales a pagar por las aseguradoras como consecuencia de los ataques a las Torres Gemelas podrían llegar a los 30 mil millones de dólares, lo que significaría un verdadero crash para el sector.

Por consiguiente, cualquier inversor en acciones del rubro seguros -tradicionalmente entre los papeles con menos oscilaciones del mercado- hubiese querido retirarse antes de los ataques del 11 de setiembre; y si como publicó el diario argentino La Nación después de los atentados, las acciones de la aseguradora y las reaseguradoras más grandes habían caído un 15 por ciento promedio pocos días antes de los atentados, eso sólo pudo ser posible si los inversores sabían, porque alguien se los había dicho, que algo catastrófico estaba por suceder.

Esas filtraciones de información solamente pueden originarse en los escritorios más importantes del mercado bursátil internacional, es decir en las principales agencias especializadas y entre los grandes bancos de inversión -que pertenecen a quienes además manejan la suerte de las economías de los países subdesarrollados, eufemísticamente llamados mercados emergentes- (…).

Los atentados del 11 de setiembre no provocaron recesión alguna sino que, por el contrario, permitirán salir de la desaceleración de la economía iniciada desde el momento en que se pinchó la burbuja informática. La economía capitalista global dará un salto de crecimiento porque aquellos ataques terroristas hicieron posible, entre otras cosas, que el corporativismo financiero internacional acometiera la operación de lavado más gigantesca de la historia (…).

El establishment político y mediático internacional afirma al unísono que las organizaciones terroristas se valen del sistema financiero para sostener sus operaciones. Las fundadas sospechas y los hechos comprobados que hemos ido anunciando, expresan la hipótesis inversa, que sostiene que el poder del terrorismo está siendo utilizado como fuerza de choque, como mano de obra violenta y macabra, por las facciones financieras en pugna.

Políticas privatizadas

Como consecuencia del proceso planetario denominado globalización -que no es otra cosa que una versión ulterior a la Guerra Fría del imperialismo corporativo en el siglo XXI-, los Estados Unidos ya han privatizado su política exterior, y buena parte de su maquinaria bélica ha seguido el mismo camino.

Este nuevo escenario debe explicarse en términos teóricos, ideológicos o estructurales, pero antes puede comprenderse fácilmente -y para no alejarnos del tema-, describiendo las numerosas conexiones económicas entre el establishment republicano, más precisamente el clan Bush, con sus ahora supuestos enemigos (…).

Es así como en 1983 el gobierno estadounidense impulsó una reunión entre las organizaciones afganas de ideas más extremas, que terminaron conformando la Alianza Islámica de los Mujahidines Afganos (Iaam). Pero Washington no sólo apoyó diplomáticamente a la Iaam. Le brindó el soporte financiero, militar e ideológico suficiente como para enfrentar y derrotar a los soviéticos. Además de los Estados Unidos, participaron de la iniciativa Pakistán, gobernado por el general golpista Mohaminad Zia ul-Hak, y Arabia Saudita, controlada durante décadas por una familia real corrupta. Para consolidar los intereses estratégicos norteamericanos en la región, millares de afganos y paquistaníes fueron entrenados como guerrilleros antisoviéticos, dirigidos por el ISI, servicio secreto de Pakistán.

Ese clima extremista e intolerante creado por Washington, atrajo a Osama ben Laden a Afganistán. Osama había sido expulsado prácticamente de Arabia Saudita, pues se sospechaba que estaba conspirando para derrocar al gobierno y reemplazar a la casa real en el manejo de los negocios multimillonarios sauditas, que se reparten entre el petróleo y la banca de inversiones radicada en los Estados Unidos, y en los paraísos fiscales controlados por Washington y Londres (…).

Otro cañonazo contra la explicación oficial fue lanzado por Michael Ruppert, ex miembro de la división antinarcóticos de la policía de Los Angeles, quien ha dicho que las continuas revelaciones sobre la complejidad del atentado sugieren recursos logísticos, de inteligencia y económicos que van más allá de las habilidades conocidas de Ben Laden. Ruppert sostuvo también que las explosiones sirvieron para silenciar el escándalo que en condiciones normales hubiera provocado, el 9 de octubre, una noticia proveniente de una corte de distrito de Boston, donde el Gold Anti-Trust Committee impulsa una demanda por manipulación del precio del oro, en la que están involucrados el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos y la firma Goldman & Sachs.

Además, asegura que hasta febrero de 2001 Afganistán producía cerca del 70 por ciento del opio que se comercializa en el mundo. Ese opio era transportado a través de los Balcanes, consumido principalmente en Europa y su venta generaba ganancias directas a las instituciones financieras y a los mercados de Occidente. Cuando el régimen talibán destruyó las tres mil toneladas de opio que se almacenaban en el país, eliminó de un solo golpe una de las principales fuentes de ingresos del gobierno de Pakistán y convirtió a Ben Laden en material desechable. También acabó con los miles de millones que son lavados a través de bancos occidentales y de instituciones financieras rusas vinculadas con ellos.

Antes del ataque a las Torres Gemelas, el Senado de los Estados Unidos norteamericano y el propio Fondo Monetario Internacional estimaban que la cantidad de narcodólares que fluyen hacia Wall Street y los bancos, oscila entre 250.000 y 300.000 millones de dólares al año…

Plata lavada

Pocas horas después de los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono, el gobierno de los Estados Unidos y el conjunto de voceros del establishment, desde los portavoces de Wall Street hasta la cadena de televisión CNN, salieron a la arena del discurso para transmitir un mensaje único -tan monolítico que parecía dictado por una misma voz- y pretendidamente inequívoco: los trágicos hechos del 11 de setiembre provocarán recesión y crisis económica…

Amparados en argumentos ridículos como el de la súbita y vertiginosa caída del empleo en el sector hotelero de Nueva York, la suma de esos enunciados buscaba convencer por acumulación. Repitiendo el argumento de la crisis resultante de los atentados, trataban de disimular lo indisimulable: que la recesión era previa, y por lo tanto que estaban mintiendo en forma descarada.

A pesar de que el atentado del 11 de setiembre demostró que los Estados Unidos están más expuestos a ofensivas terroristas de bajo nivel tecnológico que a la amenaza de misiles de largo alcance, el esquema de defensa misilística de la administración Bush aprovechará la actitud proclive y cautiva del Capitolio: 1.300 millones de dólares fueron aprobados por el Congreso recientemente, sobre un costo total probable de 240 mil millones de dólares hasta el 2020 (…).

El programa para la fabricación del avión de guerra Osprey V-22 estaría entre los favorecidos por el nuevo estado de ánimo belicista. Lo impulsaría Curt Weldon, representante republicano por Pensilvania -sede de Boeing, donde se construyen los V-22- argumentando que la posibilidad de los V-22 para volar como avión o como helicóptero es ideal para desempeñarse en zonas escarpadas y montañosas, como el terreno afgano. Sin embargo, y más allá de las gestiones de Weldon, el desarrollo del Osprey ha estado rodeado de escándalos y ha provocado accidentes en los que han muerto al menos 30 militares norteamericanos.

Entre el petróleo y el ántrax

La caída del régimen talibán y una paz duradera en Afganistán permitirían, a mediano plazo, desbloquear las rutas del petróleo y del gas natural del mar Caspio y de Asia Central hacia otros mercados, lo que no sería una buena noticia para los productores del Golfo Pérsico, decían los despachos de las agencias de noticias internacionales el 12 de octubre último.

Si los Estados Unidos lograran el control de Afganistán, las empresas norteamericanas podrían desarrollar a pleno el gran negocio de la construcción de oleoductos y gasoductos sin tener que atravesar Irán y Rusia, lo que equivale a decir que evitarían tránsitos largos y por consiguiente más costosos, a la vez que cumplirían con los designios de los estrategas del Departamento de Estado y del Pentágono, que no consideran a esos dos países precisamente como aliados seguros (…).

Guerra bacteriológica

A propósito de laboratorios y de industria farmacéutica, se nos permitirá una digresión para aproximarnos aunque sea tímidamente a la posible trama económica del fenómeno que desde octubre de 2001 viene provocando una ola de terror planetario y que los Estados Unidos caracterizaron como ataque terrorista bacteriológico, aparentemente expresado en primera instancia por un mecanismo de contaminación postal de ántrax.

Aquellas diversificaciones de las empresas de Mahfouz y los Ben Laden, operaciones cercanas a los intereses corporativos de la familia que ocupa la Casa Blanca -los Bush-, pueden ser seguidas como pistas para determinar qué sectores económicos podrían hacer buenos negocios con la guerra contra el ántrax y otras enfermedades de rápida difusión.

La fuente: el autor es un periodista y escritor de vasta trayectoria. Ha publicado los libros Los sabores de la patria (Norma, 1998), El color del dinero (Norma, 1999), una inquietante investigación sobre el lavado de dinero en el mundo, y Los sabores de la historia (Norma, 2000). Es analista de temas internacionales en diversos medios, incluido El Corresponsal. Su libro puede adquirise en la Librería Santa Fe.

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