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lunes, mayo 6, 2024

Angola: país rico, pueblo pobre

PolíticaAngola: país rico, pueblo pobre

Angola: país rico, pueblo pobre

Cerca de un millón de barriles de petróleo exportados por día, multinacionales petroleras que van a invertir 20 mil millones de dólares en cinco años, diamantes en abundancia parecerían suficiente para dar bienestar a los angoleños. Sin embargo, la casi totalidad del crudo desaparece inmediatamente hacia las refinerías de Texas y Luisiana, siguiendo la antigua ruta de los esclavos. La corrupción y la guerra sumaron sus secuelas. Hoy, el 83 por ciento de la población está por debajo del nivel de pobreza. Los periodistas Serge Michel y Serge Engerlin, de Le Temps, que realizaron una gran investigación durante cinco meses sobre la ruta del oro negro, desde Texas a Irak, estuvieron en Angola y dan su visión de ese país. Por Serge Michel y Serge Enderlin

Vendedores ambulantes angoleños.

¿Qué buscan? ¿Petróleo? Bernardo Azevedo, un negro delgado y barbudo, nos obstruye la carretera. Forma parte de la gente que mide su importancia según el tamaño del problema que puede crear. Será necesaria mucha charla, recomendaciones angoleñas e internacionales, para acabar con su procedimiento vanidoso. El camino desciende a lo largo de antiguos depósitos de la época portuguesa. Sobre la playa, las mujeres buscan pescados en la arena. Bernardo Azevedo les silba a dos hombres que están cerca. Les pide que caven a sus pies. En algunas paladas, la arena se vuelve negra. Unos minutos más tarde, venido de no se sabe dónde, un aceite oscuro gorgotea en el fondo del agujero. Un niño contento llena allí una botella de American Cola, que esgrime riéndose. ¿Oro negro a 50 centímetros de profundidad? ¡Bendecido sea el pueblo de Eldorado! Afortunados angoleños, ¿qué otra tierra se muestra tan generosa? Sin embargo, al levantar la cabeza, sólo hay desolación. En la orilla, unos restos se descomponen en medio de inmundicias que flotan. Del lado de la ciudad se extiende en una pendiente suave el precario barrio de Boavista. Los más afortunados viven en las barracas de la cumbre, exactamente por debajo de la cornisa de Miramar, porque las embajadas alineadas allí, en lo alto, les vierten cada noche sus basuras sobre la cabeza, entre las que siempre hay algo para comer y reponerse. En Boavista, no hay ni agua corriente ni electricidad. Todo se detiene cuando cae la noche. Hasta hace poco, sus habitantes venían a buscar el crudo a la playa, para iluminar sus chozas de lodo y plástico. Frente a este peligroso precedente, al ver a la población aprovecharse de “su” petróleo, las autoridades prohibieron la extracción artesanal con el pretexto de que se refinaba mal y causaba explosiones. En cambio, dieron el poder a un puñado de aprovechadores, como Bernardo Azevedo. “El sector que dirijo se extiende desde aquí hacia la izquierda, hasta un gran montón de basura, allí a la derecha”, dice con orgullo nuestro pequeño explotador. Con su equipo, hace unos quince barriles de 200 litros por día, los transporta en carros tirados por mulas y los vende a 8 dólares por pieza en la refinería Total, al final de la caleta.

Angola en síntesis: país rico, pueblo pobre. Cerca de un millón de barriles exportados por día, multinacionales petroleras que van a invertir 20 mil millones de dólares en cinco años, diamantes en abundancia. Pero aquí, el petróleo es off shore (extraterritorial), tomado por plataformas que multiplican los récords a gran profundidad. La casi totalidad de este bruto desaparece inmediatamente hacia las refinerías de Texas y Luisiana, del otro lado del Atlántico, siguiendo la antigua ruta de los esclavos.

Off shore son también las cuentas bancarias del régimen de Dos Santos, alimentadas con los pagos ocultos de las compañías y el tráfico de armas. En cuanto a los 12 millones de angoleños comunes, ellos están aquí. Con un tercio de los niños que se mueren por enfermedades o por hambre antes de los 5 años, el 83% de la población por debajo del umbral de la pobreza y el 70% sin acceso al agua potable, 10 millones de minas antipersonales en la tierra y 500.000 muertos en una guerra civil que terminó el año pasado con la muerte del jefe de los rebeldes de UNITA, Jonas Savimbi.

Enclave de Cabinda

El padre Jorge Casimiro Congo da su misa temprano. El sol se levanta apenas, este domingo, cuando su iglesia, en el borde del océano, ya desborda de fieles. Son varios centenares, sentados hasta en el patio. Adentro, una grupo de mujeres cubiertas con pañuelos azules cantan y bailan el Ave María. Después de estudiar en Roma y en Friburgo, el padre Congo volvió a su terruño. Sus denuncias frecuentes de las injusticias sufridas por los pobladores de Cabinda, las tentativas de intimidación e incluso amenazas de muerte que ha recibido y su simpatía por la lucha que conduce el Frente de Liberación del Enclave de Cabinda (FLEC) contra el gobierno de Luanda hacen que cada semana sus sermones sean un gran momento político.

Esta mañana, después de algunos minutos puramente bíblicos, la predica deriva: “Somos los hijos de la misericordia de Dios. Libera las almas de los cuerpos, de los pueblos, de las naciones.” Antes de entrar sencillamente en el meollo de la cuestión: “Dios no puede aceptar lo que vivimos. El gobierno nos mata y nos oprime. Nos trata como si fuéramos vacas que pastan en su campo de petróleo.”

La Cabinda Gulf Company, propiedad de los norteamericanos de ChevronTexaco con la participación de Total y Agip, produce 420.000 barriles al día (60% del petróleo angoleño) en Cabinda, pequeño enclave de 160.000 habitantes, ubicado entre la República Democrática del Congo (RDC, ex Zaire) y el Congo-Brazzaville, separado del resto de Angola por una estrecha franja de tierra. Consta de tres territorios bien distintos. En la parte costera, está la base donde se produce petróleo. En el sector continental, un bosque donde se combate. Entre los dos, una ciudad, una carretera y algunos pueblos miserables.

Comencemos por la base, inaugurada en 1968 en el lugar llamado Malongo. Los expatriados viven allí como en los Estados Unidos, con su propio aeropuerto, una pequeña refinería para sus necesidades inmediatas, una central eléctrica, supermercados. Imposible entrar. Se puede solamente bordear la fortificación de 12 kilómetros, con doble capa de alambres de púas.

¿Qué pasa adentro? Escuchemos a Ernesto Rodríguez, antiguo empleado en el servicio del personal. Describe una sociedad de tres velocidades, dominada por 500 expatriados anglosajones y portugueses, secundados por 1500 angoleños de Luanda a menudo mestizos, y servidos por 900 cabindeños (cocineros, choferes, mucamas). El se ganó una reputación de activista por haber denunciado actos de racismo ordinario e intentado convencer a la base de interesarse por el enclave. “Logré que Chevron construyera una escuela en un pueblo. Pero cuando propuse una segunda, se me contestó: Nuestro negocio es el petróleo, no las escuelas”.

De hecho, los dirigentes de la Cabinda Gulf Company tienen tan pocas intenciones de mantener la menor relación con los salvajes que los rodean que a cada renovación del parque informático, destruyen cientos de computadoras y las entierran en el bosque en vez de donarlas a los colegios de Cabinda.

El bosque es otra historia. Pegado a los dos Congos, alberga 2000 guerrilleros del FLEC divididos en dos facciones, el Flec-Renovado y el FLEC-FAC. En octubre de 2002, 10.000 soldados gubernamentales lanzaron una gran ofensiva contra ellos, una vez que quedaron “disponibles” para reprimir el separatismo cabindeño después de la paz firmada en abril con la UNITA. Un informe tremendo publicado por una de las fundaciones del financista y filántropo norteamericano George Soros enumera las atrocidades cometidas por las tropas de Luanda (masacres y ejecuciones sumarias, violaciones de mujeres y niñas, tortura, deportación de pueblos enteros, saqueos, destrucciones de cosechas) y por la guerrilla (secuestro de extranjeros y cobro de un impuesto de guerra; a los que no pagan, se les cortan la nariz y las orejas).

Queda la población, encerrada entre los petroleros y los combatientes. Su miseria comienza a 300 metros de la entrada de la base, en el pueblo de Futila. Es allí que Chevron estuvo de acuerdo, hace ocho años, en construir una escuela primaria. Pero es allí también donde el petróleo que se fuga de las viejas instalaciones se extiende sobre la playa, causando la ruina de los pescadores y serias intoxicaciones en los habitantes. “Organizamos en diciembre de 2002 una marcha de protesta contra la contaminación -dice un habitante de Futila-. Eramos 200 pescadores. Vinieron a dispersarnos en helicóptero.” En la ciudad de Cabinda, el 70% de los habitantes no tiene acceso al agua potable. Y es necesario hacer cinco horas de fila para obtener combustible en la única estación de servicio del enclave que proporciona gasolina a tantos automovilistas norteamericanos.

Luanda, la capital

Los ricos de la capital se amontonan en Miami Beach. Este restaurante se sitúa casi al final de Ilha, una franja de tierra enfrente de la capital. Esta tarde, todas las reposeras de la playa están ocupadas, y custodiadas por hombres armados, y no hay ninguna mesa libre en la sala abierta, a la sombra de los cocoteros. En un país desprovisto de petróleo, tales clientes, capaces de gastar la mitad de un salario medio en una comida y una botella de vino, serían industriales, banqueros o profesionales de alto vuelo. Pero, en Angola, basta con ser un depredador, es decir, un beneficiario de las generosidades de uno de los tres centros de poder: Futungo, como se llama aquí a la presidencia; Sonangol, la compañía petrolera nacional, o el ejército.

El sistema, que tiene por único objetivo el mantenimiento en el poder del régimen, consiste en alimentar a un número limitado de privilegiados y reprimir a todos los demás. Fue llamada “la república de los sobres”. Algunos centenares de familias pueden así enviar a sus niños a estudiar a Inglaterra, comprar grandes coches con aire acondicionado, teléfonos celulares y productos de marca en tiendas discretas, tan bien aprovisionadas como perfectamente imposibles de encontrar para el que no conoce la dirección y la contraseña que logrará que se abra la puerta.

La corrupción pervirtió la economía del país e hizo de Luanda una de las ciudades más caras del mundo. Devora cada mes millones de petrodólares. La organización londinense Global Witness reveló en marzo de 2002 que faltaban en las cuentas del Estado, en 2001, 1,4 mil millones de dólares. En cuanto al proceso Elf y al affaire del Angolagate, del que se agarran la Justicia francesa y la suiza, dicen que el presidente Jose Eduardo dos Santos no olvidó llenar sus propios bolsillos -es el ciudadano más rico de su país- y que los petroleros occidentales se dedican de lleno al juego de los pagos ocultos. La fuente: Le Temps, diario suizo surgido de la fusión, en 1998, de Nouveau Quotidien, Journal de Genève y Gazette de Lausanne. Es un importante medio de información, con buenas investigaciones sobre temas internacionales (www.letemps.ch)

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Dos millones de desplazados durante el conflicto armado en la región sudanesa de Darfur siguen sometidos por los yanyauid, milicianos árabes que arrasaron sus aldeas. Un español se ha convertido en la mano que da de comer a miles de ellos en el bastión de Kabkabía. Escribe Francisco Peregil.

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