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jueves, mayo 9, 2024

Israel – Palestina: la última guerra colonial

PolíticaIsrael - Palestina: la última guerra colonial

Israel – Palestina: la última guerra colonial

Por Robert Fisk

Ataque israelí al helipuerto de Arafat.

¿Puede controlar Ariel Sharon a su propio pueblo? ¿Puede controlar su ejército? ¿Puede detener a sus militares por la muerte de niños, por dejar bombas caza-bobos en huertos o por disparar desde sus tanques los campamentos de refugiados? ¿Puede detener Sharon la canallada de un ejército que destruye centenares de casas de refugiados palestinos en Gaza? ¿Puede Sharon impedirles a los colonos judíos que sigan robándole tierras a los palestinos? ¿Puede evitar que sus asesinos del servicio secreto liquiden a sus enemigos palestinos o concreten “matanzas selectivas”, como todavía llama la BBC a estas ejecuciones para evitar críticas israelíes? Por supuesto, está prohibido hacer estas preguntas. Entonces, legalicémoslas. Los atentados suicidas de palestinos en Jerusalén y Haifa están hastiando, sublevando, son funestos e imperdonables. Yo vi la consecuencia inmediata del atentado en la pizzería de Jerusalén en agosto último: mujeres israelíes y niños, destrozados por explosivos que tenían metralla -diseñados para asegurar que los sobrevivientes tendrían cicatrices para toda la vida-. Recuerdo el servil mensaje de condolencia de Yasser Arafat, y pensé -y esto le gustará a cualquier israelí, supongo- que no le creía una palabra. De hecho, yo no creo una palabra de él. Arafat daba las mismas expresiones elocuentes de pesar cuando sus pistoleros asesinaron a libaneses inocentes durante la guerra civil de ese país. ¡Mierda!, pensé. Y todavía lo hago. Pero encontré una pista al problema real sólo horas después del último baño de sangre en Israel. Colin Powell, el secretario de Estado norteamericano, estaba cuestionándose con su característica elocuencia en la CNN sobre su reacción frente a la matanza. Nada -dijo- podía justificar tal “terrorismo”, y siguió para referirse a la condición de los palestinos, que padecen un “50 por ciento de desempleo”. Yo me quedé en ese punto. ¿Desempleo? ¿Mr Powell pensó que era eso de lo que se trataba? Y mi mente regresó a su discurso en la Universidad de Louisberg, el 20 de noviembre, cuando él lanzó -o eso creimos- su iniciativa para Medio Oriente. “Los palestinos deben…” era el tema. Los palestinos deben “poner fin a la violencia”; los palestinos deben “arrestar, perseguir y castigar a los autores de actos terroristas”; los palestinos “necesitan entender que, aunque sus demandas sean legítimas… ellos no pueden… canalizarlas por la violencia”; los palestinos “deben comprender que la violencia ha tenido un impacto terrible en Israel”. Sólo cuando el general Powell le dijo a su público que la ocupación de Israel de Cisjordania y Gaza debe acabar, puso en claro que Israel estaba ocupando Palestina. La realidad es que el conflicto palestino-israelí es la última guerra colonial. Los franceses pensaron que eran ellos quienes libraban la última batalla de ese tipo. Habían conquistado Argelia hacía tiempo. Ellos prepararon sus campos y asentamientos en la tierra más bonita de Africa del Norte. Y cuando los argelinos exigieron independencia, los llamaron “terroristas”, reprimieron sus manifestaciones, torturaron a sus enemigos de la guerrilla y asesinaron -en “matanzas selectivas”- a sus antagonistas. De la misma manera, nosotros estamos respondiendo a la última matanza en Israel según las reglas del Departamento de Estado, la CNN, la BBC y Downing Street. Arafat tiene que seguir vivo, realmente, para cumplir su labor como el policía de Occidente en Medio Oriente. El presidente Mubarak lo hace en Egipto; el rey Abdullah lo hace en Jordania; el rey Fahd lo hace en Arabia Saudita. Ellos controlan a sus pueblos por nosotros. Es su deber. Ellos deben ser fieles a sus obligaciones morales, sin ninguna referencia a la historia o al dolor y el sufrimiento de sus pueblos. Permítanme contar una pequeña historia. Unas horas antes de escribir este artículo -exactamente cuatro horas después de que el último hombre bomba se había destruido y con él a varios inocentes en Haifa- visité un hospital de campaña en Quetta, la ciudad fronteriza paquistaní donde se llevan a los afganos que han sido víctimas de los raids de los bombarderos norteamericanos. Rodeado por un ejército de moscas, en la cama 12, Mahmat -la mayoría de los afganos no tiene apellido- me contó su historia. No había ningún camarógrafo de la CNN, ningún reportero de la BBC en este hospital para filmar al paciente. Ni estarán allí. Mahmat había estado, hacía seis días, durmiendo en su casa, en el pueblo de Kazikarez, cuando una bomba de un B-52 norteamericano cayó en su pueblo. El dormía en un cuarto, con su esposa y los niños. Su hijo Nourali murió, como también Jaber, de 10 años; Janaan, de 8; Salamo, de 6; Twayir, de 4, y Palwasha -la única niña-, de 2. “Los aviones vuelan tan alto que nosotros no pudimos oirlos y el techo de barro se nos cayó encima,” dijo Mahmat. Su esposa Rukia -a la que él me permitió ver- está en el próximo cuarto (cama 13). Ella no sabía entonces que sus niños estaban muertos. Tiene 25 años y parece de 45. Sus niños -como tantos inocentes afganos en esta guerra espantosa para la civilización- son víctimas que Mr Bush y Mr Blair nunca reconocerán. Y mirando a Mahmat suplicando por dinero -la bomba norteamericana también había destruido sus ropas y él estaba desnudo bajo la manta del hospital- yo podía ver algo terrible: él y su primo a su lado, y el tío, y el hermano de la esposa, todos en el hospital, todos furiosos por los asesinatos que los Estados Unidos habían infligido en su familia… Un día, imagino, los parientes de Mahmat podrán estar lo suficientemente enojados para cobrarse la venganza en los Estados Unidos, en el caso de que ellos se transformen en terroristas. Nosotros entonces podríamos preguntarnos si sus líderes podían controlarlos. Ellos no son Ben-Laden (la familia de Mahmat afirma que “nosotros no somos ni talibanes ni árabes”). Pero, francamente, puede que nosotros los culpemos si ellos decidieran golpear en los Estados Unidos por el crimen sangriento y terrible hecho a su familia. ¿Pueden dejar los Estados Unidos de bombardear a los pueblos? ¿Puede Washington persuadir a sus fuerzas especiales a que protejan a los prisioneros? ¿Pueden controlar los norteamericanos a su propia gente?

La fuente: el autor es columnista del diario británico The Independent (www.independent.co.uk).

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