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lunes, mayo 20, 2024

Los occidentales invaden el corazón de Marrakech

PolíticaLos occidentales invaden el corazón de Marrakech

Los occidentales invaden el corazón de Marrakech

En los últimos quince años, numerosos extranjeros, la mayoría franceses, adquirieron varios centenares de casas tradicionales en la ciudad vieja. La modernización de estas propiedades y, fundamentalmente, las diferencias económicas y culturales los convirtieron en una presencia conflictiva para los marroquíes que sienten que estos nuevos vecinos no respetan sus costumbres.

Por Christophe Ayad

Vivienda tradicional marroquí.

El 6 de septiembre de 1999, la pared medianera cayó con un ruido impresionante, dañando todo un lado de la casa. Halima Mouak miraba dibujos animados en la tele con su padre y sus tres hermanas. Halima luchó todo lo que pudo, hasta que las autoridades obligaron a la vecina a reparar los daños. La vecina, a la que Halima apoda “la italiana”, se llama en realidad Franca Sozzani y vive en Milán, donde dirige la edición italiana de Vogue, y posee una de las más bonitas casas de la vieja ciudad de Marrakech. Mejor que una riad -la tradicional casa de Marrakesh, con fuente en el centro del patio interior-, es un verdadero bloque de casas conectadas una a la otra. En la callejuela Al-Soura, “la italiana” compró los números 2, 3, 4, 5 y 6. Del lado del pasaje sin salida Sidi ben Omar, posee los números 24, 25, 26, 28 y 29. En total, más de 800 metros cuadrados. Le falta sólo el 27, la casa de Halima Mouak, encajada en este oasis donde abundan ficus, palmeras, jazmines y arbustos floridos, en el centro de la ciudad ocre y polvorienta. Desde su techo, Halima Mouak tiene una vista panorámica de los trabajos de su vecina: la piscina, en reparación, causó filtraciones en la pared de la cocina. “Le arruino la vista. Mi casa es como una verruga en medio de su nariz. Su abogado me propuso adquirir mi casa a un buen precio. Pero no me iré, no estoy en venta”.

Después de seis meses, “la italiana” envió obreros a colocar algunos ladrillos y cemento que ya comienzan a agrietarse. Halima Mouak, profesional en informática de 32 años, soltera y testaruda, logró entonces convocar a ingenieros del gobierno de la ciudad y al representante del municipio. Examinaron la pared y los papeles: sí, los trabajos no corresponden; no, la vecina no tiene permisos. Pero no se puede hacer nada, la dama tiene influencias. Superada, Halima terminó por presentar una denuncia contra Franca Sozzani.

Cuando, poco después, otro vecino, un ingeniero francés, también se puso a hacer trabajos, Halima creyó volverse loca. “Los obreros daban tales mazazos, que mi pasillo comenzó a agrietarse”. El 12 de octubre de 2001, Halima salió como una furia a lanzar piedras e insultar a los obreros. Si se hubiera tratado de un banal litigio entre marroquíes, la policía probablemente no se habría metido. Pero no sucede lo mismo cuando se trata de extranjeros: la policía cayó con fuerza la noche del 21 de noviembre. “Eran cuatro. Me insultaron y me arrastraron del cabello por la calle. Pasé cuatro días en la comisaría.” Halima salió para ir directamente a prisión, a purgar una pena de cuatro meses. Pena reducida a tres meses en apelación. Después, Halima Mouaka dejó Marrakech para irse a Casablanca.

Toda su energía, toda su razón pasaron: obtuvo 60.000 dirhams (5.580 euros) por daños civiles en apelación contra Franca Sozzani, pero se presentó en casación para obtener 200.000 dirhams (18.600 euros) y la prohibición de la piscina. “Todo eso es historia antigua, la justicia ya falló -explica Franca Sozzani, consultada por teléfono-. Nos instalamos en 1990 y nunca hemos tenido desacuerdos con nuestros vecinos. Halima Mouak llegó en 1994, después que nosotros. Todo ya estaba allí, incluso la piscina. Nunca he querido comprar su propiedad. Tan es así que estoy vendiendo una parte de la mía para quedarme sólo con tres riads.”

Pocos habitantes de Marrakesh oyeron hablar de Halima Mouak porque las autoridades hicieron todo lo posible para que este asunto no se difundiera. Pero para aquellos a los que la “recolonización” de Marrakech les resulta insoportable -periodistas de oposición, islamistas o simples ciudadanos-, ella es un símbolo, la parte visible de un iceberg de rencor. Un joven vecino del barrio Zaouia Lakhdar dice: “Es como lo que sucedió en Palestina. Compraron las casas de los árabes y luego quisieron hacerlos partir”. Desde los atentados suicidas cometidos por grupúsculos islamistas, que causaron más de 40 muertos el 16 de mayo en Casablanca, esta clase de observación preocupa a la comunidad extranjera de Marrakech.

No hay cifras oficiales, pero se considera que al menos 600 casas de la ciudad vieja pertenecen a occidentales (en total hay 28.000), de los cuales la mitad son franceses. No se ven a sí mismos como vulgares turistas, sino más bien como “conocedores”, abiertos y tolerantes. El “terremoto” de los atentados hizo soplar un viento de pánico. Pero, las semanas siguientes, la extrema firmeza de las autoridades marroquíes tranquilizó un poco y los proyectos iniciales de partida precipitada fueron guardados en el fondo del ropero…

Un siglo de atracción

Marrakech, su medina impenetrable y su palmar refrescante siempre han sido muy atractivos. Ya a principios del siglo XX, el artista Jacques Majorelle cayó enamorado de la ciudad y lanzó la moda Marrakech en el jet-set de la época. A partir de los años 60, como en otras partes de Marruecos, la ciudad vieja se vació de su burguesía, que prefería la comodidad moderna de los espaciosos chalets al estilo occidental, construidos en la periferia. Las riads quedaron en el abandono, alquiladas a empleados públicos o campesinos expulsados de sus tierras por la sequía y la miseria. En esa época, sólo algunos “happy few” occidentales se instalaron en la vieja ciudad: Denise Masson, autora de una famosa traducción del Corán, el escritor español Juan Goytisolo, el modisto Pierre Balmain, el perfumista Serge Lutens…

A partir de los años 80, un decorador norteamericano de renombre, Bill Willis, popularizó en revistas de lujo el “concepto Marrakech”, una mezcla de orientalismo y lujo. Marrakech se pone de moda: Jean Paul Gauthier, Bernard Tapie compran terrenos allí, Sting festeja su quincuagésimo cumpleaños, Marc Lavoine se casa, los hermanos Costes abren un bar… La pareja Bernard Henri Lévy-Arielle Dombasle le compra a Alain Delon el palacio de la Zahia, con su piscina y su jardín imposibles de adivinar desde la callejuela fangosa que conduce hasta allí, y situado a dos pasos del palacio del joven rey Mohammed VI.

La ciudad vive un verdadero frenesí inmobiliario después de la difusión en 1998 de una nota en Capital, por M6, en el que se explica -un poco abusivamente- que por poco y nada se puede adquirir y restaurar una riad. Es las mil y una noches al precio de un dos ambientes en París, en solamente dos horas y media de avión. La perspectiva de una política impositiva “más mediterránea” y la cercanía del paso al euro, que implicó salidas masivas de dinero sucio, contribuyeron a la explosión de los precios, que ya se habían ido a las nubes por la demanda.

“Un código no escrito, pero que debe respetarse” Laurence Vernet, una agente inmobiliaria instalada en Marrakech desde 1999, vivió esta avalancha; su agencia emplea a trece personas, de las cuales la mitad es marroquí. Entre sus clientes, hay de todo: los ancianos que quieren renacer bajo el sol, los que están llenos de dinero por una plusvalía fácil, el jet-set, los enamorados, los que sufrieron una desilusión y vienen a olvidar… Solamente un punto en común: todos “adoran” Marruecos y a los marroquíes desde lo más profundo de su “corazón”. Marruecos no pide tanto, sino solamente un poco de respeto…

Para Khalid Fataoui, uno de los abogados de Halima Mouak y también miembro de la Liga Marroquí de Derechos Humanos, “lo que es chocante es que de un lado hay una pareja que tiene diez ambientes y del otro, familias que viven diez en dos piezas; de un lado, una sociedad muy tradicional y religiosa y, del otro, gente que se muestra en traje de baño en su terraza, bebe alcohol o se abraza en público”.

En la medida de lo posible, Laurence Vernet intenta delimitar las verdaderas motivaciones de sus clientes. “La medina es soberbia, pero también muy especial. Hay un código no escrito que es necesario respetar”. De cuatro o cinco personas interesadas que llegan a la agencia, una sola termina comprando. Las transacciones van de 200.000 dirhams a 30 millones (18.650 euros a 2,8 millones de euros). “Es raro, pero yo vi verdaderas estafas -cuenta-. Algunas casas se vendieron al doble de su precio. Sucedió también que el título de propiedad no era válido o que había graves problemas de estructura”.

En la medina, los porteros se improvisaron en agentes inmobiliarios para disputar la preciosa comisión del 2,5 %. Los artesanos se transformaron en ceramistas especializados o en artistas de la ebanistería. Los notarios prosperan. Marrakech aún no fue afectada por el “síndrome Essaouira”, la pequeña ciudad balnearia que se ha convertido con el impulso de André Azoulay, un consejero del rey Mohammed VI, en la Saint-Tropez marroquí. Pero los 600 extranjeros de la medina adquirieron un peso desproporcionado en la economía local.

El dinero fácil atizó los celos en un país donde el salario mínimo legal está en 150 euros al mes. Los hoteleros no ven con buen ojo abrirse decenas de casas para huéspedes de extranjeros que no siempre declaran sus ganancias, no siempre pagan las cargas sociales y sirven alcohol sin permiso. Sólo 90 casas de huéspedes, sobre 250 (sin contar los particulares que alquilan su casa), presentaron una solicitud de registro oficial, mientras que la aprobación de una ley que regule sus actividades no deja de ser rechazada por legisladores divididos entre el deseo de atraer inversores y el de imponer criterios puntillosos.

Más aún que el dinero y las desigualdades, es el “choque de las costumbres” lo que alimenta una hostilidad creciente y crea fantasmas. Regularmente, corren rumores de rodajes de películas pornográficas y fiestas con niños de la medina. Si bien esto es aprovechado por los islamistas y la prensa amarilla, también es cierto que Marrakech es una etapa establecida del turismo sexual y pederasta. Raja, la última película de Jacques Doillon, con Pascal Grégory -ambos tienen riads en Marrakech- reflejan esta realidad: el tráfico del dinero, el sexo y los sentimientos sobre fondo de exotismo.

La terraza, un espacio en disputa

Si hay un lugar donde se cristalizan todas las dificultades de la cohabitación, es la terraza. “Es una tradición, las terrazas son el lugar de las mujeres -explica Jaafar Kensoussi, un erudito y uno de los mejores conocedores de la ciudad-. Los hombres no van, cada uno respeta la vida privada del otro, no se mira a lo del vecino. Desde la llegada de los extranjeros, los marroquíes son reticentes a dejar a sus mujeres subir a la terraza”. En algunas casas de huéspedes, se puede leer esta clase de advertencia: “Por respeto a los vecinos, a la cultura local y a raíz de distintas denuncias, está rigurosamente prohibido subir a la terraza con filmadoras y cámaras fotográficas”.

Una restauradora francesa defiende el honor de los expatriados: “Los escándalos son rarísimos. Si se exagera, eso va a terminar por hacerles el juego a los islamistas. No hay que dejarse llevar. Y además, cuando un extranjero se instala, hace a menudo limpiar su calle, reparar la electricidad, cosas que luego todo el mundo aprovecha”.

A veces, esta solicitud toma una vuelta indecente: Xavier Guerrand-Hermès, vicepresidente de la filial norteamericana de Hermès, se autoelogió ruidosamente en una revista local por haber ofrecido nuevas puertas para la mezquita Sidi Bel Abbès, vecina de su riad con piscina en la terraza y ascensor… Una verdadera herejía para los puristas como Abdellatif Aït ben Abdallah que defienden “la integridad” arquitectónica de la ciudad. Hace diez años que este marroquí, asociado en un tiempo con el arquitecto belga Quentin Wilbaux, adquiere y restaura riads según las normas del arte. Revende algunas, alquila otras. Su joya es Dar Cherifa, la más antigua casa de la medina, restaurada con un cuidado maníaco. “Es verdad que los nacidos en Marrakesh fueron durante mucho tiempo los primeros en maltratar su patrimonio, pero ¿es ésa una excusa para hacer cualquier cosa, sobre todo cuando se presenta como un esteta?”

Los ejemplos de herejía abundan en la vieja ciudad, a pesar de ser patrimonio mundial de la Unesco desde 1984. El mismo Abdellatif Aït ben Abdallah está preocupado por su vecino, un arquitecto de Montpellier que abrió una casa de huéspedes de diez habitaciones y al hacer los conductos de la chimenea en la medianera, le dañó su pared. Dicho vecino francés, que trata a su vecino marroquí de “maestro celoso” y de “integrista racista”, está en conflicto con otro francés con respecto a una terraza controvertida. Este último francés se enfadó con otro vecino, un psiquiatra francés, por una piscina que causa grietas… Incluso entre los happy few, no se dan tregua.

La fuente: Libération (http://www.liberation.fr). La traducción del francés pertenece a María Masquelet para elcorresponsal.com,

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