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lunes, mayo 13, 2024

Para los beduinos, el honor es la única justicia

SociedadPara los beduinos, el honor es la única justicia

Para los beduinos, el honor es la única justicia

Cualquiera sea la naturaleza del conflicto que las enfrente, las tribus beduinas nunca recurren a los tribunales de justicia, ni a la policía. Es un consejo tribal el que regula los litigios, según el protocolo y códigos ancestrales. El veredicto del consejo, que no requiere demasiadas deliberaciones ni burocracia, invariablemente es aceptado por las partes, que logran reconciliar sus diferencias sin que queden resentimientos. Para el beduino, no hay bien superior al del honor.

Por Hanaa Al-Mékkawi (con Khaled Diab)

Mujer beduina, óleo del libanés Omar Onsi.

A aproximadamente 30 kilómetros de Fayed, sobre la carretera que conduce a Ismaïliya, varios vehículos se encaminan por un sendero pedregoso, apenas visible de lejos, que conduce hacia el madiafa (la casa del huésped) de hag Rafie Salama, uno de los grandes cheikhs de la tribu howaitat. El edificio consta de una extensa sala cuyo suelo se cubre de grandes alfombras. Este tipo de construcción, generalmente retirado del domicilio familiar, se reserva a los hombres y sirve para recibir a los huéspedes en ocasiones importantes.

Hoy, un centenar de miembros de la tribu howaitat se encuentran allí para asistir a un consejo tribal. El tema del día, resolver el desacuerdo entre dos clanes de esta misma tribu: Al-Dobour y Al-Ghannamine. El conflicto estalló a propósito de unos terrenos, y los dos clanes llegaron a las manos. “En estos casos, la policía nunca interviene”. Es nuestro consejo orfi el que define. Hoy, el juez va a dar su veredicto”, explica Ibrahim Rafie, miembro de la Asamblea del pueblo en el Sud-Sinai’, y descendiente de estas tribus.

Antes de que esta sesión tuviera lugar, el juez impuso un período de calma de diez días con el fin de poder realizar su investigación. Según Rafie, durante esta tregua, los beligerantes no tienen derecho a comunicarse entre ellos y las esposas que tienen parientes en la otra casta no pueden visitarlos.

Después de haber terminado la oración de los viernes, los grupos de beduinos se dirigen hacia el madiafa, se saludan rozándose la nariz, luego se sientan, unos en el piso de tierra, otros en la gran sala. En apariencia, esta comunidad parece unida como los dedos de la mano, pero la realidad es muy otra. Cada clan se repliega en una esquina. Y la atmósfera es más bien tensa. Todas las miradas se clavan en Salem, Mangaa al-dam (juez de sangre), juez especialista en esta clase de conflictos, a menudo causantes de derramamientos de sangre. “Hay un juez especializado para cada ámbito: terrenos, ganado, dinero, violación, crímenes, etc. El más influyente y respetado es Mangaa al-dam, el que interviene en los delitos de sangre. Tales desacuerdos son corrientes y a menudo complejos”, precisa Salem.

Cuenta que cuando tenía diez años, ya asistía a todos los consejos que presidía su tío. Y a los 24 se lo nombró a la cabeza de este consejo tribal. Hoy, está preparando a sus hijos para la tarea. “Es necesario tener autoridad y ser respetado en el seno de la tribu para ejercer tal responsabilidad. Es una función que no se transmite de padre a hijos. Es necesario poseer determinadas competencias para asumirla. En principio los jóvenes se ven obligados a asistir a todos los consejos tribales y allí se va viendo cuáles son los más talentosos”, prosigue Salem. Esta jurisdicción existe en la tribu Al-Howaitat, y también en otra veintena de tribus egipcias. La función del keffieh

El momento del almuerzo rompe un poco esta atmósfera tensa. Se colocan enormes planchas de aluminio en el piso y pequeños grupos se forman en círculo alrededor de la comida compuesta de arroz y carne de oveja. El hábito exige en efecto que el propietario del madiafa haga honor a sus huéspedes antes de abrir la sesión. El desacuerdo se remonta a algunos meses atrás. El clan Al-Dobour inventó una historia para no pagar más el alquiler de una parcela al clan Al-Ghannamine. “El litigio en cuestión no es más que un pretexto”. Es más bien el comportamiento innoble de los unos hacia los otros lo que originó este conflicto. Era necesario convocar a este tribunal con el fin de adoptar las medidas adecuadas a esta clase de situación”, prosigue Ibrahim Rafie, que destaca que la policía no ignora que este consejo tribal existe y que tiene sus propias leyes. Respeta sus principios, e inclusive recurre a veces a ellos para poner fin a situaciones conflictivas y aprovecha su experiencia y su influencia.

Terminado el almuerzo, el tribunal se restablece. El juez se instala en el centro. Enfrente de él, los dos kobar (delegados de los beligerantes). Los miembros de las dos partes en conflicto se sentarán a su izquierda y derecha. “Durante el período de tregua, cada clan nombra a un notable, que sirve de vocero de los grupos en discordia. Poco importa la edad de este individuo, debe sobre todo mostrarse elocuente y probar su erudición en cuanto a leyes para ganarse la confianza de toda la asistencia”, explica Fakhrallah, emisario del clan Al-Ghannamine.

Al principio de la sesión, los emisarios de los dos clanes comienzan por pagar a Al-Rozga una cantidad que varía entre 1.000 y 10.000 libras egipcias. Es el juez el que decide el importe que debe pagarse según la importancia del litigio. Guardará este dinero para los gastos de la investigación y sus honorarios. Luego, tranquilamente, Fakhrallah comienza por exponer el punto de vista de su clan. El es el único que tiene derecho a la palabra y nadie lo interrumpirá. “Represento a este clan desde hace años. Con la experiencia, aprendí a ser más explícito en mi discurso y al mismo tiempo muy persuasivo para llegar a convencer al juez de los argumentos que sostengo”, explica. Menciona cada detalle del asunto, y por momentos, extiende el borde de su keffieh por tierra, en señal de buena intención, y forma un nudo en el del juez o en el de uno de los miembros de la audiencia para certificar su buena fe. Mujeres aparte

Durante este tiempo, unos jóvenes no dejan de ir y venir. Sirven el té a la asistencia y vacían los ceniceros. Por supuesto, los narguiles son omnipresentes y están alrededor de la sala. Al exponer los hechos, Fakhrallah no olvida mencionar que algunas personas del clan Al-Dobour golpearon a miembros de Ghannamine. En ese momento preciso, el juez quiere asegurarse de la veracidad de los hechos. Comprueba la cabeza de la víctima y mide la cicatriz con ayuda de sus dedos. “Es según el número de dedos que determina la suma que debe pagarse”. Cada dedo vale un camello, alrededor de 2.000 libras egipcias, según el precio actual del animal”, explica Salem, cuyos cuatro dedos de la mano cubrieron la cicatriz en este caso. La víctima presenta también una herida en el dedo del pie. Luego de haber constatado esto, Fakhrallah prosigue su informe oral en el que revela que algunos miembros de Al-Dobour dañaron diez de sus coches e intentaron forzar la puerta de su domicilio.

En ese momento preciso, el juez se retira con los emisarios y algunos miembros notables de cada clan. Deben ponerse de acuerdo sobre la pena que le infligirán al clan Al-Dobour. Después de diez minutos de deliberación, el juez vuelve pero no da ningún veredicto, prefiere escuchar a la otra parte antes de pronunciarse. Attiya, el emisario del clan Al-Dobour, se empeña en defender a su grupo. Informa que los miembros de Ghannamine han lastimado las cabezas de dos personas, y causaron a una tercera graves heridas en una pierna. Allí, Salem comprueba de nuevo los hechos midiendo las cicatrices. Anota sus observaciones sobre un trozo de papel. Al revelar el resto de la historia, Attiya ganará la simpatía del público. Cuenta que los Ghannamine asustaron a las mujeres de Al-Dobour al acelerar sus coches en la carretera.

Varias voces se elevan entonces para manifestar su descontento y también se lanzan miradas de repugnancia hacia el clan Ghannamine. “A los beduinos, se nos puede perdonar todo, pero cuando se intimida o se ataca a nuestras mujeres, nada va más. Deben pagar el precio por haberlas aterrorizado. Así son nuestros hábitos”, añade Attiya. Se levanta e intenta volver al orden a los miembros de su clan a los que les comunica que el juez podría infligirles penas más pesadas, si no se calman. A su modo de ver, la sesión debe transcurrir en silencio y con respeto; si no, el juez puede decidir su anulación o sancionar severamente uno de los clanes. Salem y sus ayudantes piden un momento de pausa para reunirse a fin de decidir el veredicto.

Bandera negra

Todo el mundo está tenso. Un humo opaco invadió el recinto y se estancó como una neblina. Un silencio de muerte reina en la sala, perturbado sólo a veces por el sonido de los teléfonos móviles. Del otro lado de la línea, los parientes se preocupan y quieren informarse del buen desarrollo de la sesión. El momento de deliberación finalizó. Salem vuelve, se sienta en el medio de la asistencia y pronuncia su sentencia. Condena al clan Al-Ghannamine a pagar 17.600 libras egipcias a los Dobour. Por su parte, estos últimos deberán pagar 21.000 libras egipcias a los Ghannamine. Sumas que servirán para reparar los daños causados por los dos clanes. En segundo lugar, ordena a los dos clanes a cancelar las denuncias hechas a la policía y, si no cumplen con este requisito, se exponen a una multa de 10.000 libras egipcias por violar los principios de esta tribu. En tercer lugar, cinco personas deben ser garantes frente a los beligerantes de que la sentencia sea respetada.

Todos aprueban la decisión de Salem, excepto una persona que parece estar en desacuerdo. “Por supuesto nadie mintió. Se prefiere evitar hacer jurar a los beligerantes por temor de que alguno no esté muy seguro de cómo seguir y se encuentre obligado a faltar a la verdad”, dice Fakhrallah. Añade que según las costumbres de la tribu, el hecho de jurar sobre el Libro Santo implica una maldición que puede extenderse a las generaciones siguientes.

Se termina la sesión, y todo el mundo se levanta. Pequeños grupos se forman para decidir la forma en que cada clan podría reunir el dinero. “Es necesario reunir la suma antes del plazo impuesto por el juez, si no se izará una bandera negra con los nombres de las personas que no respetaron las normas de la tribu. Tal situación afectaría el honor de todo el clan para la eternidad”, confía Rafie.

Finalmente la tensión disminuye, y las sonrisas se dibujan en los rostros. Todos agradecen a Dios ya que el pleito no llevó demasiado tiempo. Según Ibrahim Rafie, algunas sesiones duran hasta al día siguiente, y se corre el riesgo de que las partes en conflicto rechacen el veredicto. En este caso, el juicio se prorroga para ser resuelto en una segunda instancia. Al dejar el madiafa, los miembros de los dos clanes se mezclan. Se hablan como si nunca hubieran tenido ningún desacuerdo. La fuente: Al Ahram Hebdo, semanario egipcio, es una publicación del grupo Al Ahram dirigida a los francófonos.

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