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miércoles, mayo 15, 2024

“La verdadera tragedia de Africa son sus elites”

Cultura"La verdadera tragedia de Africa son sus elites"

BOUBACAR BORIS DIOP, ESCRITOR SENEGALES

“La verdadera tragedia de Africa son sus elites”

“En un país pobre se puede matar a un millón de personas sin que esto inquiete a nadie.”

Periodista y escritor, Boubacar Boris Diop es uno de los valores indiscutibles de la literatura africana. Este antiguo profesor de filosofía, recientemente laureado con el Gran Premio de Africa Negra de la Asociación de Escritores de Lengua Francesa, es un hombre obsesionado por la memoria de los muertos. La masacre de Murabi, en Ruanda, ha cambiado radicalmente su visión de Africa y el papel de los intelectuales en el Tercer Mundo.

Por Doudou Sarr Niang y Habib Demba Sall

Refugiados hutus retornan a Ruanda.

-“Escribir sobre el genocidio -dice usted- es estar en relación con los muertos y no con los vivos”. En Ruanda, usted ha convivido con los muertos. ¿Existe en usted un antes y un después de Ruanda?

-Sí, sin ninguna duda. Hubo una ruptura profunda, decisiva. Antes de Ruanda, tenía la tendencia a considerar la escritura como un ejercicio más o menos gratuito. Se trataba de armonizar imágenes, hacer bellas frases, en fin, de mostrar que tenía talento. Además, me sentía siempre mucho mejor, como todo el mundo, luego de haber vertido mi pequeña lágrima sobre las desgracias del continente. El genocidio fue la ocasión de retomar algunas ideas en las que yo había dejado de creer desde hacía tiempo. En efecto, yo evolucioné en un momento de mi vida, dejando de lado a los grupos de extrema izquierda. Y como muchos de mis antiguos camaradas, cuando cayó el Muro de Berlín, me hastié, me volví un poco cínico. De un día para el otro, las guerras civiles estallaron por todos lados, en Liberia, Somalia, Etiopía. Frente a estas atrocidades, nosotros nos preguntábamos: “¿Qué le hemos hecho a Dios? ¿Por qué nos va tan mal?” Esta creencia absurda en una maldición contra Africa se me había arraigado en el pensamiento y con las masacres de Ruanda, no tenía la impresión de que había algo nuevo bajo el sol. Negros matándose en la lejanía, esto no tenía nada de verdaderamente original. No podía haber ni verdugos ni víctimas, ya que todo el mundo era culpable y toda compasión habría sido en vano.

Al examinar las cosas más de cerca, favorecidos por la estada de nuestro grupo de escritores en Ruanda, comprendí rápidamente hasta qué punto me había equivocado. Lo que pasó en este país es una carnicería organizada, toda una estructura administrativa, apoyada por un ejército y una milicia entrenados por Francia, había decidido exterminar a una parte de la población, que no podía hacer nada para defenderse. Hablar de una guerra civil en estas condiciones es un insulto a la memoria de las víctimas. Esto era todo, menos una explosión de violencia tropical; la coordinación de las masacres, verificada por la famosa radio de Mille Collines, era casi perfecta. Yo estaba profundamente conmovido y esto cambió completamente mi visión de nuestra relación con nosotros mismos y con los otros.

_ Fundamentalmente, ¿qué es lo que cambió en usted?

_ Primero, descubrí hasta qué punto es peligroso en nuestra época ser un pequeño país pobre. Se puede matar a un millón de personas sin que esto inquiete a nadie. Luego del genocidio ruandés, hubo vagas controversias, unos mintieron, los otros desmintieron y se pasó a cosas más serias, dejando a las víctimas en las tinieblas y a los sobrevivientes con sus dolorosos recuerdos. Yo no pude aceptar esto. Paradójicamente, los cadáveres de Ruanda me devolvieron la fuerza, me curaron de la tentación afro-pesimista. El problema con el afro-pesimismo es que da a menudo la impresión de concluir con la ausencia de un futuro para este continente. Este odio a sí mismo, que no se observa en ningún otro lado, es incomprensible y totalmente despreciable. El descubrimiento de los osarios de Murabi y Ntarama me enseñaron a leer cada crisis africana desde su esencia. Dejé la tendencia de echar una mirada global sobre los problemas del continente.

Al interesarme en la cultura de la violencia en Ruanda, comprendí mejor que cualquier conflicto africano no es reducible a otro y que en cada caso, se tienen hechos con mecanismos internos particulares. Y una de las constantes es el papel de Estados o grupos privados extranjeros a los que se ve merodear por todos los lugares donde hay petróleo, diamantes o posibilidades de tráfico de drogas. Esto no quiere decir que nosotros no tengamos nada que ver. Sé bien que en el interior de cada país africano mucha gente aprovecha estas crisis y las sostiene, a menudo luego de haberlas provocado.

_Hablando de crisis, hay una frase de uno de sus personajes: “Cada mercenario tiene probablemente su lista de pequeños compañeros tutsis para liquidar”. Entonces, ¿hasta dónde puede llevar el odio?

_Sobrepasa todo lo que un ser humano puede imaginar. Todavía hoy, los ruandeses dicen: “No sabemos por qué, no sabemos cómo empezó, nosotros siempre nos habíamos entendido”. Yolande Mukagasana, una sobreviviente, acaba de recoger testimonios de genocidas para su tercer libro, “Las heridas del silencio”. Los asesinos le dicen casi todo: “Tú sabes, Yolanda, al principio, no quería, pero desde que comencé no tuve más deseos de detenerme.” El marido mató a la mujer, el nieto mató a la abuela… Entonces, es cierto, Ruanda fue el mal absoluto. Algún día habrá que intentar comprenderlo.

_Con la lectura de “Murabi, el libro de las osamentas”, uno se da cuenta de que el hecho de matar parece más una tarea que una abjección. De este hecho, y a la vista de la tragedia de Ruanda, ¿Africa está todavía expuesta a situaciones parecidas?

_ Tiene razón. Los asesinos designaban las masacres con la palabra “trabajo”. Mataban en horarios fijos y algunos no querían hacer nada fuera de sus horas de trabajo. En esta situación, no se sabe nunca en qué momento se tiene deseos de reír o de llorar. Este gusto por el trabajo bien hecho recuerda obviamente la Shoah. El nazi Eichmann era también un funcionario modelo, quería merecer las felicitaciones de sus superiores, era para él una gran preocupación. Esto me parece característico: los que traspasan ciertos límites de la negación de los humanos no se atreven a verse tal cual son, están obligados a mentirse a sí mismos para soportar la situación.

Usted pregunta también si este genocidio puede repetirse. Es una pregunta muy difícil. Alguien como Primo Levi, judío italiano sobreviviente de Auschwitz, dudó toda su vida entre dos respuestas contradictorias. En 1958, afirmó en “Si es un hombre”: “Si una cosa es cierta en este mundo, es que seguramente esto no ocurrirá una segunda vez”. Luego, en 1986, pareció cambiar totalmente de opinión, cuando escribió en “Los náufragos y los sobrevivientes”: “Ocurrió, entonces puede ocurrir de nuevo; ésta es la esencia de lo que nosotros tenemos para decir: puede pasar, y en cualquier lado”. En relación con Ruanda, esto quiere decir que aun cuando los ruandeses continúan teniendo miedo, no pueden hacerse a la idea de que una cosa así puede reproducirse entre ellos. Alguien me dijo alguna vez que no se ha visto jamás que un genocidio se repita en el mismo país…

Al analizar concretamente la situación, uno se da cuenta de que el genocidio del 94 era evitable. La Organización de Unidad Africana hizo una investigación de la que se conocieron los resultados el año pasado y que lleva un título revelador: “Un genocidio que hubiera podido evitarse”, en el que se dice que la comunidad internacional simplemente dejó que las cosas pasaran. En mi opinión, el mundo entero tuvo tanta vergüenza de lo que pasó en Ruanda que si esto volviera a empezar, habría reacciones muy fuertes en todos lados. Todo el mundo pidió perdón al pueblo ruandés: Bill Clinton, Bélgica, Koffi Annan a título personal, Boutros Ghali y la ONU. Todo el mundo pidió perdón, salvo Francia, que es la que más cosas tiene para reprocharse en este asunto. Uno no se puede imaginar a estas grandes potencias humillarse delante de un país tan modesto como Ruanda por la sola belleza del gesto. De hecho, esta gente está bien informada y se da cuenta de que el genocidio ruandés, como el Holocausto, está totalmente desprovisto de ambigüedades. Es decir que si eso pudiera reproducirse en Ruanda o en otro lado, cada uno mediría mejor sus responsabilidades e intentaría oponerse.

“Lo que pasó en Ruanda fue una carnicería organizada, toda una estructura administrativa, apoyada por un ejército y una milicia entrenados por Francia, había decidido exterminar a una parte de la población, que no podía hacer nada para defenderse.”

_¿Cómo analiza usted la actitud de Francia? En estos últimos tiempos, reconoció el genocidio armenio, lo que disgustó a Turquía.

_Hay una política propia en la visión africana de Francia y ella desconcierta inclusive a sus socios europeos y norteamericanos. De hecho, no negó el genocidio ruandés. Pretende solamente que no ha tenido nada que ver, lo que es una mentira pura y simple. Desde la llegada al poder de Habyarimana, en el 73, hasta el genocidio del 94, Francia ha literalmente dirigido el país. Equipó y entrenó al ejército, sostuvo política y económicamente al régimen y hasta último momento, estuvo del lado de los genocidas. La operación Turquoise, presentada como una especie de arranque humanitario del país de los derechos del hombre, favoreció la huída de los organizadores del genocidio hacia lo que era en esa época Zaire. Los hechos, que fundamentan este juicio, son recientes e irrefutables. El francés medio puede hacerse ilusiones sobre la intervención de su país en Ruanda. Pero no es el caso de los dirigentes políticos. Ellos saben muy bien de qué son responsables y saben también que el mundo entero, no sólo los países africanos, los señalan con un dedo acusador.

Esto, al menos, les hizo ver que habían ido demasiado lejos, que habían sido los cómplices de una colosal infamia y de haber jugado con el honor de su país. Se puede quizás explicar con esto el hecho de que Francia se haya resignado a la alternancia en Senegal y que no haya hecho nada para reestablecer a Bédié en el poder. Quizás también haya sido la personalidad y la trayectoria de Jospin. El hombre parece inclusive un poco menos implicado que otros en las redes de la “Francáfrica”. En cuanto al rechazo francés de presentar sus disculpas a Ruanda, podría explicarse por el temor francés de suscitar nuevos problemas desagradables. Parece decir que vale más hacer oídos sordos, ya que, inclusive en Africa, el asesinato de Ruanda de dos mil personas por día, durante tres meses, entre abril y julio del 94, no conmueve a muchas personas. Es cierto, pero no será siempre así, pues la memoria de un genocidio es una memoria paradójica: más tiempo pasa, menos se olvida y tarde o temprano esta cuestión estará en el centro de las relaciones entre Francia y Africa. El crimen del genocidio es cometido por los padres, pero siempre son los hijos quienes terminan por expiarlo.

Una evangelización fallida

_¿No sería pertinente preguntarse acerca de los fundamentos de los Estados y sociedades africanas? Los lugares de culto se transforman en cementerios, la palabra de algunos reguladores sociales es puesta en cuestión por los genocidas; un Estado deja a las futuras víctimas a sus asesinos…

_Creo que hay dos problemas. En el fondo, el drama de Ruanda es un drama esencialmente cultural. Es una evangelización fallida o, quizás, demasiado exitosa que creó una situación monstruosa. Es al menos la opinión de los ruandeses con los que yo he hablado. Cuando los misioneros llegaron a Ruanda a fines del siglo XIX, encontraron un Estado fuertemente centralizado, con un Dios único, Imana, un país donde todo el mundo hablaba la misma lengua y tenía la misma cultura. Ellos reemplazaron a Imana por el Dios cristiano y esto tuvo como consecuencia volver a los ruandeses extraños a su cultura, percibida como paganismo. En la mayoría de los países africanos, hubo una “negociación” entre las religiones tradicionales y las religiones importadas y esto permitió una evolución no traumática. Este sincretismo no pudo hacerse en Ruanda. Según los historiadores, hubo dos grandes masacres entre el 59 y el 94. Y bien, puede decirse que Imana fue la primera víctima. En un contexto tan perturbado, nadie tiene deseos de escuchar a los reguladores sociales y, peor todavía, están aquellos que se vuelven totalmente locos.

Paisaje de masacre en Ruanda.

La segunda cosa es que en Ruanda, como en otros lugares de Africa, las poblaciones pueden y quieren vivir juntas. Desgraciadamente, esto no coincide siempre con las fuerzas políticas en competencia y ellas hacen todo por generar oposiciones. Es uno de los dramas de Africa, se la juzga a través de las elites que Fanon llamaba “descerebradas”. Son ellas las que manipulan las ideas étnicas. El senegalés medio, por ejemplo, se acomoda bien a la diferencias religiosas. Sin embargo, se siente que ciertos políticos están tentados de aprovecharse de estas diferencias. Esto puede consolidar un poder en el corto plazo, pero nadie sabe lo que puede resultar de aquí a veinte o treinta años. En Ruanda fue parecido y fue parecido en la guerra de Biafra, hace algunos años.

En todas las sociedades africanas el problema está en nosotros, los intelectuales. Somos africanos, no nos consolamos de no ser occidentales o árabes, estamos en un torbellino atravesado por todas las experiencias culturales extranjeras. Y cada vez más gente sagaz dice que es tiempo de luchar por convertirnos en dragones… asiáticos! El africano medio es una persona normal, ni mejor ni peor que los otros, y es capaz, a partir de referencias espirituales fuertes, de realizar grandes cosas. Nuestra verdadera tragedia es tener estas elites completamente desquiciadas, listas a jugar con la miseria y la desesperación de las poblaciones en sangrientas luchas de poder.

_Usted fue a Ruanda gracias al proyecto Fest’Africa. ¿Se asiste a una retoma de conciencia de los intelectuales africanos en lo que concierne a los grandes debates sobre el continente?

_Esta iniciativa fue sobre todo una suerte de locura. Queríamos ser testigos y, ni bien llegamos, un movimiento muy fuerte se estaba perfilando a través del mundo. Esto superaba todas nuestra expectativas. Nuestros textos de ficción van a inscribirse en lo sucedido durante nuestra estada, se les dará un nombre, una cara, una identidad de cada víctima. Pienso que ninguno de nosotros salió indemne de allí. El dramaturgo Koulsy Lamko, por ejemplo, se instaló en Ruanda para ayudar, en la medida de sus posibilidades, a la reconstrucción del país. Personalmente, me sería difícil escribir una novela en la cual yo no hablara de los problemas de Senagal. Debo esta nueva aproximación filosófica y literaria a lo que vi en Ruanda, inclusive si antes de esto, un escritor ganiano que considero mi maestro ya me había hecho tomar conciencia de la necesidad de que todo africano saliera de su pequeño mundo nacional par privilegiar una dimensión africana en la creación literaria y artística.

Un genocidio como el de Ruanda es el peor de los horrores, pero se puede todavía intentar mostrase digno, que ha valido la pena, que no ha sucedido para nada. Se puede llamar a esto compromiso, una palabra que suscita siempre controversias. Todos los escritores desconfían un poco del compromiso, pero todos también lo respetan. Otro problema es que la literatura africana evolucionó de tal manera que muchos de los autores africanos se encontraron escribiendo para el público occidental. Es absurdo que el objetivo de los autores africanos se haya reducido a desear la creación en Africa de un premio literario. ¿Sabía usted que el único premio centrado en las obras literarias editadas en Africa fue creado en Japón? Es el premio Noma.

_ Hoy, ¿no se corre el riesgo de tener dos niveles de lectura de la literatura africana, uno destinado a los occidentales y otro para los africanos?

_En algún sentido, es inevitable, ya que nosotros escribimos en lengua extranjera. La repercusión lograda por las obras no es la misma. Ocurrirán cosas diferentes con el desarrollo de las literaturas en lenguas nacionales. Durante mucho tiempo, yo fui bastante reticente acerca del problema de las literaturas en lenguas nacionales. Pensaba que no habría público para estos textos. Era un punto de vista típicamente ciudadano. En Malí, las obras publicadas en bambara por ediciones Le Figuier se venden más rápido que los textos en francés. En Senegal, la experiencia de Papyrus es concluyente. En los dos casos, los libros son leídos y comentados en las zonas rurales, lo que es una verdadera revolución. De todas maneras, nuestra literatura francófona es muy joven y, como la escala de una historia de la literatura se extiende por varios siglos, se la puede considerar como una simple literatura de transición. Con el tiempo, ella va a continuar existiendo con un público cuya composición y expectativas evolucionan muy rápido.

Hace algunos años, el mundo negro era un bloque homogéneo, las novelas de Achebe o Beti, casi sistemáticamente traducidos, no tenían fronteras. Hoy, cada uno escribe desde su propio país. No existe más una literatura de la diáspora negra, propiamente dicha. Parece muy lejana la época o las antologías de literatura negroafricana que reunían a autores tan diferentes como Roumain, Rabemananjara, Sembene y Langston Hughes! Es difícil imaginar esto en nuestros días y sería un retroceso. De hecho, luego que Seghor y Cesaire se encontraron en París entre las dos guerras mundiales, siguieron hablándose durante toda la vida y su diálogo no ha enriquecido mucho. Hoy, si yo me encontrara con un autor de las Antillas, no tendríamos nada qué decirnos. Es terrible, pero es así. ¿Qué pasó con el tiempo? Algo se rompió. Inclusive el exilio tiene otro sentido, los autores africanos o antillanos nacidos en Francia no saben del continente más que lo que les mostraron por televisión y no tiene ninguna nostalgia. Instalados en Londres, Nueva York o París, sueñan con lograr la integración más que organizar su regreso.

La fuente: los autores son periodistas del diario senegalés Le Soleil (www.lesoleil.sn). Lanzado en mayo de 1970, “El sol” debe su nombre a Léopold Sédar Senghor, entonces presidente de la República de Senegal. Se trata de una de las principales fuentes de información del país. Tira 25.000 ejemplares. La versión en Internet, lanzada el 3 abril de 1998, reproduce aproximadamente el 80% de los artículos aparecidos en la edición en papel y ofrece archivos de los últimos seis días.

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