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lunes, mayo 20, 2024

¿A quién le importa?

Cultura¿A quién le importa?

¿A quién le importa?

Irak es mucho más que una gran fuente de petróleo barato y abundante. Es un territorio plagado de vestigios y reliquias históricas. Pero esto ¿a quién le importa? Irak todavía posee importantes yacimientos arquitectónicos y es necesario preservarlos. La Convención de La Haya sobre la protección del patrimonio cultural prohibe el ataque a sitios culturales y religiosos. Sin embargo, Estados Unidos nunca ratificó el Tratado, y tampoco lo ratificó Gran Bretaña. Por lo tanto, ambos países no tienen legalmente la obligación de cumplirla.

Por Sandra De Rose

Estamos acostumbrados a referirnos a Irak como si sólo fuera una gran fuente de petróleo barato y abundante. Como si Irak sólo fuera obra de Saddam Hussein, y antes de él, nada. Levantan banderadas de guerra como si existiera sólo Saddam y sus secuaces, pero el territorio está plagado de vestigios y reliquias históricas. Pero ¿esto a quien le importa?

La historia de Irak se remonta a más de 5.000 años antes de cristo. Irak está emplazado sobre los testimonios más antiguos que se conocen de las ciudades – estados. Es un área única para el estudio de las primeras comunidades agrícolas, de las primeras sociedades con estructuras complejas y de la escritura. Sumer, Acad, Ur, Nínive, Babilonia, son algunas de las primeras ciudades del mundo antiguo que oculta el territorio de Irak. Según la UNESCO, existen aproximadamente 100.000 testimonios arqueológicos entre ruinas y sitios históricos. En el territorio de Irak se extendieron pueblos como los sumerios, acadios, babilonios, asirios, hititas, arameos, caldeos, persas, griegos, romanos y, seguramente, otros que ahora no recuerdo. La civilización de Sumer fue cuna de las primeras ciudades-estados, de las leyes escritas, del sistema sexagesimal, de la rueda de alfarero y del vehículo con ruedas; creó la moneda y alcanzó su máximo apogeo con la invención de la escritura cuneiforme. También, el patriarca Abraham, pilar de las tres grandes religiones monoteístas, nació en estas tierras. En Babilonia se construyeron los Jardines Colgantes, maravillas del mundo antiguo. Y fue allí, precisamente, donde Hamurabi redactó el primer código de leyes que amparaba a mujeres y niños.

Pero Irak, también, fue cuna de algunas creencias religiosas como la Torre de Babel, del Diluvio y del árbol de Adán y Eva en lo que se cree fue el Edén. Fue el imperio asirio que recopiló la primera gran biblioteca, mucho antes de la conocida Alejandría en Egipto. Los asirios fueron los herederos de los babilonios y los persas fueron los herederos de los asirios y divulgaron todas las riquezas aprendidas entre los griegos y estos al resto del mundo. Es indudable que Irak aloja muchos tesoros arqueológicos descubiertos y aún por descubrir. Sin embargo, es problable que la nueva guerra nos impida conocer más acerca de esta parte de la historia.

Bagdad, Mosul y Basora son ciudades importantes para Estados Unidos por ser enclaves estratégicos militares, pero también por ser centros petróleros. Estas tres ciudades iraquíes albergan numerosos sitios arqueológicos, que enumerarlos requiere una tarea mucho más extensa que la que pretende este comentario. Con la Guerra del Golfo de 1991, muchos de estos sitios fueron bombardeados y destruidos a pesar de la gran movilización de curadores, historiadores y arqueólogos preocupados por los monumentos arquitectónicos. La mayor parte de lo que se considera patrimonio cultural iraquí se encuentra cerca de posibles objetivos militares, como lo son las refinerías de petróleo o los supuestos laboratorios de armas químicas. La tumba del imán Al-Hussein, el Kerbala Shia, es una de las reliquias más preciada por el mundo musulmán y situada a pocos kilómetros de una presunta planta de armas químicas; en 1991, un misil casi destruye este sitio. El masivo bombardeo de una ciudad no sólo afecta a los sitios expuestos sino también a los yacimientos ocultos, provocando desmoronamientos y destrucción a lo todavía desconocido.

El incendio de los pozos petrolíferos también ha ocasionado varios daños; por ejemplo, un zigurat construido en 2100 antes de Cristo en la ciudad de Basora fue completamente arrasado por el fuego de los pozos de petróleo. Además, como las tropas extranjeras no reconocen y tampoco les interesan los monumentos y sitios históricos, sólo saben de pozos de petróleo, han cometido daños irreparables; las tropas norteamericanas fueron responsables por los daños ocasionados a varias ruinas arqueológicas de la ciudad de Ur; para nombrar sólo un caso, convirtieron la ciudad antigua de Tell Aqar en un emplazamiento militar. La construcción de trincheras ha destruido tesoros arqueológicos localizados en Ur y Basra al-Qurna. La iglesia medieval de Mosul, como otras mezquitas de la ciudad, fueron parcialmente destruidas en 1990. Y la lista podría continuar.

Pero no sólo las guerras perjudicaron los vestigios históricos sino también el embargo impuesto por más de una década. El Museo de Antigüedades de Bagdad, que contiene gran parte de la historia antigua de Mesopotamia, fue transferido en 1991 para preservar las piezas históricas. Sin embargo, más de 4000 piezas arquitectónicas e históricas fueron saqueadas por los mismos iraquíes guiados por la pobreza. Muchas de ellas fueron recuperadas en los mercados negros de arte en los Estados Unidos y en Europa occidental.

Los efectos de la guerra pueden ocasionan daños irreparables no sólo a la historia del pueblo iraquí sino de toda la comunidad internacional. El patrimonio cultural es de gran valor para el pueblo de Irak (como para cualquier pueblo del mundo) y juega un rol importante dentro de la sociedad civil. El resguardo del patrimonio arquitectónico como histórico seguramente puede servir al beneficio económico no sólo para el país sino para la región entera. Ante la incertidumbre de la reconstrucción de la sociedad y economía iraquí bien vale el turismo como fuente de ingresos y, por qué no, para conocer y comprender un pueblo cuyas raíces van más allá de la dictadura de Saddam. Por lo contrario, atacar el patrimonio cultural y quemar banderas iraquíes sustituyéndolas por otras es subestimar los valores del pueblo de Irak. Indudablemente, esto no tendrá efectos positivos si lo que se quiere verdaderamente es ayudar y resguardar los derechos de los iraquíes. Además, Saddam Hussein ha forjado a la nación iraquí bajo las glorias de la historia antigua, y es aquí donde radica uno de los pilares del orgullo iraquí. Violar o dañar aún más estas ruinas puede deteriorar más el ánimo o exaltar las pasiones iraquíes.

Irak todavía posee importantes yacimientos arquitectónicos y es necesario preservarlos. La Convención de La Haya de 1954 sobre la protección del patrimonio cultural prohibe el ataque a sitios culturales y religiosos en guerra. Sin embargo, Estados Unidos nunca ratificó el Tratado, y tampoco lo ratificó Gran Bretaña. Por lo tanto, ambos países no tienen legalmente la obligación de cumplirla.

En varias oportunidades, Washington expresó su preocupación por los sitios arqueológicos en Irak. Pero en realidad, nunca se informó a las tropas acerca de la ubicación de los mismos para evitar los ataques; a pesar de que la UNESCO y otros centros dedicados a la investigación en Irak, habían otorgado previamente varios informes sobre el emplazamientos de los sitios.

Seguramente, estos comentarios resulten vacuos y sin sentido ante una guerra de tal envergadura, donde ni siquera se sabe con mínima certeza el número de muertos civiles y los daños ocasionados por las “bombas inteligentes”, que también violan la integridad territorial de Irán. Es necesario nuevamente resaltar que el sufrimiento del pueblo iraquí es lo más preocupante en este conflicto. Sin embargo, ante la maraña de información que nos llega, creí necesario hacer hincapié en estos asuntos. A mí sí me importa.

La fuente: La autora es una investigadora argentina, magister en Relaciones Internacionales, con especialidad en Medio Oriente y profesora en Historia Contempóranea, ambos diplomas obtenidos en la Universidad Nacional de La Plata, donde se desempeña como coordinadora del Departamento de Medio Oriente del Instituto de Relaciones Internacionales. También es docente en la Universidad de Córdoba, donde reside.

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