Por Lila López
“No sacaremos a la gente que ha ocupado las granjas. Vamos a compartirlas. Todos somos iguales. Todos debemos compartir con igualdad.” (Robert Mugabe, presidente de Zimbabwe)
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“La mejor forma de salir de la crisis que azota a Zimbabwe es que se produzcan elecciones libres y justas.” (Robin Cook, canciller británico)”
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Uno, el presidente, vuelve veinte años después a promesas en las que ya nadie cree. El otro, el canciller, parece conocer como nadie las necesidades africanas. A ambos los desautoriza la historia.
A Mugabe, porque plantea un cambio en la distribución de la riqueza que no estuvo dispuesto a promover en los 20 años que lleva en el gobierno.
A Cook, porque sigue observando al Africa desde una óptica paternalista y colonial, un terreno en donde su país, como las otras ex potencias coloniales, no sostienen cuestiones de principios sino razones de negocios. La democracia (o la fal ta de ella) nunca fue una preocupación que desvelara a los países centrales. ¿Hace falta recordar la larga lista de dictadores, títeres o testaferros afines a los intereses de las potencias coloniales que siempre fueron recibidos con honores en las grandes capitales europeas?
El caso de Mugabe no deja de ser patético. El viejo héroe africano de la independencia somete su permanencia en el poder a la prueba de fuego de las elecciones de mayo, que no parecen resultarle propicias. Ya en febrero tuvo el primer aviso, cuando su proyecto de modificación constitucional (un instrumento que le hubiera permitido atornillarse al poder por otros diez años) fue rechazado por el Parlamento.
La campaña electoral se desarrolla mientras el país se hunde en su crisis más profunda: la inflación llega al 60 por ciento; el desempleo afecta a la mitad de la población laboralmente activa; el ejercicio de la violencia vuelve a adoptarse como una herramienta de lucha; la persecución de opositores vuelve a ser una prioridad del Estado. En ese contexto, y con los comicios pisándole los talones, la desesperada campaña de Mugabe contra los terratenientes blancos es tan poco creíble como peligrosa.
En los últimos días ex veteranos de la guerra de independencia ocuparon 250 granjas en todo el país, obligando a sus propietarios a abandonar la tierra o atrincherarse para resistir la usurpación. Posteriores protestas de los granjeros fueron reprimidas violentamente por la policía del régimen.
La situación volvió a poner sobre el tapete la escandalosa desigualdad social imperante en la ex colonia británica de Rhodesia, donde apenas 75.000 blancos son los propietarios del 70 por ciento de las tierras fértiles del país y de los otros instrumentos de la economía local. Una realidad que sólo ahora parece haber advertido el presidente.
Pero la carta racial que esgrime Mugabe para profundizar la división entre blancos y negros está logrando resultados opuestos a los que pretende. Al punto de que en los últimos días se ha visto en Harare, la capital, el insólito espectáculo de blancos y negros manifestándose juntos en contra del gobierno.
El partido opositor más importante, el Movimiento para un Cambio Democrático (MDC), sostiene que Mugabe ha decidido agitar la rivalidad racial para ocultar la realidad de que su proyecto económico sólo ha beneficiado a la élite gubernamental (entre otros, a Grace, su tercera esposa y antigua secretaria, cuya afición por las compras en las grandes capitales europeas es legendaria). Compartir con igualdad no es una frase creíble en boca del viejo presidente.