Por Ricardo López Dusil
“Si un país no tiene paz para sus minorías, tampoco la tiene para su mayoría” (Del rabino norteamericano Israel Singer, secretario general del Congreso Judío Mundial, el 24/4/01).
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No está hablando el rabino Singer de los latinos, asiáticos o negros de los Estados Unidos. Tampoco de la población árabe de Israel, nada menos que el 20 por ciento de los ciudadanos de ese país. El secretario general del Congreso Judío Mundial, de gira por Buenos Aires para “producir efectos” en la investigación del atentado contra la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina, en 1994, en un jugoso reportaje concedido a la periodista Alejandra Rey, del diario La Nación, de Buenos Aires, se inquieta, exclusivamente, por la situación de la comunidad judía argentina. Nadie puede estar en desacuerdo con esos principios. Es cierto que “si un país no tiene paz para sus minorías, tampoco la tiene para su mayoría”, es cierto que “toda democracia es tan fuerte como el nivel de tranquilidad que tienen las minorías”, es cierto que “cuando la sangre es barata” es más fácil que se provoque su derramamiento. Pero esos principios de carácter general son válidos si también se persigue su aplicación en forma general. Las palabras se desvanecen, se vacían, se maltratan, se contaminan y degradan si quien las pronuncia sólo se empeña en la búsqueda de la justicia para una minoría determinada y particular. Por supuesto que la justicia debe alcanzar siempre a las minorías, pero a todas las minorías. En la Argentina y en cualquier otro lugar del mundo. En su carácter de dirigente comunitario del influyente Congreso Judío Mundial, el rabino Singer está en una posición privilegiada para reclamar también por otra minoría postergada: la de los ciudadanos árabes de Israel, comunidad a la que se les viene reservando, desde hace ya medio siglo, una discriminación evidente, indefendible y atroz. Sería igualmente necesario que en beneficio de esa idea de justicia universal a la que suscribe Singer se reclamara, por ejemplo, una investigación independiente y exhaustiva sobre la muerte de 13 ciudadanos israelíes, no judíos sino musulmanes, muertos a manos de efectivos de seguridad israelíes cuando protestaban por la represión de sus hermanos palestinos de la Intifada. Nunca hasta entonces la policía israelí había matado a manifestantes israelíes en ninguna protesta popular. Los únicos casos fueron esos 13 árabes israelíes por quienes el ex primer ministro Barak pidió públicamente disculpas en plena campaña electoral. No antes ni después, sólo en la campaña electoral, y ante la amenaza árabe, que luego se hizo realidad, de no conceder sus votos cruciales al candidato laborista. Alcanza con ver cómo viven, de qué trabajan, de qué servicios sociales indispensables disponen, qué clase de educación reciben los israelíes musulmanes, para tener claro qué lugar le reserva Israel a esa minoría, cómo valora a esa comunidad nacional, cada vez más numerosa. Sólo el nombramiento de un ministro árabe (ministro sin cartera, claro está) durante el actual mandato del ex general Sharon le ha permitido a esa minoría nacional alcanzar una mínima, intrascendente, representación en el gobierno del país del que forman parte. No se trata de minimizar las eventuales ofensas, persecuciones o injusticias de las que pudo haber sido objeto la comunidad judía a lo largo de su prolongada historia en la Argentina. Ni tampoco de claudicar en el combate de cualquier atisbo de racismo, xenofobia o discriminación. Contra los judíos, que históricamente han sido víctimas de las persecuciones más atroces de las que se tenga memoria, y contra cualquier otra minoría o mayoría postergada (los pobres, las mujeres, los niños). Las palabras no suenan a nada sin conductas que las avalen.