Por Lila López
“Es una propuesta salvaje e irresponsable aumentar en 40% la asignación familiar a partir del quinto hijo.” (Abraham Shojat, ministro de Finanzas israelí)
* * * Mientras el primer ministro Barak atiende dos frentes críticos (las negociaciones con los palestinos y su supervivencia en el poder), un singular proyecto de ley, extemporáneo para la crisis politica que vive el país, fue presentado en el Parlamento: la concesión de un aumento del 40 por ciento de la asignación familiar a partir del quinto hijo.
La propuesta fue presentada por el legislador Shmuel Halpert (Judaísmo y Torah), uno de los pretendidos “representantes” de Dios en el Parlamento.
Y si algo hay que reconocerle al devoto señor Shmuel es su oportunismo para filtrar el proyecto en medio del caos de la legislatura: lo hizo en la última sesión antes del receso.
El suyo no es, claro, un gesto inocente, sino otro paso para fortalecer los privilegios sectoriales. Halpert legisla para él, como muchos otros ortodoxos.
Pero la maniobra no prosperó. La bancada de Meretz (de izquierda) recurrió a un ardid legal para postergar su tratamiento: pidió que la ley sea reconocida como un voto de desconfianza para el gobierno. (El reglamento de la Cámara establece que en ese caso la votación debe ser aplazada por tres días, para evitar “emboscadas” parlamentarias, pero como se trataba de la última sesión, la propuesta volverá al plenario a fines de octubre).
Pocos matrimonios en Israel tienen cinco hijos, excepto los de ultrarreligiosos, una casta que mientras espera la llegada del Mesías se enfrasca en varias cruzadas mesiánicas, entre ellas la de la demografía. Alguna vez he recibido en Jerusalén la entusiasta explicación de un joven ortodoxo, feliz ante la inminente llegada de su sexto hijo, no tanto por amor filial sino para ganarle terreno a los árabes, también prolíficos, y a los pecadores (los judíos laicos). Para esta gente estaba diseñada la propuesta del diputado Halpert.
Gran parte de la población israelí (mayoritariamente laica, democrática y progresista) ha padecido estas maniobras hasta el hartazgo.
Y así como la sociedad en su conjunto madura, dolorosa pero velozmente, hacia una convivencia razonable con el mundo árabe, difícilmente pueda reconciliarse con las propuestas cavernarias de los fundamentalistas religiosos.
Shlomo Ben Amí, el actual canciller de Israel, sostiene en su último libro (“Israel, entre la guerra y la paz”) que hay que abandonar la falacia de que la paz puede lograrse con un amplio consenso nacional. “En Israel -dice Ben Amí- sólo las guerras unen; la paz, paradójicamente, es un empeño que divide”.
Es que el proceso de paz en Israel no puede ser observado solamente como una cuestión de política exterior. Además de eso, es el debate en torno de la identidad del Estado, el lugar que ocupará la religión y la aceptación o no de la democracia y las leyes civiles.