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domingo, mayo 19, 2024

El hombre que gateaba hasta su jergón

CulturaEl hombre que gateaba hasta su jergón

El hombre que gateaba hasta su jergónUn cuento del narrador sirio Hanna Mina. Al mediodía, cuando el estado de ánimo del señor Abd Allah ya había mejorado y después de tomar el almuerzo en el almacén, tal y como acostumbraba algunos días, de beberse el café que Yusuf le preparaba y de fumarse un cigarrillo, se le acercó educadamente.

Balanceaba los brazos con las manos entrelazadas por delante, el rostro mostraba toda su desgracia a través de unos ojos que parecían pedir clemencia y le eximían de cualquier explicación. Carraspeó con un perceptible temblor de labios y expulsó hacia el exterior unas palabras, temeroso y tartamudo. Lo que impulsó al señor Abd Allah a preguntarle:

-¿Qué te pasa, Yusuf? ¿Por qué estás tan espantado? Habla… Di… ¿Qué quieres?

Yusuf, esforzándose en contener las lágrimas, respondió:

-Me gustaría… si tuviera la amabilidad de escucharme… Me gustaría pedirle un favor… un pequeño favor…

-Te escucho, te escucho… no te preocupes. ¿Qué quieres?

-Quisiera decirle… que… la hernia…

Le señaló la cadera izquierda y se colocó la mano en la ingle, incapaz de continuar hablando del asunto. Eso acabó con la paciencia del señor Abd Allah que elevó la voz con cierta dureza:

-¿Qué dices, Yusuf?… ¿La hernia? ¿Qué hernia es esa? ¿Desde cuando te pasa?

-Desde hace un año- dijo Yusuf – Hace un año, más o menos, no sé.. Sí, hace un año…Fuí a levantar un saco de cemento y de repente reventó… algo parecido a un cuchillo me traspasó la ingle y me salió un bulto que se va agrandando… Le he escondido la verdad por temor a molestarle…

El señor Abd Allah soltó una risita que Yusuf no supo si era burla o compasión, o si la había provocado algún chiste muy gracioso; aunque él no había contado ningún chiste ni nada parecido y solo había previsto que su capataz se hiciera cargo de la situación.

En seguida abandonó aquella risa incomprensible y le dijo:

-Tú…. Yusuf, siempre estás exagerando ¿Por qué me alarmas de ese modo y conviertes tu problema en algo extraordinario? ¿Por qué haces grandes las cosas pequeñas? …¿Por qué te aprovechas de mis buenos sentimientos y despiertas mi compasión apareciendo al borde del precipicio?… Bien… tu problema es grande, el mayor de todos los problemas… Y yo… que soy tu capataz, ¿qué crees que debería hacer?

-¡Dios alargue su vida! -respondió Yusuf- Todo está en su mano…

-¿El qué,… Yusuf?

-Que me ayude a curarme…

-¿Que ayude a curarte… de qué?…¿De un resfriado?…¿De la fiebre?…¿De una diarrea? …¡¿De qué…?!

-De la hernia -añadió al pensar que ya estaba todo claro.

-Pero… ¿Cómo voy a ayudarte a que te cures de la hernia, Yusuf? ¿Es acaso mi obligación? ¿Cuantas personas están herniada en tu barrio?

-Muchas…

-¿Y con qué se curan? ¿Qué hacen sus capataces con ellos?… ¡Explícamelo!

Yusuf replicó:

-Bendita sea su comprensión… Pero… si… Vd. supiera…

-¿Cómo que… pero… si yo supiera…?¿Puedes decirme con claridad qué es lo que quieres?…¡Con toda claridad!…

Después de una larga pausa, repuso confusamente:

-Ya sé… que le gusta la franqueza… Lo sé… de verdad. Como sé que el sol sale y se pone… que tengo cinco dedos en cada mano … en cada pié…

El capataz levantó la voz impaciente:

-¡Acabemos!.. ¿Qué hay detrás de todo ésto?

-El problema y lo que significa, señor,… que la hernia no se cura con la quinina.

-¡Ah!..Como bien dices… la hernia… no se cura con la quinina. ¿Entonces cómo se curan los herniados en tu barrio?

-No se curan, señor -repuso Yusuf con ingenuidad.

-Eso ya lo sabes… Sabes que nadie se cura, porque no tiene remedio.

-…Pero llevan una sujección… Se ponen un vendaje…

-El vendaje se compra en la botica, es evidente. Ahora, contéstame con sinceridad… ¿Es ésto una botica, o un almacén de material para la construcción?

-Un almacén de materiales, señor… Sin duda…

-Bien dicho… Ahora eres lógico y razonable, Yusuf. Estás siendo juicioso y doy fe de ello. Pero, dime: ¿Cu´ándo te he impedido que salgas a comprar una faja para la hernia?

-¡No…! Nunca me lo ha impedido. No lo permita Dios… ¡Yo he sido quien no fue a la botica, porque una faja es cara!

La fuente: Hanna Mina (1924) es un narrador sirio, autor de 34 novelas, entre las que se destacan El ancla, Faros azules y Historia de un marinero. La traducción al español de este fragmento, escrito en 1988, pertenece a Manuel Jiménez Lucena para http://es.geocities.com/mjluzena/trad/indice.html

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